Novelado
6º Claridad
Fuimos dejando
atrás los montes, que poco a poco fueron convirtiéndose en cerros
elevados, y los bosques dejaron espacio a los campos de cereal. Me
sorprendía la luz y la claridad, que casi herían los ojos. No
estaba acostumbrado a aquel cielo y aquellos horizontes, ni a aquel
aire sano y seco que cortaba la piel. ¡Qué diferentes de los cielos
nublados y de la humedad constante de Teixeiro! De los días grises
de lluvia, y de aquellas corrientes frías que corrían
incesantemente por el módulo. Se me quedó muy grabado lo que me
dijo mi primer compañero de celda, Tomás, uno de los primeros días:
- Aquí en Teixeiro hacen once meses de invierno y uno de primavera
¡Cuánto frío debía haber pasado en el cuerpo y en el alma! El
bueno de Tomás, al que tantas veces no podía entender, con su boca
desdentada. Siempre me había parecido muy viejo, y qué sorpresa al
enterarme de que sólo tenía cincuenta y dos años.
Hacía las etapas caminando casi siempre sólo. Lo prefería, y me sorprendía la fluidez y la limpieza con la que iban aflorando los recuerdos. Era como si la transparencia y la luminosidad del cielo se reflejaran en mi mente, y unieran sus efectos a la mente oxigenada por el ejercicio. Como si se hubieran levantado las cortinas, y las ventanas abiertas dejasen correr el aire en una habitación por largo tiempo cerrada, con sus viejos muebles cubiertos de polvo. Imágenes dolorosas, pero también alegres de tiempos mejores. Y en aquella llanura que se iba abriendo poco a poco ante mis ojos, dorada y luminosa, no sentía ya el miedo de que se abriesen esas antiguas puertas de la memoria. Y me pregunté si ahora, por fin, tendría valor para enfrentarme con la culpa.