Carta Pastoral al comienzo del Año Jubilar de San Roque

Queridos diocesanos:

Me alegra comunicaros que desde el 16 de agosto de este año hasta el 16 de agosto de 2018 celebraremos el Año Jubilar de San Roque que nos ha concedido el Papa conmemorando el quinto centenario del Voto de la Ciudad de Santiago a San Roque para verse liberada de la peste. Son cinco siglos de renovación ininterrumpida de aquel voto por parte del Cabildo y del Concello y de toda la ciudad.

Próxima ya la apertura de este Año Jubilar, día en que tendré el privilegio de impartir la Bendición Papal con indulgencia plenaria a todos los fieles presentes en la capilla, y a todos aquellos que -impedidos por enfermedad o vejez- acudan de deseo a la Misa de apertura del Año de San Roque, me dirijo a vosotros para invitaros a participar vivamente en este acontecimiento de gracia que sin duda contribuirá a revitalizar la vida espiritual de cada uno, a fomentar las obras de caridad y a animar el compromiso evangelizador en nuestra comunidad diocesana. Esta Iglesia compostelana se siente bendecida y, por tanto, enriquecida generosamente con este don espiritual que se nos concede para que con piedad sincera vivamos este acontecimiento de gracia.

Culto a San Roque en la Diócesis

No son pocas las parroquias de la Diócesis que celebran a este Santo peregrino que tanta admiración y devoción ha suscitado en el pueblo cristiano. Ciertamente no disponemos de muchos datos cronológicos de su vida pero sí ha quedado constancia en el sentir cristiano de su veneración como protector contra la peste que puede afectar a las personas, a los animales y a las plantaciones del campo. Pronto surgieron santuarios e iglesias de peregrinación para invocar la protección de San Roque. La consolidación del culto a este santo está vinculada a su papel de eficaz protector contra la peste.

“Pestes” actuales

En las circunstancias actuales no reseñamos las pestes materiales del tiempo de San Roque,  pero ¿no es cierto que padecemos numerosas pestes espirituales en nuestra propia vida no menos perniciosas que las de entonces? Me referiré a algunas de ellas, orientándonos con la Palabra de Dios.

  1. En este sentido, este Año Jubilar nos motiva a desenmascarar la peste de nuestro egoísmo y de nuestra autosuficiencia que nos impiden dar gloria a Dios y servir a los hombres. Siempre es momento de arrepentirnos y convertirnos. El señor nos recuerda: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). “Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener acceso al árbol de la vida y entrar por las puertas en la ciudad” (Ap 22,14).
  2. También nos agobia la peste de la incoherencia de vida y la impiedad. Hemos de transformar el hombre viejo en el hombre nuevo conforme a Cristo Jesús. Dios derriba el edificio de la impiedad. El profeta Isaías escribe: “Señor, tú eres mi Dios, te ensalzaré y alabaré tu nombre porque realizaste magníficos designios, constantes y seguros desde antiguo. Redujiste a escombros la ciudad, la plaza fuerte a ruinas, el alcázar de los soberbios no es ya una ciudad, jamás será reconstruida” (Is 25,1-2). Por su parte el apóstol Pedro nos advierte refiriéndose a los impíos: “Para éstos la felicidad consiste en el placer de cada día; son corruptos y viciosos que disfrutan con sus engaños mientras banquetean con vosotros; tiene los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecado; seducen a las personas débiles y tienen el corazón entrenado en la codicia. ¡Malditos sean!” (2Pe 2,13 ss).
  3. Una dolorosa herida está generando en nosotros el relativismo que afecta a la auténtica doctrina que ha de orientarnos. No debemos permanecer pasivos ante las falsas doctrinas. “Cuidado con que nadie os envuelva con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo. Porque en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,8-9).
  4. No deja de ser también una peste nuestro adormecimiento espiritual. “Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa” (Mt 24,42-44). “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está  en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10,32). Jesús nos llama a la vigilancia, fidelidad y perseverancia. Estar vigilantes es tomar conciencia de que todos los que hemos sido sentados en el banquete de la vida hemos de esperar el momento de la muerte. No sabemos cuándo pero si sabemos que tendrá lugar. La fidelidad nos lleva a pensar en la vida y ver cómo la llenamos de contenidos en conformidad con la voluntad de Dios, aprovechando el tiempo a nuestra disposición. San Pablo describe así la fidelidad: “No nos cansemos de hacer el bien, que si no desmayamos,  a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe” (Gal 6,9-10). Ser fiel con Dios conlleva ser perseverante, no abandonar el campo cuando la espera es larga y el compromiso exigente. La perseverancia es necesaria para que nadie nos arrebate la corona de gloria. “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra almas (Lc 21,19). “Si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 2,12-13). “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lc 22, 29-30).
  5. También hoy socaba nuestra espiritualidad la tibieza. El Señor se muestra duro con la comunidad cristiana de Laodicea por su tibieza que acredita su indiferencia y mundanidad espiritual (cf. Ap 3,14ss), de la que papa Francisco dice que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, buscando, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal[1].

Nuestro examen de conciencia

Esta exposición sucinta nos llama a hacer un examen de conciencia de nuestro cotidiano proceder pues en lo aparentemente trivial ha de anclarse nuestro compromiso. Sabemos que donde prima el amor, hasta el reproche se torna estímulo. Nuestra vida va avanzando entre luces y sombras, y en no pocas ocasiones la tiniebla se hace palmatoria de la luz. La inercia se ampara en nuestra debilidad llevándonos al conformismo. Hoy más que nunca, dadas las circunstancias que nos toca vivir, tenemos que definir nuestra propia vida en la positividad. Las debilidades, fatigas y contradicciones anudan el tejido de su vida cristiana. Necesitamos someternos al juicio de la Palabra de Dios con una actitud de purificación. Nuestro humilde examen de conciencia nos hará reconocer nuestros temores y nuestros errores, nuestras omisiones e infidelidades. No nos valen las actitudes huidizas del desaliento. La caridad es el camino indicado que todos podemos recorrer siguiendo las huellas de Cristo como San Roque.

Exhortación final

En este Año Jubilar de San Roque “se concede la Indulgencia Plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Romano Pontífice) a los fieles verdaderamente arrepentidos y movidos por el deseo de alcanzar la gracia, si visitan la capilla de San Roque, o delante de la imagen de San Roque, expuesta a la veneración pública se recogen en oración durante un tiempo conveniente, concluyendo con la recitación del Padrenuestro, el Credo e invocaciones a Santa María y a San Roque.

Los fieles que estén impedidos por enfermedad, vejez u otra causa grave, podrán igualmente lucrar la indulgencia plenaria si, teniendo el deseo de detestar todo pecado y la intención de cumplir, tan pronto como sea posible, las tres condiciones, se unen espiritualmente a las celebraciones del aniversario con sus oraciones  y dolores o los problemas concretos de que padezcan, ofrecidos a Dios misericordioso”[2].

Animo, pues, a los santiagueses a vivir con esperanza este tiempo de gracia. Acudamos con frecuencia a la capilla de San Roque y le manifestemos las llagas de nuestra alma, o las de nuestras familias, o conocidos. “Miremos también a su vida como fuente de inspiración. No deja de ser  admirable, especialmente para los jóvenes, la figura de un chico de su edad que, fascinado por la persona de Jesús, distribuye sus bienes materiales entre los pobres y le lanza en peregrinación, buscando un sentido más alto a su vida, que encuentra al servicio de los enfermos  y necesitados del camino. Dios quiera que cunda ese ejemplo de corazón grande y de servicio en todas las familias de Santiago”. Aprendamos quizá la alegría de servir, especialmente a los enfermos: superando la indiferencia del corazón ante tantas necesidades humanas que nos rodean, y confiemos en la Providencia, que brilla en la vida de nuestro Santo hasta en ese simpático detalle del perrito que le acompañaba en las penalidades de su vida.

El itinerario espiritual en este Año Jubilar ha de llevarnos a vivir  el encuentro con el Señor de la mano de San Roque a quien pedimos su ayuda para vernos liberados de las pestes que pueden dañar nuestra vida espiritual o material. Miremos nuestra vida interior con una actitud contemplativa como la vivió la Virgen María.

Recemos esta oración de la Iglesia: “Oh glorioso San Roque, que por tu ardiente amor a Jesús has abandonado riquezas y honores, y buscaste la humillación, enséñame a ser humilde ante Dios y los hombres. Alcánzame la gracia de apreciar en su debido valor las riquezas  y los honores de la vida para que no sean para mí lazo de eterna perdición”.

Con mi afectuoso saludo y bendición,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.

[1] Cf. FRANCISCO, Evangelii gaudium, 93.
[2] Bula de Concesión del Año Jubilar, Roma 3 de febrero de 2017.

Last modified: Monday, 26 October 2020, 12:49 PM