El valor que a la persona humana le
corresponde por su ser (valor que excede a todo posible valor de
productividad y de vida) sólo puede ser afirmado por quien vea en el
hombre […] un ciudadano de dos mundos distintos1
(M. Scheler).
Inicias hoy este itinerario, cargado de esperanzas e ilusiones.
Respiras hondo, observas lo que hay a tu alrededor y te pones a
andar. Te encuentras con tu guía, os saludáis y te hace una
advertencia: durante todo este trayecto te voy a hacer observaciones
desde un punto de vista concreto: desde el fenómeno, entendido no
como algo engañoso, falaz, sino como lo que aparece, lo que reluce,
lo que brilla y se ve. Es la significación, la esencia y el valor
que captas en las cosas y aconteceres reales, que los iluminan y se
dejan comprender por él. Es parecido a la relación que tiene el
alma con su cuerpo, especialmente su cara. El alma en cuanto tal es
inaccesible, pero sale a la cara (por eso es su espejo); más
exactamente a la cara que se mueve y se dirige al observador. En ella
el alma se manifiesta, se convierte en fenómeno.
Entremos en materia. Para hablar del bien – pilar básico de la
ética – partimos de lo que llamamos “valor”. El valor recibe
su sentido especial cuando prescindimos de lo que conocemos con el
nombre de “ser”, o más exactamente “lo existente”, aquello
con lo que tropezamos, lo que nos obliga a afirmar que existe y a
contar con ello. “Valor”, por el contrario, es el carácter que
ese ser tiene o puede tener, y que le confiere una significación
particular. Por ejemplo: una silla cómoda, un puente seguro, una
piedra valiosa, un conocimiento feliz,… He ahí realidades
completamente distintas en las que percibimos algo común. Las
palabras que lo designan expresan una aprobación, una valoración.
Aquello que esta aprobación y esta valoración expresan es el valor.
En una primera aproximación subjetiva podríamos decir: valor es el
hecho de que una determinada realidad me resulta útil, agradable,
capaz de elevar mi vida, de facilitarla. Todo esto sería correcto,
pero únicamente captaría un aspecto del valor. Tiene también otro:
esa posibilidad objetiva del ser gracias a la cual tiene para mí la
mencionada significación. Porque yo puedo equivocarme en una cosa y
concederle un valor aparente, aunque también puedo reconocer el
error. Por el contrario, el verdadero sentimiento del valor, el
valorar, es responder a algo valorable que se me pone
enfrente. Corresponde a un carácter que la realidad tiene en sí y
gracias al cual se despierta la impresión de valor.
Así, pues, existe la apariencia de valor, por lo que una piedra
puede dar la impresión de valiosa sin serlo realmente, como ocurre
con la bisutería vulgar. Sin embargo, esto sólo es posible porque
en la realidad existe lo realmente valioso y es conocido como
tal: en el presente caso existe aquella piedra que posee determinadas
cualidades originarias de color, luz y rareza, y se confunde e
intercambia con la otra. Puedes llamar “cultura personal”
precisamente a la capacidad para distinguir entre los valores
verdaderos y los falsos, y el grado de esa cultura dependerá de la
finura, seguridad y fuerza con las que el correspondiente ser humano
responda a la escala del valor y a la corrección axiológica.
El carácter objetivo de valor, o sea, la utilidad, la pureza, por
una parte, y el efecto subjetivo del valor, a saber, la satisfacción,
el enriquecimiento, el aumento del tono vital por otra parte, fundan
un todo, una forma básica que indica cómo vive el ser humano y cómo
se plenifica2.
Para reflexionar
Soy consciente de que estas palabras y las de mañana pueden
resultarte un poco abstractas. En posteriores capítulos verás temas
más concretos donde estas ideas cobrarán cuerpo y más sentido. Y,
si lo deseas, en esos capítulos puedes volver tus pasos aquí y leer
aquéllos a la luz de éste y del siguiente. Un consejo: es
preferible que abordes estas reflexiones no desde un punto de vista
puramente racional (aunque la razón es necesaria, obviamente), sino
desde un punto de vista meditativo e intentando vincular
con tu vida de forma concreta lo que nuestro guía te va
describiendo.
Las preguntas que te voy a proponer en esta sección, al final de
cada reflexión diaria, no son un examen de conciencia ni una
predicación de “moralina”. Tienen por objetivo ayudarte a dar
pasos más seguros en tu peregrinación virtual, a afinar tu mirada,
a profundizar personalmente en los temas propuestos. Así las
cosas,
¿Qué (o quién) consideras valioso en tu vida y por qué?
¿Qué cosas, qué realidades son vistas como dignas de valor de
forma habitual a tu alrededor, pero realmente no son más que
bisutería barata? ¿De qué minucias necesitas desprenderte para
caminar con libertad?