El
cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento
pregona la obra de sus manos:
el día al día le
pasa el mensaje,
la noche a la noche
se lo susurra.
Sin
que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su
voz,
a toda la tierra
alcanza su pregón
y hasta los límites
del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el
esposo de su alcoba,
contento como un
héroe, a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega
al otro extremo:
nada se libra de su
calor.
El mundo está cargado con la grandeza de Dios. En la contemplación
de una puesta de sol, de las cimas nevadas bajo un cielo estrellado,
en la visión de los prados verdes o de las flores, se despierta una
riqueza de sentimientos que invita a ir más a fondo, a leer dentro
de los seres para alcanzar lo invisible a través de lo visible.
El peregrino descubre una visión unitaria del universo, una
comprensión armónica de todo lo que existe, pero a la vez un
reconocimiento de las profundas vinculaciones entre todos los seres,
de las relaciones de fraternidad que mueven el cosmos entero. El
mundo no es un montón de cosas apiladas, sino un organismo vivo,
dinámico, un ser que palpita y que rezuma un amor que lo trasciende,
pero que lo ha hecho posible.
La contemplación de la belleza de la creación desvela la paz
interior, afina el sentido de la armonía y el deseo de una vida
hermosa. El estupor y la admiración se convierten en actitudes
interiores espirituales, como son la adoración, la alabanza, la
gratitud hacia el Autor de la tal belleza.
Son muchos los hombres y mujeres, cercanos y lejanos, que ven la
naturaleza y el cosmos solo en su materialidad visible, como un
universo mudo cuyo destino es únicamente obedecer las leyes
inmutables de la física, sin evocar ninguna otra belleza ni nada
invisible.
El ser humano, en cuanto imagen y semejanza de Dios, tiene capacidad
para proyectar una mirada contemplativa. Es llamado a mirar el mundo
y su trabajo con el mismo estupor y admiración. Esta mirada libera
al ser humano de la alienación del trabajo y del beneficio, y lo
orienta a relaciones más intensas consigo mismo, con los demás y
con Dios.
Alabanza de las criaturas
Omnipotente,
altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la
alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres
digno de toda bendición,
y nunca es digno el
hombre de hacer de ti mención.
Loados seas por toda
criatura, mi Señor,
y en especial loado
por el hermano sol,
que alumbra, y abre
el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los
cielos noticia de su autor.
Y por la hermana
luna, de blanca luz menor,
y las estrellas
claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan
hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los
cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana
agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta,
humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano
fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte,
hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana
tierra, que es toda bendición,
la hermana madre
tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los
frutos y flores de color,
y nos sustenta y
rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que
perdonan y aguanta por tu amor
los males corporales
y la tribulación:
¡felices los que
sufren en paz con el dolor,
porque les llega el
tiempo de la consolación!
Y por la hermana
muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente
escapa de su persecución;
¡ay si en pecado
grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que
cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la
muerte de la condenación!
Servidle con ternura
y humilde corazón.
Agradeced sus dones,
cantad su creación.
Las criaturas todas,
load a mi Señor. Amén.