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- Etapa 1: Corazón joven, lleno de deseos
Etapa 1: Corazón joven, lleno de deseos
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima (Jn 1, 35-39).
En el cuarto Evangelio leemos cómo estos dos jóvenes discípulos, Juan y Andrés, a quienes más tarde Jesús llamará junto a Pedro y Santiago para ser «pescadores de hombres» (Mt 4, 19), se habían trasladado desde la fértil región de Galilea al desértico valle del Jordán para escuchar a Juan el Bautista. El Bautista era un predicador un tanto singular, que vestía con pieles de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. A este personaje lo podríamos llamar un profeta de calamidades, ya que condenaba con vehemencia los vicios de los que se consideraban justos y despreciaban a los demás, y exhortaba a todos a una profunda conversión, un cambio radical de vida, a través de la penitencia y el bautismo. Ante la inminente llegada del Mesías, Juan aparece como el precursor, aquel que ha sido enviado para allanar el camino del Señor y prepararle un pueblo bien dispuesto (cf. Lc 1, 17).
Pero ahora no nos queremos detener en ello, sino fijar la atención en estos dos jóvenes. En su viaje hay una motivación profunda, detrás de la cual podemos descubrir corazones jóvenes, inquietos, en búsqueda… llenos de deseos. Aquellos jóvenes, que se iban a convertir en dos de los primeros apóstoles llamados por Jesús, sabían dónde debían buscar, tenían claro que la respuesta a todas esas inquietudes estaba solo en Dios. Y así, a través de la mediación del Bautista, llegaron a encontrarse con Jesús1. Esta inquietud última que hay en el corazón del ser humano la supo expresar muy bien San Agustín al decir: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti».
«Deseo recordarles las palabras que Jesús dijo un día a los discípulos que le preguntaban: «Rabbí […] ¿dónde vives?». Él les respondió: «Venid y lo veréis» (Jn 1,38). También a ustedes Jesús dirige su mirada y los invita a ir hacia Él. ¿Han encontrado esta mirada, queridos jóvenes? ¿Han escuchado esta voz? ¿Han sentido este impulso a ponerse en camino? Estoy seguro que, si bien el ruido y el aturdimiento parecen reinar en el mundo, esta llamada continua resonando en el corazón de cada uno para abrirlo a la alegría plena. Esto será posible en la medida en que, a través del acompañamiento de guías expertos, sabrán emprender un itinerario de discernimiento para descubrir el proyecto de Dios en la propia vida. Incluso cuando el camino se encuentre marcado por la precariedad y la caída, Dios, que es rico en misericordia, tenderá su mano para levantarlos» (Papa Francisco, Carta a los jóvenes, 13-01-2017).
1 Cf. Álvarez de las Asturias, N. – Buch, L. – Espa, F., ¡Atrévete a soñar! Jesús sigue llamando, Palabra, Madrid 2018, pp. 20-24.
Testimonio:
Uno de los primeros recuerdos de infancia me sitúa junto a una cocina de hierro. La abuela, de salud frágil, se arrodillaba a la luz de una vela y me llevaba con ella. Había tormenta. Rezábamos. ¡Qué bien enseña a rezar una abuela! “Quiero estudiar medicina, abueliña. Te cuidaré cuando sea mayor”. Ella sonreía orgullosa. Más se habrá reído Dios, conocedor de mi verdadera vocación. Tal vez me señalaba un destino: médico del alma.
- Etapa 2: ¿Se puede vivir de otro modo?
Etapa 2: ¿Se puede vivir de otro modo?
Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 1-10).
«El Evangelio […] nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo […], jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos. […] Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús […].
El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre […].
Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. […] Zaqueo era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder, pero muy odiado. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habréis experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. […] Queridos jóvenes, no os avergoncéis de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderos con su perdón y su paz […].
Después de la baja estatura y después de la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura […]. Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Jesús mira nuestro corazón, el tuyo, el mío. Con esta mirada de Jesús, podéis hacer surgir una humanidad diferente» (Papa Francisco, Homilía en la Misa de Clausura JMJ Cracovia 2016, 31-07-2016).
Testimonio:Algo estaba pasando dentro de mí. Sentía la necesidad de acudir a Misa con frecuencia, para estar con ese Mejor Amigo que había descubierto. Feliz, allí cargaba pilas, sacaba fuerzas, daba sentido… Durante una temporada cerraron la Iglesia a la que acudía por motivo de unas reformas y nos trasladaron a un bajo sencillo. Pensé que, en mi interior, también Alguien había puesto los andamios para comenzar una espléndida restauración.
- Etapa 3: Dios llama
Etapa 3: Dios llama
El Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Abrán marchó, como le había dicho el Señor (Gén 12, 1-2. 4a).
Entre las primeras páginas de la Biblia se nos narra la historia de Abraham. Su vocación es el prototipo de toda vocación: él es, por definición, el hombre llamado por Dios. Su vida fue una continua respuesta a la llamada, o las llamadas, de Dios. El Señor le pide salir de su tierra para encaminarse hacia otra completamente distinta, lo cual suponía muchos inconvenientes: con su avanzada edad, debía abandonar un status social, movilizar a toda su familia y sus ganados, asentarse en una tierra que tendría que hacer germinar… Pero, a pesar de todas las incomodidades, Abraham confió en Dios, se puso en camino. El secreto de su vocación está en su capacidad de escuchar, de confiar en la palabra dada, y dejarse llevar por Dios. La fe y la confianza son, sin duda, la parte esencial de la vocación: confiar en Dios y obedecer su palabra con la esperanza de que ésta se cumplirá. De esta manera, Abrán se convirtió en Abraham («padre de muchos pueblos»), nuestro padre en la fe. Si Abraham creyó antes de la llegada de Jesús y, por tanto, antes del cumplimiento pleno de las promesas divinas, ¡cuánto más firme ha de ser nuestra fe y nuestra confianza en Dios que nos llama, habiendo nosotros conocido a Cristo!1
«Queridos amigos, muchos de vosotros se preguntan ciertamente, de una forma más o menos consciente: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene para mí? ¿Querrá que anuncie al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? ¿Me llamará Cristo a seguirlo más de cerca? Acoged confiadamente estos interrogantes. Tomaos un tiempo para pensar en ello y buscar la luz. Responded a la invitación poniéndoos cada día a disposición de Aquel que os llama a ser amigos suyos. Tratad de seguir de corazón y con generosidad a Cristo, que nos ha redimido por amor y entregado su vida por todos nosotros. Descubriréis una alegría y una plenitud inimaginable. Responder a la llamada que Cristo dirige a cada uno: éste es el secreto de la verdadera paz» (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes, Líbano, 15-09-2012).
La vocación es ante todo don de Dios: no es escoger sino ser escogido; es respuesta a un amor que precede y acompaña. Para quien se hace dócil a la voluntad del Señor la vida llega a ser un bien recibido, que tiende por su naturaleza a transformarse en ofrenda y don (San Juan Pablo II, Mensaje JOV 1999, 01-10-1998).
Testimonio:1 Cf. Álvarez de las Asturias, N. – Buch, L. – Espa, F., ¡Atrévete a soñar! Jesús sigue llamando, Palabra, Madrid 2018, pp. 75-79.
Aquel confesionario, que siempre estaba operativo, me trasladaba a una “cuarta dimensión”. Para un adolescente como yo, recibir el perdón como un abrazo de amor incansable, llenaba el corazón como ninguna otra cosa; remediando; reparando; restaurando; animando. “¿No has pensado nunca en ser sacerdote?” Preguntó el sacerdote a bocajarro. “¡No!”. A partir de ese momento, los esquemas sobre mi vida y el futuro saltaron por los aires. Pero ya no pude esquivar la llamada que siempre había estado dentro.
- Etapa 4: Vivir despiertos. Jesús sigue llamando hoy como llamó a los apóstoles
Etapa 4: Vivir despiertos. Jesús sigue llamando hoy como llamó a los apóstoles
Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él (Mc 1, 16-20).
El Evangelio nos cuenta cómo, pasando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón y Andrés, que eran pescadores y estaban echando las redes en el mar. También a otros dos hermanos, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, los llamó Jesús para ser pescadores de hombres. Estos cuatro jóvenes, al instante, dejaron las redes y lo siguieron. ¡Qué fuerte! Dejarlo todo al instante para seguir a Jesús… Para eso hace falta no sólo una auténtica confianza, sino también una absoluta generosidad y disponibilidad. Hemos visto cómo algunos de estos discípulos ya conocían al Señor, ya habían estado con Él; por eso, cuando Jesús los llama, sabían de qué se trataba. Pero para percibir la llamada es necesario vivir despiertos, porque puede ocurrir que, asfixiados por tantas cosas que nos seducen en la vida ordinaria, seamos incapaces de escuchar la voz del Señor. El problema actual de falta de vocaciones no es tanto una crisis vocacional (Jesús sigue llamando como llamó a los apóstoles) sino una crisis en la respuesta a la vocación.
Podríamos pensar: «Sí, ya sé que Dios me ama… pero, ¡tengo tantas cosas que dejar…! Seguir mi vocación no es sencillo, ser generoso no es tan fácil». Pues bien: ten en cuenta que, aunque los apóstoles dejaron las redes y perdieron cosas, no eran unos perdedores, pues tenían conciencia de ser unos afortunados. Dios no quita nada, lo da todo. San Agustín se dio cuenta de esto; por eso, no dudaba en rezar: «Señor, dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras». Los apóstoles no se resistieron, no hicieron esperar a Jesús. Es cierto, podían haberse dicho: «Espera un poco, todavía no estoy preparado, déjame que me lo piense, no estoy seguro de que este camino sea para mí». Ellos, por el contrario, lo dejaron todo y al instante lo siguieron. Si tú también oyes a Cristo que te llama, que te dice: «Ven y sígueme, y te haré pescador de hombres»… ¡no le hagas esperar!1
«¿Cómo envía nuestro Señor a san Andrés y a su hermano Simón Pedro en el Evangelio de hoy? «¡Seguidme!», les dice (Mt 4,19). Eso es lo que significa ser enviado: seguir a Cristo, y no lanzarnos por delante con nuestras propias fuerzas. El Señor invitará a algunos de vosotros a seguirlo como sacerdotes, y de esta forma convertirse en «pescadores de hombres». A otros los llamará a la vida religiosa, a otros a la vida matrimonial, a ser padres y madres amorosos. Cualquiera que sea vuestra vocación, os exhorto: ¡sed valientes, sed generosos y, sobre todo, sed alegres!» (Papa Francisco, Homilía en la Misa con los Jóvenes, Myanmar, 30-11-2017).
Testimonio:1 Cf. Pérez Villahoz, A., Hablemos de… Vocación. Lo que Dios quiere de ti, Cobel Ediciones, Alicante 2010, pp. 39-40.
Como leía con soltura, los religiosos del colegio me encargaban, de vez en cuando, poner voz a los textos con que se acompañaban las proyecciones de las famosas “filminas”, aquellas fotos convertidas en diapositivas. Unas me subyugaban de modo particular: las que traían los misioneros. Sólo aquellos héroes podían explicarlas creando un imaginario en los alumnos mejor que una película de acción. ¡Qué admiración teníamos por esas personas que entregaban sus vidas en los lugares más pobres y remotos para anunciar el evangelio! De algún modo, compartíamos llamada.
- Etapa 5: ¿Por qué yo?
Etapa 5: ¿Por qué yo?
El Señor me dirigió la palabra: Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones. Yo repuse: ¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño. El Señor me contestó: No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—. El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo: Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar (Jer 1, 4-10).
«Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada. […] Quien valora su vida desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo solo se puede responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros. Gracias de nuevo y que Dios vaya siempre con vosotros» (Benedicto XVI, Discurso a los voluntarios, JMJ Madrid, 21-08-2011).
- Etapa 6: ¿Por qué no yo? (I)
Etapa 6: ¿Por qué no yo? (I)
Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8, 16-17).
«Yo nunca hubiera imaginado ser sacerdote»
Un día me encontré con un amigo de la juventud que me preguntó:
- Salva, ¿qué es de tu vida?
Y yo dije:
- Estoy en el Seminario.
El soltó una carcajada y me dijo:
- En serio, ¿qué haces?
Y yo insistí:
- Estoy en el Seminario.
Entonces él dijo, lleno de asombro:
- Si tú estás en el Seminario, eso es que Dios existe.
Pero, ¿Dios existe? -se pregunta nuestro mundo-. Y yo digo: ¡Claro que existe, Él me ha salvado! Como nos dice el Papa Francisco en la Exhortación Evangelii Gaudium: «Quienes se dejan salvar por él (Jesús) son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (n. 1).
He querido comenzar de esta manera este testimonio, porque es así como defino mi vida, pues lo más importante en ella es saberme amado de Dios. Sólo desde ahí me veo y sólo desde ahí todo cobra sentido porque Dios lo ha llenado de su Luz.
Aunque los de nuestra familia somos de Galicia, mis hermanos y yo nos criamos en Valencia, en una zona pobre y humilde como lo es mi familia. Desde pequeño he sido mal estudiante y rebelde, por la situación en casa, sobre todo por la relación con nuestro padre que ha sido difícil y el ambiente social que era muy duro. Y todo eso me hizo vivir cosas malas desde pequeño. Así que pronto dejé el colegio y me puse a trabajar, sobre todo en la hostelería, aunque he hecho de casi todo. Y solo pensaba en divertirme y disfrutar de las discotecas y de todo lo que ofrece la noche. Pero en el fondo me sentía vacío y perdido.
Hay una frase de Jesús en el Evangelio que define la situación vital del hombre hasta que no reconoce a Dios en su vida y que mueve a compasión a Dios. Cuando Jesús dice: «Me da lástima la gente porque andan perdidas como ovejas sin pastor» (Mt 9, 36). Yo también creí que no necesitaba a Dios para vivir y ser feliz. Es más me convertí en opositor, al menos de «su» Iglesia, porque impedía que yo hiciera lo que me apetecía... «Libertad», lo llama nuestra sociedad. Y esa libertad me llevó al vacío, a la oscuridad y la esclavitud. A vivir un camino largo y angustioso, hasta que Jesús vino a mi vida. Aunque yo no me considero una persona frágil, no supe encajar las heridas del desamor, desamor en mi familia, en el barrio, etc. Quizá es eso, quizá no podemos. Al menos solos no. Estoy convencido que los mayores errores de nuestra vida los cometemos cuando no nos sentimos amados. Y nos hacemos daño eligiendo lo que no nos conviene.
Por eso un día me dije: A partir de ahora voy a ser malo. Y a todo lo que había rechazado desde la infancia, porque en mi barrio lo tenía muy a mano, alcohol, drogas, etc., empecé a decir que sí. Ya que yo no importaba a los demás, a mí me daba igual. Salía por la noche, bebiendo alcohol sin límite, y probando toda clase de drogas. Hasta que en ese mundo si quieres «ser alguien» tienes que tener dinero. Así que empecé a traficar con drogas, consumía y vendía. Sin darme cuenta del pozo en el que uno entra. El pozo de la mentira, del robo, de la traición, de la falsa apariencia. Tuve varios accidentes de coche y moto como para haber muerto. Y aunque cada mañana me decía: «tu vida no tiene sentido, tienes que salir de ahí», volvía a lo mismo. Hasta que en un viaje a Galicia para comprar droga entré en la catedral y le pedí al Apóstol Santiago: «¡Ayúdame, sácame de aquí!» Y escuchó mi plegaria.
Un día sentí el impulso de ir a la Iglesia, y aunque yo me decía: ¿Qué haces aquí? Tienes 25 años, eres mayor para venir a Misa. Algo no dejaba que me marchara. Y tuve la experiencia más grande que una persona puede tener aquí en la tierra. Sentí el Amor de Jesús en mi corazón, un Amor profundo, que hizo que sintiera con dolor todo mi pecado, pero que, en ese pecado yo era amado. Aquella experiencia hizo que me apartara de todo lo que me hacía daño. Y poco a poco retomé la vida de fe. Empecé a rezar el Rosario, a ir a Misa. Y recuerdo mi confesión después de todo lo vivido como la mayor experiencia de la misericordia de Dios en mi vida. Por fin encontré la verdadera libertad, que solo Dios puede dar cuando nos sentimos amados por Él. Su Amor nos hace libres, porque su Amor nos hace vivir en la verdad. Porque la «ofensa» a Dios con nuestro pecado es porque elegimos la esclavitud. Y nuestra tristeza es su «desdicha».
- Etapa 7: ¿Por qué no yo? (II)
Etapa 7: ¿Por qué no yo? (II)
El Señor dijo a Samuel: Te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí». Samuel hizo lo que le había ordenado el Señor. Una vez llegado a Belén, los ancianos de la ciudad salieron temblorosos a su encuentro. Preguntaron: «¿Es de paz tu venida?». Respondió: «Sí. He venido para ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio». Purificó a Jesé y a sus hijos, y los invitó al sacrificio. Cuando estos llegaron, vio a Eliab y se dijo: «Seguro que está su ungido ante el Señor». Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón». Jesé presentó a sus siete hijos ante Samuel. Pero Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a estos». Entonces Samuel preguntó a Jesé: «¿No hay más muchachos?». Y le respondió: «Todavía queda el menor, que está pastoreando el rebaño». Samuel le dijo: «Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa, mientras no venga». Jesé mandó a por él y lo hizo venir. Era rubio, de hermosos ojos y buena presencia. El Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este». Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante (1 Sam 16, 1b. 4-7. 10-13).
Son muchas las pruebas del Amor de Dios en mi vida, su delicadeza, su paciencia, su ternura. Recuerdo una vez en una Parroquia a la que asistía, ya diariamente, que en la puerta había un amigo de la infancia, que también había caído en las drogas, pidiendo limosna. Y me llenó de tristeza, porque no me reconocía de lo mal que estaba; pero, al mismo tiempo me llené de gratitud por ver de dónde me había sacado Jesús. Ese chico murió al poco tiempo.
Solo hay que dar un paso hacia a Dios, y Él dará dos hacia ti. Porque eso es lo difícil, cuando tenía que optar por Dios para salir de aquel mundo me daba vértigo, miedo por el cambio. Pero mi madre me dijo: «Tú da el primer paso», -cuando quise consagrarme a la Virgen-, «lo demás lo hará Ella». Y así ha sido. Ha ido poniendo personas y sobretodo sacerdotes, que han sido y son como mis padres, siendo transmisores de la Misericordia de Dios.
Dios solo acepta que optemos por Él desde nuestra libertad; precisamente, el amor es posible solamente porque somos libres. Y Él ha decidido correr ese riesgo con cada uno. Y el amor libre es lo que permite la entrega, y entrega hasta el final. Pues el amor solo es auténtico si es para siempre (como el Amor crucificado). Sin embargo, aunque libre, el amor a Dios pide una respuesta. Yo le pregunté durante tres años cada día en la Eucaristía: «Señor, ¿qué quieres de mí?». Y, como pasa en los enamorados, ese Jesús que vino a mí con todo su Amor, parecía haber desaparecido... Pero, como dice Santa Teresa de Jesús: «El alma herida de amor sólo permite que la llaga sea curada por el amado». ¿Qué quieres de mí, Señor? – Insistía-. Hasta que escuché por boca de mi confesor la respuesta que me daba Dios. Cuando me dijo: - Yo creo que el Señor te llama a «remar mar adentro» (Lc 5, 4). Aquel día salí de la Iglesia como entre nubes. Por fin podía descansar, pues sabía lo que el Señor quería de mí. El sentido de la vida es descubrir la vocación para la cual Dios nos ha pensado. Encontrarla hace que vivamos en la verdadera paz interior. Eso no quiere decir que no haya dificultades. Pues la vida tiene que poner a prueba nuestras opciones, y así el amor se hace real, se «encarna».
Sí, es cierto he recorrido un largo camino para volver a Dios que, aunque para mí es motivo de gratitud y alabanza, no es digno de emulación. Pues, no es necesario ponérselo tan difícil a Dios. Por eso, yo no soy un buen ejemplo, pero sí soy un testigo de la Misericordia entrañable de nuestro Dios.
Así, el Señor me regaló la ordenación sacerdotal en junio del año 2007, y desde entonces ha sido todo un descubrir de lo que Dios quiere hacer en mí (para todos). Los primeros cinco años de ministerio sacerdotal estuve llevando cuatro pequeñas poblaciones en la carretera de Madrid (últimos pueblos de la Diócesis de Valencia) y ahora estos años estoy llevando tres pueblos en la carretera del interior dirección Alicante.
Y en estos últimos cinco años mi vida ha cambiado completamente al descubrir la apertura a la acción del Espíritu Santo, abriéndome al ministerio de oración de sanación interior. Que está lleno de dificultades, sufrimientos y obstáculos, precisamente, porque es de Dios. Pero, nunca antes vi con más fuerza que es lo que Dios quiere para la humanidad, y por esto me veo impulsado a dar conocer la necesidad de la sanación espiritual.
Y para ello he vivido muchos retiros de sanación, he viajado a Canadá para vivir la agapeterapia (sanación interior). Estuve cuatro años en la Renovación carismática, donde he vivido cosas muy grandes de Dios, a través de la Alabanza y he visto derramar su Espíritu con fuerza en Encuentros que se hacían del Espíritu Santo, para recibir el Bautismo en el Espíritu. Y después he ido a Londres para conocer una Comunidad muy bendecida por el Espíritu Santo: Cor et Lumen Christi, donde estoy descubriendo la necesidad de evangelizar con el Poder del Espíritu Santo (como Jesús lo hizo –y hace-).
Y todo esto me lleva a lanzarme a los retiros de sanación y promover la evangelización con el Poder de Dios. Para llevar a cabo esta misión, el Señor ha hecho surgir una pequeña comunidad carismática, para traer esta vivencia del Espíritu al mundo y para renovar al Cuerpo de Cristo. La comunidad se llama: “Somos hijos de Dios”, y esta es nuestra misión, que todos descubran que son hijos, por lo tanto amados por Dios Padre.
Finalmente diré que yo vivo de esta certeza que: «El Hijo de Dios me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2, 20).
Testimonio vocacional de un sacerdote de la archidiócesis de Valencia, España.
- Etapa 8: Una amistad de las que te cambia la vida
Etapa 8: Una amistad de las que te cambia la vida
Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores (Mt 9, 9-13)
En el Evangelio, vemos cómo Jesús llama a Mateo, un publicano, un pecador, a seguirle, es decir, lo llama a una vida de íntima amistad con Él, que podríamos denominar discipulado. San Beda el Venerable, en un comentario sobre este pasaje que inspira el lema del Papa Francisco («Miserando atque eligendo»), dice que Jesús miró a Mateo con misericordia, con ternura, y, porque lo amó, lo eligió. En su Corazón, estas dos acciones son simultáneas: tuvo misericordia de él, lo amó, y lo llamó, lo escogió para ser su discípulo.
La vocación es un acto amoroso de Dios, una obra de la gracia. Él siempre nos primerea. De esta manera, descubrimos que la vocación no es un premio para los buenos, para los que lo hacen todo bien; no se debe a nuestros méritos, sino que es un don de Dios que nos ama, nos perdona y nos llama a seguirle. Solo la gracia de Dios convierte a un pecador, Leví, en el apóstol San Mateo. Como a San Pedro. Como a San Pablo. Como a San Agustín. Como a tantos y tantos santos a lo largo de la historia. Es este encuentro con Jesús lo que de verdad nos cambia la vida, como se la cambió a Mateo, hasta tal punto que no podemos hacer otra cosa sino dejarlo todo y seguirle. A esta amistad es a la que nos invita Jesús cuando dice: «A vosotros ya no os llamo siervos, sino que os llamo amigos, porque todo lo que he recibido de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15).
«Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo Él da plenitud de vida a la humanidad. […] Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo» (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes, JMJ Colonia 2005, 18-08-2005).
«Dios quiere vuestra amistad. Y cuando comenzáis a ser amigos de Dios, todo en la vida empieza a cambiar. A medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo de reflejar algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la práctica de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y tantos otros pecados como lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento y un gran daño, y deseáis evitar caer en esas trampas. Empezáis a sentir compasión por la gente con dificultades y ansiáis hacer algo por ayudarles. Queréis prestar ayuda a los pobres y hambrientos, consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos. Cuando todo esto comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad» (Benedicto XVI, Discurso, Londres, 17-09-2010).
«Jesús quiere ser vuestro amigo, vuestro hermano, maestro de verdad y de vida que os revela el camino a recorrer para llegar a la felicidad, a la realización de vosotros mismos según el plan de Dios para cada uno de vosotros. Y esta amistad que os ofrece Jesús, que nos trae la misericordia, el amor de Dios, es «gratuidad», puro don. Él no os pide nada a cambio, os pide sólo acogerla. Jesús quiere amaros por lo que sois, también en vuestra fragilidad y debilidad, para que, tocados por su amor, podáis ser renovados» (Papa Francisco, Mensaje a los jóvenes lituanos, 21-06-2013).
- Etapa 9: ¿A qué me llama Dios?
Etapa 9: ¿A qué me llama Dios?
Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3, 13-14).
La llamada de Dios que, como hemos dicho, es un acto de amor (Jesús llamó a los que quiso, porque los quería) es, ante todo, una llamada a estar con Jesucristo. La principal finalidad de la vocación cristiana, en general, y al sacerdocio, en particular, no es una actividad, sino una vida de intimidad, de seguimiento y de amistad con Jesucristo, aquel que nos cambia la vida y la llena de sentido. Los apóstoles estaban con Cristo de muchas maneras, y disfrutaban de su cercanía y de sus enseñanzas, acompañándole en tantos y tantos momentos. Nosotros podemos realizar de forma concreta este «estar con Él» en nuestros momentos de oración, ya sea la participación en los sacramentos, la oración personal a partir de la lectura de algún texto de la Biblia o un buen libro de espiritualidad, el Santo Rosario… y, sobre todo, estando con Él ante el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
La consecuencia de este estar con Jesús es llevarlo a todas partes, o sea, predicar el Evangelio. Mediante la llamada, los discípulos se convierten en apóstoles, que significa «enviados». Desde entonces, los apóstoles se lanzaron por los caminos anunciando a todos la buena noticia del Evangelio. La parte esencial de la predicación no consiste sino en comunicar la experiencia en primera persona de nuestra relación de amistad con Cristo. Para ello, hace falta coraje, valentía, determinación… lo que en términos teológicos se llama parresía. Esa parresía es la que cambió la mentalidad, la sociedad, la política… ¡el mundo entero!
Hoy en día, miles y miles de sacerdotes siguen recibiendo esta llamada a estar con Jesucristo y llevarlo a los hombres y mujeres con audacia, para hacer de ellos también amigos y testigos de Cristo. La llamada de Dios es la misma de siempre. La vida del apóstol, la vida del sacerdote, es esa: estar con Jesús y anunciarle a los otros, dando mucho fruto1.
«Quisiera preguntar a cada uno de vosotros: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees que pueda haber algo más grande que llevar a Jesús a los hombres y los hombres a Jesús? […] Es obvio que rezar por las vocaciones no quiere decir ocuparse únicamente de las vocaciones de los demás. Para todos, pero especialmente para vosotros, significa comprometer directamente la propia persona, ofrecer la propia disponibilidad a Cristo. Ya sabéis que Él tiene necesidad de vosotros para continuar la obra de salvación. ¿Permaneceréis, entonces, indiferentes e inertes?» (San Juan Pablo II, Mensaje JOV 1984, 11-02-1984).
«La santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con serenidad y firmeza: «No tengáis miedo» (Mc 6,50). «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). Estas palabras nos permiten caminar y servir con esa actitud llena de coraje que suscitaba el Espíritu Santo en los Apóstoles y los llevaba a anunciar a Jesucristo. Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor apostólico, todo eso se incluye en el vocablo parresía, palabra con la que la Biblia expresa también la libertad de una existencia que está abierta, porque se encuentra disponible para Dios y para los demás» (Papa Francisco, Gaudete et exultate n. 129, 19-03-2018).
1 Espa, F., ¿Has pensado en ser sacerdote?, Palabra, Madrid 2010, 2ª ed., pp. 53-55. 59-61.
- Etapa 10: ¿Cómo llama Dios?
Etapa 10: ¿Cómo llama Dios?
Le llegó la palabra del Señor a Elías y le dijo: «Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor». Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva (1 Re 19, 11-13).
«Yo preguntaría: ¿cómo se escucha al Señor? ¿Cómo se escucha? ¿Dónde habla el Señor? ¿Vosotros tenéis el número de teléfono del Señor, para llamarlo?... ¿Cómo se escucha al Señor? Os diría esto y esto en serio: el Señor no se escucha estando en el sillón. ¿Entendéis? Sentado, con la vida cómoda, sin hacer nada y quisiera escuchar al Señor. Te aseguro que escucharías cualquier cosa menos al Señor. Al Señor, con la vida cómoda, en el sillón, no se le escucha. Permanecer sentados, en la vida —escuchad esto, es muy importante para vuestra vida de jóvenes— permanecer sentados crea interferencia con la Palabra de Dios, que es dinámica. La palabra de Dios no es estática y si tú eres estático no puedes escucharla. Dios se descubre caminando. Si tú no estás en marcha para hacer algo, para trabajar por los demás, para llevar un testimonio, para hacer el bien, nunca escucharás al Señor. Para escuchar al Señor es necesario estar en marcha, no esperando que en la vida suceda de forma mágica algo.
Lo vemos en la fascinante historia de amor que es la Biblia. Aquí el Señor llama continuamente a gente joven. Siempre, continuamente. Y ama hablar a los jóvenes mientras están en marcha —por ejemplo, pensad en los dos discípulos de Emaús o mientras se dan qué hacer— pensad en David, que pastoreaba el rebaño, mientras que sus hermanos estaban en casa tranquilos o en guerra. Dios detesta la pereza y ama la acción. Poneos esto bien en el corazón y en la cabeza: Dios detesta la pereza y ama la acción. Los vagos no podrán heredar la voz del Señor, ¿entendido? Pero no se trata de moverse para mantenerse en forma, de correr todos los días para entrenarse. No, no se trata de eso. Se trata de mover el corazón, poner el corazón en marcha. Pensad en el joven Samuel. Se encontraba día y noche en el templo y sin embargo estaba en continuo movimiento, porque no se quedaba inmerso en sus asuntos sino que estaba en búsqueda. Si tú quieres escuchar la voz del Señor, ponte en marcha, vive en búsqueda. El Señor habla a quien está en búsqueda. Quien busca, camina» (Papa Francisco, Discurso a los jóvenes, Palermo, 15-09-2018).
- Etapa 11: ¿Cuándo llama Dios?
Etapa 11: ¿Cuándo llama Dios?
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”» (Mt 20, 1-7).
«¿Cómo se puede reconocer la llamada de Dios? Pues bien, el secreto de la vocación está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es necesario acostumbrar a nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que está cerca y me ama. Es importante aprender a vivir momentos de silencio interior en las propias jornadas para ser capaces de escuchar la voz del Señor. Estad seguros de que si uno aprende a escuchar esta voz y a seguirla con generosidad, no tiene miedo de nada, sabe y percibe que Dios está con él, con ella, que es Amigo, Padre y Hermano. En una palabra: el secreto de la vocación está en la relación con Dios, en la oración que crece justamente en el silencio interior, en la capacidad de escuchar que Dios está cerca. Y esto es verdad tanto antes de la elección, o sea, en el momento de decidir y partir, como después, si se quiere ser fiel y perseverar en el camino» (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes, Sulmona, 04-07-2010).
«Vosotros, queridos jóvenes, estáis llamados de modo particular a manifestar el amor de Dios en la vida cotidiana en sus diversos aspectos. Me refiero sobre todo a la familia, al estudio, al trabajo y al tiempo libre. Queridos jóvenes, cultivad vuestros talentos no sólo para conquistar una posición social, sino también para ayudar a los demás “a crecer”. Desarrollad vuestras capacidades, no sólo para ser más “competitivos” y “productivos”, sino para ser “testigos de la caridad”. Unid a la formación profesional el esfuerzo por adquirir conocimientos religiosos, útiles para poder desempeñar de manera responsable vuestra misión. De modo particular, os invito a profundizar en la doctrina social de la Iglesia, para que sus principios inspiren e iluminen vuestra actuación en el mundo. Que el Espíritu Santo os haga creativos en la caridad, perseverantes en los compromisos que asumís y audaces en vuestras iniciativas, contribuyendo así a la edificación de la “civilización del amor”. El horizonte del amor es realmente ilimitado: ¡es el mundo entero!» (Benedicto XVI, Mensaje JMJ 2007).
- Etapa 12: ¿Cómo estoy seguro de que Dios me llama?
Etapa 12: ¿Cómo estoy seguro de que Dios me llama?
El Señor me dirigió la palabra: —Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones. Yo repuse: —¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño. El Señor me contestó: —No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—. El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo: —Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar (Jer 1, 4-10).
La vocación de Dios es una invitación a confiar totalmente en Él, a abandonarse a Él, a ponerse en sus manos, con la seguridad de que Jesús es el amigo que nunca falla. Lo comprendió muy bien San Agustín cuando escribe: «Dame lo que pides, y pídeme lo que quieras». La vocación es una cuestión de fe, pertenece al mundo sobrenatural, no la podemos explicar desde criterios cientificistas. Al igual que no podemos exigir certezas para creer, tampoco debemos esperar tener una certeza absoluta, empírica, de que Dios nos llama a un estado de vida determinado. Pero eso no significa que no podamos llegar a una certeza moral, suficiente, que brota de la fe y de la confianza en Dios; de que si Él nos llama a una determinada forma de vida, nos dará las gracias necesarias para vivir conforme a ese estado. Se suele decir: «No creemos porque tengamos razones, pero tenemos razones para creer». Esto se aplica también a la vocación. Tenemos la esperanza de que el Señor estará con nosotros, luchará a nuestro lado, porque, como dice San Pablo, «Es Dios quien nos ha ungido, Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu» (2 Cor 1, 21-22).
«Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas? Estas preguntas tienen que situarse no tanto en relación con uno mismo y sus inclinaciones, sino con los otros, frente a ellos, de manera que el discernimiento plantee la propia vida en referencia a los demás. Por eso quiero recordar cuál es la gran pregunta: «Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”». Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (Francisco, Christus vivit 285-286).
- Etapa 13: ¿Cómo responder a la vocación?
Etapa 13: ¿Cómo responder a la vocación?
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme» (Jn 21, 15-19).
«Como jóvenes, estáis por decidir vuestro futuro. Hacedlo a la luz de Cristo, preguntadle ¿qué quieres de mí? y seguid la senda que Él os indique con generosidad y confianza, sabiendo que, como bautizados, todos sin distinción estamos llamados a la santidad y a ser miembros vivos de la Iglesia en cualquier forma de vida que nos corresponda» (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes, Castel Gandolfo, 09-08-2007).
«Haced fructificar los dones que Dios os ha regalado con la juventud: la fuerza, la inteligencia, la valentía, el entusiasmo y el deseo de vivir. Con este bagaje, contando siempre con la ayuda divina, podéis alimentar la esperanza en vosotros y en vuestro entorno. De vosotros y de vuestro corazón depende lograr que el progreso se transforme en un bien mayor para todos. Y, como sabéis, el camino del bien tiene un nombre: se llama amor. En el amor, sólo en el amor auténtico, se encuentra la clave de toda esperanza, porque el amor tiene su raíz en Dios. En la Biblia leemos: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor" (1 Jn 4, 16). Y el amor de Dios tiene el rostro dulce y compasivo de Jesucristo. Así hemos llegado al corazón del mensaje cristiano: Cristo es la respuesta a vuestros interrogantes y problemas; en él se valora toda aspiración honrada del ser humano. Sin embargo, Cristo es exigente y no le gustan las medias tintas. Sabe que puede contar con vuestra generosidad y coherencia. Por eso, espera mucho de vosotros. Seguidlo fielmente y, para poder encontraros con él, amad a su Iglesia, sentíos responsables de ella; sed protagonistas valientes, cada uno en su ámbito» (Benedicto XVI, Discurso, Brindisi, 14-06-2008).
- Etapa 14: Generosos en la respuesta
Etapa 14: Generosos en la respuesta
Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido (Jn 6, 5-13).
A la hora de responder a la vocación, se trata de darle todo al Señor, sin reservarse nada. Puede que te parezca que es poco lo que eres o tienes. En el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús dio de comer a más de cinco mil personas con solo cinco panes y dos peces. También tú, como los apóstoles, puede que te preguntes: ¿qué es eso para tantos?... no te salen las cuentas. Pero Jesús pudo realizar aquel milagro porque el joven entregó todo lo que tenía al Señor. ¿Nunca has pensado que ese muchacho podrías ser tú? «Has llegado con el resto de la gente siguiendo a Jesús. El hambre empieza a notarse. Has sido previsor y llevas comida en tu pequeña mochila. Se acerca Andrés y te pide comida. ¿Mi comida? […] Es mía. ¡Qué absurdo, dar de comer a tanta gente con lo que es mío! ¡Si casi no llega ni para mí! […] ¿Te das cuenta de que Jesús necesita de tu colaboración para hacer cosas grandes? ¿Qué eran cinco panes y dos peces, para tanta gente? ¿Qué es tu vida? ¿De qué te sirve lo poco que tienes? Si la pones a disposición de Dios, tu pobre vida servirá para algo maravilloso. Si no, te quedarás en un rincón saboreando tú solo tus panes y tus peces…»1. Recuerda que el Señor una vez dijo a sus discípulos: «El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará» (Mt 16, 25).
«Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho para eso […] entonces será capaz de hacer brotar sus mejores capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega. Saber que uno no hace las cosas porque sí, sino con un significado, como respuesta a un llamado que resuena en lo más hondo de su ser para aportar algo a los demás, hace que esas tareas le den al propio corazón una experiencia especial de plenitud» (Papa Francisco, Christus vivit 273).
1 Cf. Pérez Villahoz, A., Hablemos de… Vocación. Lo que Dios quiere de ti, Cobel Ediciones, Alicante 2010, pp. 49-51.
- Etapa 15: ¿Quién me puede ayudar? El acompañamiento espiritual
Etapa 15: ¿Quién me puede ayudar? El acompañamiento espiritual
El joven Samuel servía al Señor al lado de Elí. En aquellos días era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos habían comenzado a debilitarse y no podía ver. La lámpara de Dios aún no se había apagado y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió: «Aquí estoy». Corrió adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Respondió: «No te he llamado. Vuelve a acostarte». Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Respondió: «No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte». Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel: «Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”». Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: «Samuel, Samuel». Respondió Samuel: «Habla, que tu siervo escucha» (1 Sam 3, 1-10).
«Dios llama a opciones definitivas, tiene un proyecto para cada uno: descubrirlo, responder a la propia vocación, es caminar hacia la realización feliz de uno mismo. Dios nos llama a todos a la santidad, a vivir su vida, pero tiene un camino para cada uno. Algunos son llamados a santificarse construyendo una familia mediante el sacramento del matrimonio. […] El Señor llama a algunos al sacerdocio, a entregarse totalmente a Él, para amar a todos con el corazón del Buen Pastor. A otros los llama a servir a los demás en la vida religiosa: en los monasterios, dedicándose a la oración por el bien del mundo, en los diversos sectores del apostolado, gastándose por todos, especialmente por los más necesitados. […] ¡No tengan miedo a lo que Dios pide! Vale la pena decir “sí” a Dios. ¡En Él está la alegría!
Queridos jóvenes, quizá alguno no tiene todavía claro qué hará con su vida. Pídanselo al Señor; Él les hará ver el camino. Como hizo el joven Samuel, que escuchó dentro de sí la voz insistente del Señor que lo llamaba pero no entendía, no sabía qué decir y, con la ayuda del sacerdote Elí, al final respondió a aquella voz: Habla, Señor, que yo te escucho (cf. 1 S 3,1-10). Pidan también al Señor: ¿Qué quieres que haga? ¿Qué camino he de seguir?» (Papa Francisco, Encuentro con los voluntarios, JMJ Cracovia, 28-07-2013).
- Etapa 16: Lo he pensado, pero… ¿Qué es ser sacerdote?
Etapa 16: Lo he pensado, pero… ¿Qué es ser sacerdote?
Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre (Jn 10, 11-18).
Cuando Jesús acabó de lavarles los pies a sus discípulos, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica (Jn 13, 12-17).
«Los presbíteros, tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, moran con los demás hombres como con hermanos. Así también el Señor Jesús, Hijo de Dios, hombre enviado a los hombres por el Padre, vivió entre nosotros y quiso asemejarse en todo a sus hermanos, fuera del pecado. Ya le imitaron los santos apóstoles; y el bienaventurado Pablo, doctor de las gentes, "elegido para predicar el Evangelio de Dios", atestigua que se hizo a sí mismo todo para todos, para salvarlos a todos. Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y por su ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida distinta de la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres, si permanecieran extraños a su vida y a su condición. Su mismo ministerio les exige de una forma especial que no se conformen a este mundo; pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres, y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas, y busquen incluso atraer a las que no pertenecen todavía a este redil, para que también ellas oigan la voz de Cristo y se forme un solo rebaño y un solo Pastor» (Presbyterorum ordinis, 3).
- Etapa 17: ¿Por qué el celibato?
Etapa 17: ¿Por qué el celibato?
Acerca de los célibes no tengo precepto del Señor, pero doy mi parecer como alguien que, por la misericordia del Señor, es fiel. Considero que, por la angustia que apremia, es bueno para un hombre quedarse así. Quiero que os ahorréis preocupaciones: el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. También la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, de ser santa en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien; no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones (1 Cor 7, 25-26. 32-34a. 35). Jesús les dijo: «No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda» (Mt 19, 12).
«Uno de los mensajes más importantes que las personas célibes pueden dar hoy con su testimonio de vida es el de que se puede ser feliz sin mantener relaciones sexuales. En un mundo donde se espera del sexo la satisfacción inmediata de los deseos, los célibes nos muestran que la vida no está hecha para acumular placeres y experiencias, sino para entregarla en una autodonación que supone renuncias, pero que las compensa con creces por la plenitud que vive el que es capaz de entregarse por amor. En tal sentido, no solo no hemos de permitir que la actual concepción de la sexualidad ponga en duda la opción del celibato, sino que debemos procurar que este ilumine y corrija la creencia, comúnmente aceptada, de que sin sexo no se puede ser feliz. […] Las estadísticas muestran que las personas más felices son los sacerdotes […]. Es hora de que este ejército de hombres que viven un amor radical y apasionado en la renuncia de sí mismos enseñen al mundo que lo que nos hace felices es el amor y no el placer, que el amor es la entrega y que la entrega implica renuncia. Pero la renuncia no es represión. La represión supone rechazar algo a cambio de nada; la renuncia es dejar algo a cambio de algo mejor. El célibe renuncia a vivir una vida marital y una paternidad biológica para poder vivir una vida de entrega a la Iglesia y a los hombres, y una paternidad espiritual; y no lo hace por misoginia o incapacidad afectiva, sino porque ha descubierto que esa es su vocación: lo hace por amor»1.
«Jesús formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor. En efecto, el amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no querer poseerse a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo —¡qué será de mí!— sino mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo» (Benedicto XVI, Homilía, 05-04-2009).
1 J. M. Silva Castignani, Célibes y felices. La esponsalidad, fuente de la plenitud humana del sacerdote, Nueva Eva, Madrid 2020, 37-38.
- Etapa 18: Tengo dudas… ¿seré feliz?
Etapa 18: Tengo dudas… ¿seré feliz?
En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo». El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?». Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme». Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico (Mt 19, 16-22).
«En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (San Juan Pablo II, Vigilia de oración JMJ Roma, 19-08-2000).
- Etapa 19: El sacerdocio, camino de plenitud
Etapa 19: El sacerdocio, camino de plenitud
El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra (Mt 13, 44-46). No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt 6, 19-21). Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud (Jn 15, 11).
«Podemos constatar que el mundo en el que vivimos atraviesa momentos de crisis. Una de las más peligrosas es la pérdida del sentido de la vida. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de la vida; buscan sucedáneos en un consumismo desenfrenado, en la droga, el alcohol y el erotismo. Buscan la felicidad, pero el resultado de esta búsqueda es una profunda tristeza, un vacío y, muy a menudo, la desesperación. En esta situación, muchos jóvenes se plantean interrogantes fundamentales: ¿Cómo vivir mi vida de modo que no la arruine? ¿Sobre qué cimientos construir mi vida para que sea verdaderamente bien lograda? ¿Qué debo hacer para dar un sentido a mi vida? ¿Cómo debo comportarme en las situaciones complejas y difíciles que a veces se viven en mi familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, con los amigos?» (San Juan Pablo II, Mensaje JMJ 1988).
«Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro "sí" al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: "Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera". Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo» (Benedicto XVI, Fiesta de acogida de los jóvenes JMJ Colonia, 18-08-2005).
- Etapa 20: Ya he tomado la decisión, pero… ¿Cómo se lo digo a mi familia?
Etapa 20: Ya he tomado la decisión, pero… ¿Cómo se lo digo a mi familia?
Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 41-52).
Estas primeras palabras que San Lucas pone en boca de Jesús en su Evangelio pueden parecer duras: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». También las últimas palabras, ya desde la Cruz, se dirigirán al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Para Jesús, todo lo referente al Padre representa su absoluto, el primer valor, por encima de sus padres terrenos. El Padre es el supremo interés de Jesús y la razón de su existencia. Pero eso no significa desprecio, despreocupación o rechazo con respecto a la Santísima Virgen María y San José. El relato continúa diciendo que el Niño bajó con ellos a Nazaret y les estaba sometido en todo, estaba sujeto bajo la autoridad de sus padres terrenos. En ese ámbito, en la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús fue creciendo y preparándose para su vida pública.
Tampoco los jóvenes que sienten la llamada de Dios al sacerdocio rechazan o desprecian a sus familias, pero saben que sólo pueden ser plenamente felices si, abandonando otras preocupaciones, otros proyectos, responden con prontitud y disponibilidad a su vocación. El seguimiento ha de ser sin condiciones. Es paradigmática la respuesta de Jesús a aquel que había manifestado su deseo de seguirlo, pero pedía como condición el poder despedirse primero de los de su casa: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios (cf. Lc 9, 61-62). Si el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia es que el varón abandone a su padre y a su madre y se una a su mujer para formar con ella una sola carne (cf. Gén 2, 24), a los llamados a una vida de especial consagración Jesús les revela: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10, 37). María, que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón, fue comprendiendo, poco a poco, la misión para la cual Jesús había venido al mundo, y lo aceptó con una perspectiva de fe que recorre toda su vida, desde Nazaret hasta el Calvario.
«El deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana; ayudan a esto, sobre todo, las familias, que, llenas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer seminario» (Optatam Totius 2).
«El ministerio de evangelización de los padres cristianos es original e insustituible y asume las características típicas de la vida familiar, hecha, como debería estar, de amor, sencillez, concreción y testimonio cotidiano. La familia debe formar a los hijos para la vida, de manera que cada uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida de Dios. Efectivamente, la familia que está abierta a los valores transcendentes, que sirve a los hermanos en la alegría, que cumple con generosa fidelidad sus obligaciones y es consciente de su cotidiana participación en el misterio de la cruz gloriosa de Cristo, se convierte en el primero y mejor seminario de vocaciones a la vida consagrada al Reino de Dios» (San Juan Pablo II, Familiaris consortio 53, 22-11-1981).
- Etapa 21: ¿Qué pensarán mis amigos?
Etapa 21: ¿Qué pensarán mis amigos?
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)». Al día siguiente, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores» (Jn 1, 40-50).
En este relato da la impresión de que, con protagonistas distintos, se repite el mismo hecho: alguien que se encuentra con el Señor se lo va a comunicar a otro, y éste va junto a Jesús, comprueba lo que le habían dicho acerca de él y corre a decírselo a otro más. Podríamos llamarlo reacción en cadena. Andrés, uno de los que escuchaban con gusto la predicación del Bautista, corre a decírselo a su hermano Pedro y lo llevó a Él. De modo semejante, Felipe, después de encontrarse con el Señor, va a buscar a Natanael (a quien la Iglesia ha identificado con Bartolomé) y lo lleva a Jesús a pesar de sus reticencias, de modo que también él se vio sorprendido e interpelado por ese encuentro con Cristo. De una forma muy bonita, unos se van llamando a otros, comunicándose la alegría del Evangelio y del encuentro con el Señor Jesús. También en el s. XXI, los que han descubierto en Jesús el sentido de su vida y se sienten llamados a un seguimiento más radical no pueden sino proponérselo a los demás, a sus amigos, compañeros, conocidos… Cuando el corazón está de verdad lleno de Dios –en expresión de Santa Teresa- parece que a uno se le cae siempre de la boca, «porque de lo que rebosa el corazón habla la boca» (Lc 6, 45).
«Podemos constatar que el mundo en el que vivimos atraviesa momentos de crisis. Una de las más peligrosas es la pérdida del sentido de la vida. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el verdadero sentido de la vida; buscan sucedáneos en un consumismo desenfrenado, en la droga, el alcohol y el erotismo. Buscan la felicidad, pero el resultado de esta búsqueda es una profunda tristeza, un vacío y, muy a menudo, la desesperación. En esta situación, muchos jóvenes se plantean interrogantes fundamentales: ¿Cómo vivir mi vida de modo que no la arruine? ¿Sobre qué cimientos construir mi vida para que sea verdaderamente bien lograda? ¿Qué debo hacer para dar un sentido a mi vida? ¿Cómo debo comportarme en las situaciones complejas y difíciles que a veces se viven en mi familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, con los amigos?... Son interrogantes, a veces, dramáticos, que ciertamente, también hoy, muchos de vosotros se plantean. Vosotros todos, estoy seguro, queréis establecer vuestra vida sobre fundamentos sólidos, capaces de resistir las adversidades que no pueden faltar: queréis fundarla sobre la roca. Entonces, de frente a vosotros, esta María, la Virgen de Nazaret, la humilde sierva del Señor que os muestra a su Hijo diciendo: «Haced lo que Él os diga»; es decir, escuchad a Jesús, obedeced a Jesús, a sus mandamientos, confiad en Él. Éste es el único programa de vida para realizarse auténticamente y ser feliz. Ésta es la sola fuente que le da un sentido profundo a nuestra vida» (san Juan Pablo II, Mensaje JMJ 1988, 13-12-1987).
«Construir sobre Cristo quiere decir fundar sobre su voluntad todos nuestros deseos, expectativas, sueños, ambiciones, y todos nuestros proyectos. Significa decirse a sí mismo, a la propia familia, a los amigos y al mundo entero y, sobre todo, a Cristo: “Señor, en la vida no quiero hacer nada contra ti, porque tú sabes lo que es mejor para mí. Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Amigos míos, no tengáis miedo de apostar por Cristo. Tened nostalgia de Cristo, como fundamento de la vida. Encended en vosotros el deseo de construir vuestra vida con él y por él. Porque no puede perder quien lo apuesta todo por el amor crucificado del Verbo encarnado» (Benedicto XVI, Encuentro con los jóvenes, Cracovia, 27-05-2006).
- Etapa 22: El proceso de la vocación
Etapa 22: El proceso de la vocación
Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. 2Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas». Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta» (Mt 13, 1-3a. 31-33).
En mi experiencia como catequista recuerdo a muchos niños a los que preparé para la Primera Comunión, pero en especial quiero referirme a uno que conocí siendo muy pequeño. Era un niño que siempre estaba dispuesto a colaborar en cualquier acto religioso que se celebrase en la parroquia. El niño fue creciendo y la confianza entre ambos, también. Hablábamos acerca de muchas cosas y yo lo aconsejaba cuando consideraba que necesitaba una orientación.
Terminando la ESO me dijo que quería ser sacerdote porque era feliz ayudando y participando y que quería dar un paso más. Todo el mundo se puso muy contento porque íbamos a tener un seminarista en la parroquia. Yo también me alegré porque era lo que él quería, pero intenté hacerle ver que ser sacerdote era mucho más, que no era una cosa sencilla y que llevaba implícitas muchas más cosas; por tanto, debía pensarlo bien. Le aconsejé que contemplase la posibilidad de hacer otra carrera y que, si después de vivir la experiencia universitaria seguía convencido de que esa era su vocación, ¡adelante!, que entrase en el seminario y estudiase para sacerdote. Pero él tenía claro que esa era su vocación y no quería estudiar otra cosa. Así lo hizo, y ahora está en el Seminario Mayor terminando sus estudios, feliz y encantado.
Desde que está en el Seminario es el joven más feliz que he visto, siempre está sonriendo. Yo, como catequista y amiga, me siento muy orgullosa de él. Estoy deseando que llegue el día en que termine sus estudios, sea ordenado y cante su primera misa. Si Dios quiere, estaré allí para celebrarlo.
Testimonio de una catequista.
«Una vocación en la Iglesia, desde el punto de vista humano, comienza con descubrimiento: encontrar la perla de gran valor. Vosotros habéis descubierto a Jesús: su persona, su mensaje, su llamada. Después del inicial descubrimiento, sobreviene un diálogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el que ha sido llamado, un diálogo que va más allá de las palabras y se expresa en el amor» (San Juan Pablo II, Discurso a los seminaristas y novicios, San Antonio – Estados Unidos, 13-09-1987).
«La llamada del hombre está primero en Dios: en su mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer dentro de su corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. El trata de defenderse ante la responsabilidad de la llamada. […] Así, la llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con Dios, y es a veces como el resultado de una batalla con Él. Ante las reservas y dificultades que con razón el hombre opone, Dios indica el poder de su gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la realización de su llamada. […] Es necesario, mis queridos hermanos y amados hijos, meditar con el corazón este diálogo entre Dios y el hombre, para encontrar constantemente el entramado de vuestra vocación» (San Juan Pablo II, Homilía, Valencia, 08-11-1982).
- Etapa 23: Mi intimidad con Dios
Etapa 23: Mi intimidad con Dios
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Jn 15, 1-10).
«En la realización del plan de la Redención, Dios ha querido contar con la colaboración del hombre: la sagrada Escritura narra la historia de la salvación como una historia de vocaciones, en la que se entrecruzan la iniciativa del Señor y la respuesta de los hombres. En efecto, toda vocación nace del encuentro de dos libertades: la divina y la humana. Interpelado personalmente por la palabra de Dios, el llamado se pone a su servicio. Comienza, de esta manera un seguimiento, no exento de dificultades y de pruebas, que conduce a una progresiva intimidad con Dios y a una disponibilidad cada vez mayor a las exigencias de su voluntad. En toda llamada vocacional Dios revela el sentido profundo de la Palabra, que es descubrimiento progresivo de su Persona hasta la manifestación de Cristo, sentido último de la vida: “El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Cristo, pues, Palabra del Padre, es el modelo para comprender la vocación de todo hombre para descubrir su camino de vida y dar fecundidad espiritual a su misión» (San Juan Pablo II, Mensaje JOV 1997, 28-10-1996).
«¡Orad y aprended a orar! Abrid vuestros corazones y vuestras conciencias ante Aquel que os conoce mejor que vosotros mismos. ¡Hablad con Él! Profundizad en la Palabra del Dios vivo, leyendo y meditando la Sagrada Escritura. Estos son los métodos y medios para acercarse a Dios y tener contacto con Él. Recordad que se trata de una relación recíproca. Dios responde también con la más gratuita entrega de sí mismo, don que en lenguaje bíblico se llama gracia. ¡Tratad de vivir en gracia de Dios!» (San Juan Pablo II, Carta Apostólica a los jóvenes Dilecti amici 14, 31-03-1985)
- Etapa 24: Dificultades en el camino
Etapa 24: Dificultades en el camino
Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: El reino de Dios ha llegado a vosotros. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado (Lc 10, 1-11).
Cuando el Señor llamó a los discípulos, no les prometió que todo les iba a salir como ellos planeaban; más bien al contrario, les advirtió acerca de las dificultades y compromisos que entraña el apostolado (cf. Jn 16, 1ss). Los discípulos de Cristo deben recorrer el mismo camino que Él recorrió, el del servicio, el del amor y el de la entrega: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16, 24-25). Pero esto no nos debe echar atrás, no debe desanimarnos, porque el mismo que se entregó a la muerte resucitó, venció el pecado y la misma muerte, y de sus labios siempre se desprenden palabras de ánimo, de consuelo y de esperanza: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). Nada hay más apasionante que seguir a Jesucristo, aunque haya dificultades.
«Desdichadamente vivimos en una época en la que el pecado se ha convertido incluso en una industria, que produce dinero, mueve planos económicos, da bienestar. Esta situación es realmente impresionante y terrible: Sin embargo, es necesario no dejarse ni asustar ni oprimir: cualquier época exige del cristiano la "coherencia". Y por esto, también en la sociedad actual, envuelta por una atmósfera laica y permisiva,- que puede tentar y halagar; vosotros, jóvenes, manteneos coherentes con el mensaje y la amistad de Jesús; vivid en gracia, permaneced en su amor, poniendo en práctica toda la ley moral, alimentando vuestra alma con el Cuerpo de Cristo, recibiendo periódica y seriamente el sacramento de la penitencia. (…) Sed valientes también vosotros. El mundo tiene necesidad de testigos, convencidos e intrépidos. No basta discutir, es necesario actuar. Que vuestra coherencia se transforme en testimonio, y la primera forma de este compromiso sea la disponibilidad. Como el buen samaritano, sentíos siempre disponibles a amar, a socorrer, a ayudar, en la familia, en el trabajo, en las diversiones, con los cercanos y con los alejados. Ayudad también a vuestros sacerdotes en las diversas actividades parroquiales; ayudad a vuestros obispos. Reflexionad también, con seriedad y generosidad, si el Señor llama acaso a alguno de vosotros a la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Vuestro seminario espera cada año con ansia y confianza que ingrese alguno para comenzar la formación específica al sacerdocio. En el mundo de hoy, hambriento de Cristo y de su Evangelio, se necesita vuestro testimonio» (San Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Aquila, 30-08-1980).
- Etapa 25: Perseverancia y fidelidad
Etapa 25: Perseverancia y fidelidad
En aquel tiempo, dijo Jesús: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande» (Mt 7, 24-27). Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras (Ap 2, 1-2a. 3-5a).
«¿Cuáles son las dimensiones de la fidelidad? La primera dimensión se llama búsqueda. […] No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta. La segunda dimensión de la fidelidad se llama acogida, aceptación […]: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. […] Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad. Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida» (San Juan Pablo II, Homilía, México, 26-01-1979).
- Etapa 26: ¿Qué se hace en el seminario? El lugar donde crece la vocación
Etapa 26: ¿Qué se hace en el seminario? El lugar donde crece la vocación
Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé (Jn 15, 1-16).
«Los Seminarios Mayores son necesarios para la formación sacerdotal. Toda la educación de los alumnos en ellos debe tender a que se formen verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, prepárense, por consiguiente, para el ministerio de la palabra: que entiendan cada vez mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la expresen en su lenguaje y sus costumbres; para el ministerio del culto y de la santificación: que, orando y celebrando las funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del Sacrificio Eucarístico y los sacramentos; para el ministerio pastoral: que sepan representar delante de los hombres a Cristo, que, no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida para redención de muchos, y que, hechos siervos de todos, ganen a muchos. Por lo cual, todos los aspectos de la formación, el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjuntamente a esta acción pastoral» (Optatam totius 4).
«El seminario es una comunidad en camino hacia el servicio sacerdotal. Con esto, ya he dicho algo muy importante: no se llega a ser sacerdote solo. Hace falta la “comunidad de discípulos”, el grupo de los que quieren servir a la Iglesia de todos. Con esta carta quisiera poner de relieve -mirando también hacia atrás, a mis días en el seminario- algunos elementos importantes para estos años en los que os encontráis en camino. […] El tiempo en el seminario es también, y sobre todo, tiempo de estudio. La fe cristiana tiene una dimensión racional e intelectual esencial. Sin esta dimensión no sería ella misma. Pablo habla de un “modelo de doctrina”, a la que fuimos entregados en el bautismo. Todos conocéis las palabras de san Pedro, consideradas por los teólogos medievales como justificación de una teología racional y elaborada científicamente: “Estad siempre prontos para dar razón (logos) de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1 Pe 3,15). Una de las tareas principales de los años de seminario es capacitaros para dar dichas razones. […] Los años de seminario deben ser también un periodo de maduración humana. Para el sacerdote, que deberá acompañar a otros en el camino de la vida y hasta el momento de la muerte, es importante que haya conseguido un equilibrio justo entre corazón y mente, razón y sentimiento, cuerpo y alma, y que sea humanamente “íntegro”» (Benedicto XVI, Carta a los seminaristas, 18-10-2010).
- Etapa 27: La ordenación sacerdotal
Etapa 27: La ordenación sacerdotal
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio. De este Evangelio fui constituido heraldo, apóstol y maestro. Esta es la razón por la que padezco tales cosas, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día. Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros (2 Tim 1, 6-14).
«El gesto ritual de la imposición de las manos es muy significativo. En efecto, es el gesto central del rito de la ordenación, mediante el cual dentro de poco conferiré a los candidatos la dignidad presbiteral. Es un signo inseparable de la oración, de la que constituye una prolongación silenciosa. Sin decir ninguna palabra, el obispo consagrante y, después de él, los demás sacerdotes ponen las manos sobre la cabeza de los ordenandos, expresando así la invocación a Dios para que derrame su Espíritu sobre ellos y los transforme, haciéndolos partícipes del sacerdocio de Cristo. Se trata de pocos segundos, un tiempo brevísimo, pero lleno de extraordinaria densidad espiritual.
Queridos ordenandos, en el futuro deberéis volver siempre a este momento, a este gesto que no tiene nada de mágico y, sin embargo, está lleno de misterio, porque aquí se halla el origen de vuestra nueva misión. En esa oración silenciosa tiene lugar el encuentro entre dos libertades: la libertad de Dios, operante mediante el Espíritu Santo, y la libertad del hombre. La imposición de las manos expresa plásticamente la modalidad específica de este encuentro: la Iglesia, personificada por el obispo, que está de pie con las manos extendidas, pide al Espíritu Santo que consagre al candidato; el diácono, de rodillas, recibe la imposición de las manos y se encomienda a dicha mediación. El conjunto de esos gestos es importante, pero infinitamente más importante es el movimiento espiritual, invisible, que expresa; un movimiento bien evocado por el silencio sagrado, que lo envuelve todo, tanto en el interior como en el exterior.
También en el pasaje evangélico encontramos este misterioso “movimiento” trinitario, que lleva al Espíritu Santo y al Hijo a habitar en los discípulos. Aquí es Jesús mismo quien promete que pedirá al Padre que mande a los suyos el Espíritu, definido “otro Paráclito” (Jn 14, 16), término griego que equivale al latino ad-vocatus, abogado defensor. […] Pero todo esto depende de una condición, que Cristo pone claramente al inicio: “Si me amáis” (Jn 14, 15), y que repite al final: “Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él” (Jn 14, 21). […]
“Si me amáis”. Queridos amigos, Jesús pronunció estas palabras durante la última Cena, en el mismo momento en que instituyó la Eucaristía y el sacerdocio. Aunque estaban dirigidas a los Apóstoles, en cierto sentido se dirigen a todos sus sucesores y a los sacerdotes, que son los colaboradores más estrechos de los sucesores de los Apóstoles. Hoy las volvemos a escuchar como una invitación a vivir cada vez con mayor coherencia nuestra vocación en la Iglesia: vosotros, queridos ordenandos, las escucháis con particular emoción, porque precisamente hoy Cristo os hace partícipes de su sacerdocio. Acogedlas con fe y amor. Dejad que se graben en vuestro corazón; dejad que os acompañen a lo largo del camino de toda vuestra vida. No las olvidéis; no las perdáis por el camino. Releedlas, meditadlas con frecuencia y, sobre todo, orad con ellas. Así, permaneceréis fieles al amor de Cristo y os daréis cuenta, con alegría continua, de que su palabra divina “caminará” con vosotros y “crecerá” en vosotros» (Benedicto XVI, Homilía, 27-04-2008).
- Etapa 28: La vida del sacerdote (I)
Etapa 28: La vida del sacerdote (I)
Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17, 1-3. 6. 9. 17-21).
«Sacerdote por dentro»
Si naciera mil veces, mil veces me ordenaría sacerdote. Esa invitación divina a darlo todo me ha marcado para siempre. Y, sin entrar en fechas ni en momentos específicos, quiero explicar por qué tengo el alma infinitamente llena de agradecimiento a Dios.
Desde que entré al noviciado me enseñaron que el sacerdotes es ser otro Cristo; he tratado de vivirlo así mientras fui formador y luego promotor vocacional o misionero en África y por España.
Cada día como sacerdote es dejarse llevar por el espíritu que le movía a él, el único espíritu Santo. Esto me ha llevado a buscar consolar a todos los que me enciendo y a sentir una paternidad hermosísima por todas las personas, a tener el corazón puesto en el Padre y en el Cielo y ayudar sin límites. Todo es poco.
Es sentir también una hermandad con todos aquellos que han sido llamados a la misma misión.
Desde que leí sobre el pórtico del Noviciado Christus Vita Vestra sentí que mi vida no tenía vuelta atrás.
Y era como el sprint de un atleta que clavaba la mirada en el cielo y trataba de arrastrar conmigo invitando a todos, con una alegría contagiosa, con una entrega absoluta a que llegaran al cielo.
Ahora nadie piensa en el cielo.
La atmósfera que respiramos en esta sociedad nos invita a pensar en nuestra seguridad económica y en nuestra realización personal humana.
Pero yo he descubierto que siguiendo a Cristo, clavando los ojos en el cielo, se transforma esta tierra. Lo he vivido en el caso de Milagrosa, Reginaldo, Marta, Luna... Y tantos otros. Si sigues a Cristo como misionero, literalmente salvas vidas y promueves otras.
Como sacerdote respiro interés por todas las personas que encuentro. Todas me parecen importantes. Y es porque al contactar con Jesucristo en el día a día, al rozarme con él en la oración, en el Sagrario, en la Eucaristía, me transmite que cada persona vale más que toda mi sangre, porque ÉL dio toda la suya por ella... Es maravilloso vivir así,
No es tolerar a la gente, sino amarla.
Buscar su bien por encima del propio.
Me encanta dejarme llevar por el espíritu de Cristo, el espíritu Santo. Y afrontar todo lo que venga: murmuraciones, persecuciones, incomprensiones, ¡da igual! Está justificado seguir adelante porque todo es por el bien de ellos, también de los que murmuran o critican o desprecian, muchas veces sin culpa.
Siento también que como sacerdote estoy íntimamente unido al corazón de Jesucristo.
Y es él el que me transmite su deseo de que todos se salven.
No importa nada con tal de lograr esta meta.
Y la única manera es presentarles el camino que es... Cristo mismo.
Me encanta profundizar sobre la sencillez del camino de Cristo y proponerla sinceramente, sin paliativos, directamente.
Creo que es lo que necesitan todos los jóvenes, y también los adultos, porque Cristo no vino a salvar solamente a los jóvenes.
Siento que mi vida se llena cada día más, y no porque sea fácil, ni porque no haya dificultades sino porque Jesucristo me propone una vida llena de sentido que se realiza aquí y también en la eternidad.
Siento también que soy un privilegiado al ver cómo trabaja él, cómo moldea las almas y las dirige a través de todo tipo de eventos, hacia él. Cómo sacia de verdad la sed que tenemos en el corazón… tanto la mía como la de los demás.
- Etapa 29: La vida del sacerdote (II)
Etapa 29: La vida del sacerdote (II)
A los presbíteros entre vosotros, yo presbítero con ellos, testigo de la pasión de Cristo y partícipe de la gloria que se va a revelar, os exhorto: pastoread el rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, mirad por él, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa; no como déspotas con quienes os ha tocado en suerte, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y, cuando aparezca el Pastor supremo, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria (1 Pe 5, 1-4).
A medida que pasan mis años en el apostolado, en la entrega apostólica, en Córdoba, Madrid o Bilbao, en Guinea o Europa... pienso que era verdad lo que aprendí el primer día de noviciado... y el segundo... y los dos años que dediqué a profundizar la espiritualidad católica y la propia de mi congregación, que estamos hechos para Dios y Él no es tacaño, se da a quien se abre mínimamente hacia él.
Me encantan los retos, siento que mi vida no sería igual si fuera fácil. Por eso me parece ver la mano de Dios detrás de las dificultades, las pruebas y las cruces..., las amo porque me ayudan a acercarme más libremente a lo que me propone el Señor.
Sólo cabe en mi alma gratitud eterna por esta vida de consagración plena a él en todos los aspectos de mi personalidad a pesar de mis fallos y mis limitaciones... él es fiel y sigue llamándome a su seguimiento. Y me llena de alegría. Muchas veces las experiencias del apostolado no me dejan dormir por la alegría. No es banal, y no es superficial tampoco, ni siquiera está exenta de momentos difíciles, pero es una alegría interior que se confunde con la paz y que le da una chispa especial... porque incluso cuando no soy del todo fiel o fallo, veo la mano de Dios actuando y bendiciendo a las personas que él me pone delante. Quiero seguir a Cristo toda mi vida, aunque sea renqueando, o en muletas, o a rastras, pero él es la meta de mi vida a la que consagro todo, y quiero morir así, para llegar a sus manos y disfrutar con él de su amor infinito por cada alma, por cada persona, y espero en el cielo seguir cumpliendo la misión de evangelizar el corazón de cada hombre, con toda mi alma le suplicaré a Dios que me siga haciendo sacerdote desde allí, no sólo en mi ser, sino también en mi intercesión. Quiero y le suplico a él y a su madre que todos los hombres se salven, que le conozcan y queden libres de todas las esclavitudes en las que tan tontamente caemos a veces.
Soy muy feliz de ser sacerdote. Quiero vivirlo toda mi vida y también toda mi eternidad. Y animo a todos los jóvenes católicos que estén interesados en salvar su alma y la de los demás... A que piensen en el sacerdocio y que den un paso adelante. Porque no hay vida más plena que la de dejarlo todo para seguir a Jesucristo, si él te invita a ello. Considera qué te ha dado Dios y qué signos ha puesto ya en tu vida y dale una oportunidad, porque será un regalo para ti y para todas las almas que encuentres en tu vida y cuando llegues a la eternidad sólo podrás tener en el corazón un gracias gigantesco y eterno, porque Dios vela por todo lo tuyo y no se puede comparar a lo que ha hecho con tu humilde SI.
Quiero invitar también a todos los que tengan la puerta cerrada a que la abran porque Jesucristo lo merece. Visita el seminario, conócelo, y si no es para ti quizás sea para tus hijos o para tus nietos, pero eleva la mirada y promueve en la iglesia el sacerdocio que Cristo quiso, no el que caricaturizan en nuestra sociedad. Es maravilloso vivir el espíritu de servicio, de entrega y de buen pastor que Cristo comparte con aquellos que llama al sacerdocio.
Oh Señor manda operarios a tu Mies y no permitas que se seque por falta de pastores. Convierte nuestros corazones tacaños en corazones entregados a ti y a la salvación de nuestros hermanos.
Testimonio vocacional de un sacerdote de la congregación Legionarios de Cristo.
- Etapa 30: Un Sí lleno de fe, como el de María
Etapa 30: Un Sí lleno de fe, como el de María
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró (Lc 1, 26-38).
«“Haced lo que Él os diga”. En estas palabras, María expresa sobre todo el secreto más profundo de su vida. En estas palabras, está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un “Sí” profundo al Señor. Un “Sí” lleno de gozo y de confianza. María, llena de gracia, Virgen inmaculada, ha vivido toda su existencia, completamente disponible a Dios, perfectamente en acuerdo con su voluntad, incluso en los momentos más difíciles, que alcanzaron su punto culminante en el Monte Calvario, al pie de la Cruz. Nunca ha retirado su “Sí”, porque había entregado toda su vida en las manos de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”» (San Juan Pablo II, Mensaje JMJ 1988, 13-12-1987).
«La Anunciación marca el inicio, la Cruz señala el cumplimiento. En la Anunciación, María dona en su seno la naturaleza humana al Hijo de Dios; al pie de la Cruz, en Juan, acoge en su corazón la humanidad entera. Madre de Dios desde el primer instante de la Encarnación, Ella se convierte en Madre de los hombres en los últimos instantes de la vida de su Hijo Jesús. […] Vosotros, queridos jóvenes, tenéis más o menos la misma edad que Juan y el mismo deseo de estar con Jesús. Es Cristo quien hoy os pide expresamente que os llevéis a María a vuestra casa, que la acojáis entre vuestros bienes, para aprender de Ella, que “conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19), la disposición interior para la escucha y la actitud de humildad y de generosidad que la distinguieron como la primera colaboradora de Dios en la obra de la salvación. Es Ella la que, mediante su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo esté formado plenamente en vosotros» (San Juan Pablo II, Mensaje JMJ 2003, 08-03-2003).
- Etapa 31: San José, modelo de respuesta a la vocación
Etapa 31: San José, modelo de respuesta a la vocación
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer. Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús (Mt 1, 18-25).
«Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad. [..] En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su fiat, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní. José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12). En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia y se hizo “obediente hasta la muerte de cruz” (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús “aprendió sufriendo a obedecer” (5,8). Todos estos acontecimientos muestran que José “ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente ministro de la salvación”» (Papa Francisco, Patris corde, 08-12-2020).