Topic outline

  • General

  • Etapa 1

  • Etapa 2

  • Etapa 3

  • Etapa 4

    Misionera desde su origen, la santa Iglesia no ha cesado, para realizar la obra en la que no podía fallar, de dirigir a sus hijos una triple invitación: a la oración, a la generosidad y, para algunos, a la entrega de sí mismos. Hoy, de nuevo, las misiones, sobre todo las de África, esperan del mundo católico esta triple asistencia.

    CARTA ENCÍCLICA FIDEI DONUM de PÍO XII SOBRE LAS MISIONES, ESPECIALMENTE EN ÁFRICA, nº 13

     

    4.- Por completo

    Entregarse a Dios puede ser muy fácil en el primer destello de luz que a uno le viene al corazón. Pero es cosa de toda una vida. Nos hemos acostumbrado a que parezca una “rendición” con miles de “renuncias”. Prácticamente una “derrota”. ¿En qué nos beneficia? Sin embargo, también es cierto que al dar el “paso”, el “sí” a la voluntad de Dios el alma se vuelve ligera, feliz de un modo inexplicable. Completamente lleno de vida.

    Que el Señor se fije en alguien como yo, que no llamo la atención por nada, supone un empuje muy especial. Lo de que hubiese muerto en la Cruz por cada persona ya me parecía insuperable pero, el que haya querido asociarme a su misión profética en cualquier parte del mundo… esa delicadeza no me la esperaba. Entiendo que encierra cierto “vértigo” darle en control a Jesucristo. Pero Él sólo piensa en lo mejor para ti. No puede ser de otra manera. “Espinas” incluidas. Hoy puedo decir que Dios mismo es quien lleva a cabo esta entrega y ¡da gusto ser testigo de cómo lo hace!

     Me sobraban muchas cosas. ¡Nadie puede imaginar con qué nueva perspectiva llegas a tu habitación después de haber tomado la resolución de ingresar en una congregación misionera! Empiezas, mentalmente, a agrupar cachivaches, ropa infrautilizada, montones de libros… ¡sólo por la limpieza que iba a producirse ya valía la pena este “enamoramiento” que estaba viviendo.

     Pero siempre queda algún resquicio: aquella cartera herencia del abuelo, el reloj de final de bachillerato, la fotografía espectacular de la costa irlandesa… ¡qué dolor! La ventaja es que ya no me valían de nada. Iba a estar tan lejos que daba lo mismo. La transitoriedad de la existencia se subrayaba con tinta “fosforescente”. De todos modos no quería agobiarme demasiado. Dios ya iría marcando el rumbo. Como así fue. Me sentía un gran señor, liberado de muchas preocupaciones. Algo “morriñento”, tal vez, pero capaz de volar por encima de mil ataduras posibles. Algo me decía que lo más importante a partir de aquel momento y para siempre sería “confiar”. Estaba en las manos del que “borda” los planes que hace. Me sentía respetado, alentado, con miedo pero bien anclado.

     

    Por desgracia las cosas estaban cambiando y no para mejor en Sudan del Sur. Sudán se había independizado y el gobierno árabe de Jartum intentaba islamizar todo el país lo cual provocó una rebelión en el Sur que a la sazón era predominantemente cristiano y animista. El gobierno respondió con violencia para tratar de doblegar a los insurgentes. Para ello se sirvieron de un exterminio indiscriminado y brutal de gente civil e inocente. El resultado derivó en una destrucción total de aldeas y ciudades y del arrasamiento de los campos de cultivo. Los misioneros, testigos directos de la magnitud de tal destrucción, comenzaron a estar en el objetivo del gobierno de Jartum. Llegaron primero las restricciones de sus movimientos; se les denegó realizar libremente su trabajo pastoral y por fin se les impidió su dedicación en los campos de la sanidad, la educación y el desarrollo. El padre Armani regresó a Tombora, listo para afrontar las dificultades y para perseverar hasta el fin. A pesar de que un edicto del gobierno había prohibido la celebración del sacramento del bautismo a los recién nacidos y a los niños, incluso cuando los padres hubieran pedido expresamente el bautismo para sus hijos, el padre Remo continuó bautizando en secreto con la ayuda de la oscuridad nocturna. Una noche fue descubierto in fraganti e inmediatamente fue arrestado y llevado a la cárcel. Las autoridades ordenaron que fuera expulsado bajo el siguiente pretexto: “las razones de su entrada en Sudán ya no están vigentes”. Su expulsión del país tuvo lugar justo antes de la celebración de la Navidad.

    • Etapa 5

       “Con el dinero que el cristiano gasta a veces en gustos pasajeros, ¡cuánto no haría aquel misionero, paralizado en su apostolado por falta de medios! Interróguese sobre este punto cada uno de los fieles, cada familia, cada comunidad cristiana. Recordando la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, «que de rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2Co 8, 9), dad de lo que os sobrare, y a veces hasta dad de lo que necesitareis. De vuestra liberalidad depende el desarrollo del apostolado misionero. La faz del mundo podría ser plenamente renovada con una victoria de la caridad.”

      CARTA ENCÍCLICA FIDEI DONUM de PÍO XII SOBRE LAS MISIONES, ESPECIALMENTE EN ÁFRICA, nº 14

       

      5.- Formación

       No tenía ni idea de cuál debía ser mi formación. Lo primero que venía a mi mente eran las lenguas, el idioma de mi lugar de destino. Pero claro, antes había que “amueblar” la cabeza y el corazón para no “romper” en dos días. La misión no es una película, un “tráiler” promocional del Domund que fascina pero que no requiere desplazarse, ni pasar hambre, sed o calor. Los médicos siguen estando cerca y , tal vez, la mayor contrariedad es perderse la primera parte del partido de España porque no te acordabas.

       Tenía todo por aprender. Después de una preparación muy completa para la Confirmación, no había continuado con el “alimento” de mi fe. Aprender a aprender. Aprender a escuchar. Aprender a querer. Ingresé en una congregación misionera. Una religiosa de esta familia solía venir por la parroquia y, al contarle mis inquietudes, me remitió al párroco y éste a la casa que la orden tiene en Madrid. Vida comunitaria. Filosofía. Teología. Pastoral. Sagrada Escritura… todo me sonaba a chino. Pero me sentía una esponja deseando empaparme, sin dejar verter nada. Asimilándolo todo.

      El acompañamiento espiritual que allí recibí sentó las bases de mi trato con Dios maduro y sereno. Seguro que me salvó de muchas dudas y problemas en el futuro. A la par, me servía también de terapia psicológica: alguien con tarar o deficiencias no debe adentrarse en el duro camino de la misión. Puede hacerse un gran daño por dentro e, incluso a las comunidades en donde le toque ejercer su ministerio. Una cosa es verse superado por la tarea y otra que ésta te caiga encima como un “menhir” de Obélix y te acabe destrozando la vida propia o ajena.

       Fueron años muy felices de preparación. Divertidos. De juventud alternativa. De universalidad eclesial empapada en la esperanza de sabernos frágiles pero convocados por Dios a una tarea suya, enorme.

       

      El padre Evaristo no se limitó exclusivamente a enseñar, también aprendió dos lenguas locales, tigrinyo y ge´ez, diciendo: “sólo hablando las lenguas locales me podré acercar de verdad a la gente”. Pero lo suyo no era la enseñanza. Lo que él deseaba era ejercer el trabajo pastoral. (…)

      En la primera carta a su madre desde Rungu escribió: “Me han puesto al frente de la parroquia, la economía, los catecúmenos y las escuelas primarias.El trabajo va viento en popa y entre otro compañero y yo procuramos recorrer y visitar los 70 poblados en las cercanías de la misión”. El padre Evaristo poseía el don de la radiestesia, una habilidad natural para buscar corrientes de agua en el subsuelo. En otra de sus cartas escribió: “acabo de regresar de un viaje a Ndedu, a dónde me desplacé para ayudarles a buscar agua. Les mostré cuatro o cinco lugares donde podrían encontrar agua a una profundidad de entre 15 y 20 m.”

      P.E.


      • Etapa 6

        “Los fieles cristianos, pues que son miembros de un organismo vivo, no pueden mantenerse cerrados en sí mismos, creyendo les baste con haber pensado y proveído en sus propias necesidades espirituales, para cumplir todo su deber. Cada uno, por lo contrario, contribuya de su propia parte al incremento y a la difusión del reino de Dios sobre la tierra.”

        ENCÍCLICA PRINCEPS PASTORUM DE SU SANTIDAD JUAN XXIII SOBRE EL APOSTOLADO MISIONERO, nº19

         

        6.- Detalles

        De mis años de formación recuerdo el interés por la cultura que todos cultivábamos. En nuestra congregación tenía lugar con regularidad y naturalidad el intercambio entre países: iban y venían los formadores, teníamos encuentros con gentes de otros países… crecía nuestra amplitud de miras. Me llamaba la atención las 2-3 horas de celebración africana de una eucaristía. Gente de tradiciones honorables y ¡Qué bien cantaban los condenados! La suavidad en las formas de los latinoamericanos, siempre tan educados; seguro que su alma también respiraba delicadeza. La exigencia de los orientales, la importancia que le dan a la honorabilidad… Reconozco que estaba fascinado. Algún día yo estaría mezclado con alguna de esas culturas y, en ningún momento, me sentí perteneciente a una civilización superior; más bien al contrario.

        Pero por más curioso que me pareciesen los idiomas y dialectos que iba conociendo, la historia de muchos pueblos, su geografía o sus costumbres llegaba a una reflexión: mi cultura no podía comprenderse sin el trabajo de muchos años que había hecho en ella el espíritu cristiano. No nos damos cuenta pero sin el faltase, estoy seguro de que lo echaríamos mucho de menos. El Evangelio debía llegar también a esos países. Era bueno que así fuese. Para escuchar, purificar, elevar, preservar, potenciar… Acogiendo las aspiraciones buenas comunes.

        En las pruebas físicas y psicológicas quedaba desconcertado. Algunas comidas “internacionales” me provocaban “morriña” de la cocina de mi abuela: “come, neniño. As filloas fágochas eu porque alá non chas fan”. Preguntaba a los compañeros y me decían que eso no era un problema; que ya me acostumbraría tan pronto como tuviese hambre. Dicen que la prudencia gallega es una ventaja en el exterior.


        El Padre Lorenzo de una manera especial se dio por completo a su trabajo en las escuelas locales. Los maestros y maestras de las escuelas, al igual que los niños, apreciaban enormemente. Con nosotras, las religiosas, siempre se mostraba cortés y atento desde que los rebeldes entraron en Rungu por vez primera. El Padre nos visitaba cada día para escucharnos y apoyarnos en nuestras dificultades. A pesar de todos los quebraderos de cabeza que los rebeldes le daban a él, nosotras éramos lo más importante. Todos nosotros, religiosos y religiosas, tuvimos que dejar la misión y escondernos en la selva para así sentirnos seguros y a salvo.

        P.L.

        • Etapa 7

          “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas. Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.”

          DECLARACIÓN NOSTRA AETATE SOBRE LAS RELACIONES DE LA IGLESIA
          CON LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS, nº2

           

          7.- Idiosincrasia

           El hecho de que Dios se haya hecho hombre fundamenta toda la inculturación del Evangelio. La Palabra de Dios, tomando carne de nuevo en cada cultura, en cada individuo, elevándolos, purificándolos, haciéndose “carne”, concretando. Siempre me han dicho los de fuera: “eres muy gallego”, significando que no me entienden muy bien. Que no son capaces de predecirme.

           El hecho de haber conocido la universalidad de la Iglesia, hacía que me empapara de los libros con otro aire. Como encajando lo que leía con la mentalidad de la gente “exótica” que había visto. Devoraba también algunas lecturas que describían países y las historias noveladas sobre alguna cultura en concreto. No disfrutaba así de los libros desde hacía muchos años. Pero no todo iban a ser libros.

           Muchos de los países de misión eran salvaje e intolerablemente pobres. Necesitados de pan, de cultura y de amor. En todos ellos había algún tipo de trauma o de obstáculo que les impedía salir adelante. Con frecuencia los culpables habitábamos en esos otros países que se denominan con hipocresía “desarrollados”. Descubrí un libro de rostros que me fascinó. A través de los rostros de aquellas personas, jugaba a trazar el perfil psicológico de los habitantes del lugar. Indagaba si había guerra en las inmediaciones. El número de habitantes. Las aficiones. La ropa que el clima requería… ¿Por qué las Eucaristías, siendo idénticas en el planeta, tenían unas u otras especificaciones según el continente en que se celebrasen?

           El asunto es que llevaría mi ancestral prudencia allá por donde fuera. Analizaba muchísimo. Pensaba que, con mi timidez habitual, mi primera “expedición” en el mundo misionero sería un fracaso. Siempre había querido pasar desapercibido, no molestar… y ahora tenía que dar un paso al frente, anunciar el evangelio, hacer de “padre en lo espiritual” para muchas personas. “La Iglesia ha sido siempre una gran experta en humanidad”, sentenciaba uno de nuestros profesores. Los alumnos apreciábamos su antigüedad y pervivencia en el tiempo pero nos planteábamos cómo se respeta la libertad y, al mismo tiempo, acompañar a las gentes en sus gozos y en sus sombras.

           

          “Creo que mi trabajo entre los leprosos es una gracia muy especial de Dios. Humanamente hablando es difícil vivir con esta gente, pero ya estoy acostumbrado y no me importa. Confían en nosotros, los misioneros. Saben que los queremos y que no tenemos miedo a contraer su enfermedad”. El padre Antonio continúo con su trabajo a pesar de la soledad, el cansancio y las cada vez más restrictivas imposiciones de las autoridades civiles. A finales de año su nombre apareció en una lista de misioneros que debían abandonar el país.

          P.A.

          • Etapa 8

            “Todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización. Conozcan todos, sin embargo, que su primera y principal obligación por la difusión de la fe es vivir profundamente la vida cristiana. Pues su fervor en el servicio de Dios y su caridad para con los demás aportarán nuevo aliento espiritual a toda la Iglesia, que aparecerá como estandarte levantado entre las naciones (Cf. Is., 11,12) "luz del mundo" (Mt. 5,14) y "sal de la tierra" (Mt., 5,13). Este testimonio de la vida producirá más fácilmente su efecto si se da juntamente con otros grupos cristianos según las normas del decreto sobre el ecumenismo.”

            DECRETO AD GENTES SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA, nº 36

             

            8.- El viaje.

             Mi proceso de formación había terminado. Nos habían reunido para darnos los destinos y se respiraba una tensión alegre. Morriña e ilusión. Miedo y confianza. Desconcierto y esperanza. Pero sin ganas de dar un paso atrás en absoluto. Estábamos en el mundo para eso. Una de las vocaciones más bonitas que se pudiera uno imaginar.

             Mientras hacía la maleta para el vuelo hacia África, daba gracias a Dios por haberme tocado ese joven continente. Tan cerca de la vieja Europa y tan abandonado por ella. Humanamente se me presentaba una época difícil en lo que a mis costumbres cómodas se refiere: higiene, salud, ocio, comodidades… pero todos me decían que muy pronto quedaría hechizado por las almas sencillas y de gran corazón que conocería. No iba como turista, por eso rezaba más que antes. Para que Dios viniese conmigo y allí también condujese Él la labor misionera. Para que me preparase caminos. Para que ablandase corazones, primero el mío y luego el resto…

            Cuando me iba despidiendo de familia y amigos (ellos me organizaron varios encuentros y comidas; incluso recaudaron algunos fondos porque sabían que no habría “beautiful people” llena de “pasta” esperándome) notaba un cierto escozor por dentro. No podía asegurar que nos fuésemos a ver pronto de nuevo. Mi Navidad sería diferente y el verano también. Tendría que adaptarme a nuevas costumbres (lo cierto es que ardía en curiosidad de la buena para aprender pronto y mucho). Y ¡menudo cachondeo durante la primera época de mi chapurreo lingüísitico!

             Nunca iba a estar físicamente solo. Pero le pedía a Dios que nunca se escondiese por completo. La pastoral que me habían encargado era un antídoto contra el aburrimiento pero eso no garantizaba el peligro de “romper” por dentro. A otros les había pasado. Teníamos el encargo de estar pendientes unos de otros aunque la distancia obstaculizase. Un compañero me había contado que él lo pasó mal cuando hubo de decir “no”. Acogió y fue muy bien acogido pero cuando opinó sobre ciertas costumbres que le parecieron un poco contrarias al evangelio entre las jóvenes parejas de novios, algunos le torcieron la cara y le negaron el saludo. Esa actitud se contagió pronto por la aldea. Le dolía, pero no podía renunciar a sus valores ni a desear lo mejor para las personas a su cargo. Sólo tras muchos años de “oscuridad” y de paciencia sin responder con la misma moneda, sino sirviéndoles con el mismo cariño, comenzaron a darse cuenta de su integridad. Historias como ésta me hacían preguntar si yo resistiría un aislamiento como ése. Pero Dios proveerá. Si permite una prueba, Él mismo abre una salida. Además, hoy el mundo es una aldea.

             

            Le apasionaba la naturaleza y, según sus padres, Dios le había concedido lo necesario para que en el futuro se convirtiera en un artista. Así que cuando Marco pidió unirse a sus hermanos e ingresar en el Seminario Menor, la respuesta de la madre no pudo ser más tajante: “con un misionero en la familia ya es bastante”. Marco no era un joven que diera su brazo a torcer tan fácilmente, así que consiguió persuadir a sus padres para que le dejarán entrar en el Seminario. Debido a la guerra, los superiores optaron por evacuar el seminario y enviaron a sus casas a todos los jóvenes. De regreso a su pueblo, los dos hermanos se encontraron con un huésped en su casa: un profesor universitario se había refugiado allí debido a los bombardeos caídos sobre la ciudad de Padua donde él residía. El huésped se ofreció voluntario para enseñar a los dos jóvenes latín, griego y filosofía. Otros dos jóvenes se unieron a los dos hermanos y cuándo acabó la guerra los cuatro regresaron al seminario.

            P.M

            • Etapa 9

               “Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere para que lo acompañen y los envía a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos, que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia. Porque son sellados con una vocación especial los que, dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o laicos. Enviados por la autoridad legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que están lejos de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados (Cf. Act., 13,2), como ministros del Evangelio. “

              DECRETO AD GENTES SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA, nº23

               

               Adaptación

              Las primeras hormigas que comí me parecieron repugnantes. En las segundas descubrí el toque tostado y ahumado de las brasas. Las terceras me parecieron un manjar proteico imprescindible porque tenía un hambre terrible cuando me las pusieron delante. ¡Cómo va uno entrando en razón! Tenían razón los que me hablaban de la naturalidad de las gentes del lugar. Cuántas tonterías hemos estado “calcetando” en Europa que aquí nada significan…vacaciones exóticas; caprichitos domésticos y mandos para mil y un aparatejos; poner en un brete a los maestros; prisas para arreglar desperfectos… aquí todo eso no significa nada. Aquí se vive y se sobrevive. Y punto. Y sabe a gloria.

               Evangelizando me encontraba como pez en el agua. ¡Qué ilusión! Además ¡Jesucristo le interesaba a mucha gente! ¡También a los jóvenes! No acudían como a una penitencia para formarse y recibir los sacramentos; parecían poseer una madurez sacada de una reserva espiritual desconocida. Ellos crecían y mi pasión por Dios iba a más también. La cruz, los desahuciados, la Misericordia, la sonrisa, la oración fervorosa… aquí esos conceptos tenían sentido y no resultaban artificiales. No hacía falta explicar mucho esos conceptos porque te entraban por los ojos. La fraternidad no era una palabra sino una gozosa necesidad. La perseverancia era un regalo y una condición para mantener la alegría.

              La gente tenía una pasmosa manera de aceptarme y trataba de comprender mis orígenes. Me preguntaba mucho y tenían idealizado el mundo del que proveníamos. Pero apreciaban su país, sus costumbres ancestrales, su bandera, su familia, sus valores… aunque estaban abiertos a todo lo bueno que pudiesen recibir. Eso era una de las diferencias con la sequedad de alma que yo había dejado atrás: cuando el mensaje incomodaba, uno se cerraba, aunque portase el mayor de los provechos. Y digo esto consciente de que yo no me conformaba con cualquier cosa; conservaba mi sentido crítico y las ganas de poner allí luz y sal de Cristo.

              Los gallegos tenemos fama de arrastrar lejos las raíces. De haber nacido en una tierra celosa que nos canta al oído como las sirenas de Ulises donde quiera que vayamos. Pero África me atrapaba. Mis compañeros decían lo propio de la América misionera y del Asia. ¿Estaríamos perdiendo el norte? ¿Seríamos tan “apátridas”? Ahora ésta era nuestra tierra. Empezábamos a comprender por qué la querían sus gentes; y así comenzamos a quererla; y a quererles. Tal vez aún fuese el momento de nuestra “luna de miel” con la nueva tierra amada. Pero los hijos de Dios descubríamos poco a poco los fuertes lazos de nuestra unión.

               

              En marzo, el Padre Marco fue destinado a la misión Pastos Bons una ciudad en el estado de Maranhao en el noreste de Brasil. Se le nombró igualmente responsable de dos parroquias. Le escribió a un amigo: “he visitado algunas zonas en las que la gente vio por última vez a un sacerdote hace 15 años- Tuve que bautizar bebés, adolescentes e incluso adultos. Este trabajo requiere de mucha paciencia y de un gran esfuerzo pero los misioneros somos instrumentos de la gracia de Dios y es esta gracia lo que de verdad cuenta. Tengo en mente construir 12 capillas con sus respectivas escuelas y preparar un grupo de mujeres catequistas como hice en otras parroquias. También he comenzado a dar sencillos cursos de cocina e higiene con el fin de ayudar a las mujeres.

              P.M.

              • Etapa 10

                 “El enviado entra en la vida y en la misión de Aquel que "se anonadó tomando la forma de siervo". Por eso debe estar dispuesto a permanecer durante toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a todo lo que poseía y a "hacerse todo a todos". El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a conocer con confianza el misterio de Cristo (…) Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es suave y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con su vida enteramente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre. Dios le concederá valor y fortaleza para que vea la abundancia de gozo que se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza. Esté convencido de que la obediencia es la virtud característica del ministro de Cristo, que redimió al mundo con su obediencia. A fin de no descuidar la gracia que poseen, los heraldos del Evangelio han de renovar su espíritu constantemente. Los ordinarios y superiores reúnan en tiempos determinados a los misioneros para que se tonifiquen en la esperanza de la vocación y se renueven en el ministerio apostólico, estableciendo incluso algunas casas apropiadas para ello.

                DECRETO AD GENTES SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA, nº24

                 

                CONFIAR

                A medida que iba avanzando en mi estadía, la tarea se volvía más amplia, más ardua… inabarcable para una sola persona. Incluso para un grupo aunque éste tenía la ventaja del calor humano del grupo y del amparo sobrenatural si ese conjunto de personas compartían la misma fe.

                Mi aprendizaje en la confianza en Dios no había hecho más que empezar. Pensé que ya me había licenciado en esa materia pero aún estaba en “pañales”. Necesitaba aceptar el sufrimiento, como una profundización mayor en la identidad cristiana. Seguir a Cristo comprendía el saber llevar con cierto desenfado o desenvoltura la cruz de cada día. Si el Señor conducía el barco y daba fuerza, el tamaño de la dificultad acababa siendo irrelevante. A medida que mis citas en la oración con Jesucristo se volvían imprescindibles para no quedarme “seco” por dentro (a veces, más por necesidad que por virtud), sentía que Él no solo escuchaba sino que hablaba. Y que aceptaba la renovación de mi entrega minúscula.

                Percibía con claridad que Jesucristo quería asentar allí las bases, con gente de las propias comunidades que se iban formando. No sólo porque yo no llegaba a todo, sino porque necesitaban funcionar por sí mismas, madurar y dar frutos. Pero… ¿en quién confiar? Yo trataba de descubrir a quienes no seguían al Señor por algún tipo de pingüe beneficio. No podía tratarse de incautos que escuchan cualquier espejismo que habla; ni de escépticos, desconfiados de todo y de todos (había mucho “gato escaldado”). Se necesitaban personas prudentes con “conocimiento de causa”, creíbles, responsables y comprometidos. ¿Dónde encontrar semejantes mirlos blancos?

                Un día, durante la comida, pensé: y yo, ¿hubiese sido, soy de la confianza de Dios? Y me di cuenta de que, al final, sopesadas todas las posibilidades, hay que arriesgar. Es preciso apostar. Por alguien que guarda, sin “chismes”, las conversaciones personales, que comprende, que perdona y disculpa, que corrige por bien, que trabaja mucho y bien, que persevera en la honradez, que gasta por los demás el tiempo que no tiene. Alguien al que le gusta la familia y sus valores.

                Me hacía ilusión ver las caras de la gente en cuanto le repartía una responsabilidad concreta. Darle protagonismo no era una obra de caridad sino de justicia. Involucrándolos, se descubrían talentos que, de otro modo, hubiesen quedado escondidos. Les hacía mucha ilusión y procuraban llevar todo a cabo con ilusión y alegría. Con buena educación, con empatía, con absoluta naturalidad.

                 

                Durante estos safaris solía visitar a las familias casa por casa. Su deseo era el de conocer a todos personalmente, charlar con ellos, llegar a conocer sus problemas y si era posible ayudarlos. Su misión pastoral estaba muy clara: se debía a la gente y ese era su compromiso. En una de sus muchas cartas escribió: “Tengo un muy eficiente Consejo Parroquial formado por 20 personas. Todas ellas han sido escogidas por la gente misma; se reúnen una vez al mes para consensuar temas diversos (la liturgia, escuelas, los jóvenes…). La administración de la parroquia está en sus manos. No hago nada sin su consentimiento. Es así como crece el sentido de responsabilidad de los laicos en la Iglesia”.

                P.G.

                • Etapa 11

                  Además de participar en los grupos de oración y de ayudar en la liturgia, los miembros de la Acción Católica se convirtieron en la mano derecha del Padre Giuseppe, sobre todo cuando tocaba hacer obras de caridad y visitar a los enfermos y ancianos. En su tiempo libre, repartían alimentos a los necesitados, visitaban a los enfermos y los acompañaban a las clínicas y construían pequeñas cabañas para aquellos que carecían de medios.


                  ATERRIZAR

                   Al poco tiempo toqué tierra. Me di de bruces con el realismo. Los ideales que traía comenzaban a chocar con la dimensión verdadera de los problemas. El realismo se abría paso pero no debía desbordarse hacia el mero pesimismo. Aterrizando aprendí muchas cosas. Por ejemplo, que la veteranía es un grado y que no la adquiriría hasta mucho más tarde. Lo que sí tenía más a mano es el asesoramiento de uno o más veteranos. Gente que ha desarrollado una intuición casi infalible para ver soluciones, detectar problemas y, sin prejuicios, valorar lo que esconde una persona en el corazón. Me iba quedando claro que en la misión no hay atajos; se trata de una “siembra” muy a largo plazo.

                  Tampoco trae nada bueno el hacer las cosas por no sentirse mal. Las personas buscamos seguridades, alivio, rapidez en la consecución de los resultados… Dios tiene otro ritmo. Aprendía a no quejarme continuamente. No quería molestar pero, de no hacerlo, me hubiese muerto de asco con la soberbia de no pedir ayuda a nadie. Y siempre me habían dicho que el que presta ayuda, es el primer beneficiado en su alma por brindarse. Buscar el reconocimiento, la recompensa o la admiración, a la larga, hunden en el pozo. Aunque se trate de evitar el conflicto, éste puede llegar. Ser muy perfeccionistas o creer ingenuamente que no va  a haber problemas implica desconocer el funcionamiento de este mundo.

                  Dice un amigo que los libros de autoayuda han hecho un daño muy grave a las personas. Convencerles de que “tú puedes”, tiene la ventaja de fomentar la determinación y el empeño. Pero puede pasar factura porque nadie es supermán. Eso sí, la pasividad tampoco conduce a nada. Muchas cosas no dependen de uno, aunque provocan tal intensidad emocional que nubla la mente y el corazón. Decía un amigo empresario que a más horas de trabajo, mejores resultados. Hoy ha aprendido lo sano que es dejar de pisar el acelerador para no volverse loco. Cultivar el Espíritu Santo que Dios injertó en mí con el Bautismo, ha sido mi mejor fuente de serenidad. Ésta me ha salvado la vida muchas veces; la espiritual y la física. Hacer por hacer, no. Hacer por amar, ya es otra cosa. Tiempo aprovechado en lo que salga adelante y en lo que se quede fuera del camino.

                   

                   “El nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la Muerte y de la Resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto según Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado. Siendo el Señor, al que se confía, blanco de contradicción, el nuevo convertido sentirá con frecuencia rupturas y separaciones, pero también gozos que Dios concede sin medida. La Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas. Investíguense los motivos de la conversión, y si es necesario purifíquense, según la antiquísima costumbre de la Iglesia.”

                  DECRETO AD GENTES SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA, nº

                  • Etapa 12

                    Fue un esfuerzo verdaderamente digno de su espíritu misionero el de aprender la lengua y la mentalidad de los pueblos nuevos, a los que debían llevar la fe, como fue también ejemplar la determinación de asimilar y hacer propias todas las exigencias y aspiraciones de los pueblos eslavos. La opción generosa de identificarse con su misma vida y tradición, después de haberlas purificado e iluminado con la Revelación, hace de Cirilo y Metodio verdaderos modelos para todos los misioneros que en las diversas épocas han acogido la invitación de san Pablo de hacerse todo a todos para rescatar a todos y, en particular, para los misioneros que, desde la antigüedad hasta los tiempos modernos —desde Europa a Asia y hoy en todos los continentes— han trabajado para traducir a las lenguas vivas de los diversos pueblos la Biblia y los textos litúrgicos, a fin de reflejar en ellas la única Palabra de Dios, hecha accesible de este modo según las formas expresivas propias de cada civilización. La perfecta comunión en el amor preserva a la Iglesia de cualquier forma de particularismo o de exclusivismo étnico o de prejuicio racial, así como de cualquier orgullo nacionalista. Tal comunión debe elevar y sublimar todo legítimo sentimiento puramente natural del corazón humano.

                    CARTA ENCÍCLICA SLAVORUM APOSTOLI DE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS, SACERDOTES, FAMILIAS RELIGIOSAS Y A TODOS LOS FIELES CRISTIANOS EN MEMORIA DE LA OBRA EVANGELIZADORA DE LOS SANTOS CIRILO Y METODIO DESPUÉS DE ONCE SIGLOS, nº11

                     

                    Crisis

                     No llegaba a casi nada. El interés por las cosas de Dios parecía motivado por algún interés. La respuesta era pequeña y muy deficiente. La Iglesia “pasaba de mí”, sólo quiere cubrir una “vacante”… ¿Qué pinto yo en la misión...? ¿Y en la vida…? Todos estos grados de crisis se presentaron en mi trabajo misionero alguna vez. A veces por separado, otras veces todos juntos a modo de vendaval. Si lo dejaba soplar, podría acabar con todo.

                    Recuerdo que el obispo del lugar nos conocía muy bien. Sabía de la dureza de nuestra labor y apostaba muy fuerte por cuidarnos. Nos “obligaba” prácticamente a que buscásemos un momento de relax, a asegurar un descanso. Juntaba a los sacerdotes, religiosos y colaboradores una vez al mes para que cargásemos las pilas. Se hacía deporte, se rezaba, se comía fraternalmente, uno podía confesarse, echarse unos cánticos… un buen desahogo y una toma de oxígeno del bueno. Además, como las distancias eran enormes, la víspera y el regreso ya ocupaban casi otros dos días enteros de viaje. Con lo cual, quien más y quien menos, ya estaba esperando esas jornadas para “desconectar” por completo la cabeza y reponer el corazón.

                    ¡Qué importante no dejar solo a nadie en una crisis! A veces no nos dábamos ni cuenta. Pero basta que lo detectásemos, para que alguien se hiciese presente junto al hermano necesitado. Me consta que las religiosas hacían otro tanto entre ellas. Incluso, puede que con más detalle y finura. Las crisis son muy subjetivas: uno describe lo que siente; normalmente, no se corresponde con lo que ven y aprecian los demás y, desde luego, nada tienen que ver con la visión positiva y amorosa que Dios tiene de nosotros.

                    Tardé en relativizar los problemas y la magnitud del trabajo que teníamos por delante. Como decía un viejo amigo: “tú no tienes que hacer nada, convéncete. Dios ya sabe cómo manejarse. Tan solo ama y hazle caso”.

                     

                    El padre Silvio invirtió mucho tiempo y energías para aprender la lengua, costumbres y cultura de los dinka. Con frecuencia solía visitar las aldeas y se detenía a charlar con la gente. A menudo pasaba largas horas en diálogo con los ancianos, a la sombra de algún árbol. Siempre iba a pie; a veces se pasaba hasta 15 días fuera de la misión. Llevaba con él lo mínimo indispensable: un altar portátil para la misa, algunas medicinas para los enfermos, tabaco para los ancianos y agua potable, junto con la comida y una muda para cambiarse de ropa.

                    P. S.

                    • Etapa 13

                      En el mundo moderno hay tendencia a reducir el hombre a una mera dimensión horizontal. Pero ¿en qué se convierte el hombre sin apertura al Absoluto? La respuesta se halla no sólo en la experiencia de cada hombre, sino también en la historia de la humanidad con la sangre derramada en nombre de ideologías y de regímenes políticos que han querido construir una « nueva humanidad » sin Dios.

                      Por lo demás, a cuantos están preocupados por salvar la libertad de conciencia, dice el Concilio Vaticano II: « La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa ... todos los hombres han de estar inmunes de coacción por parte de personas particulares, como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros dentro de los limites debidos ».

                      El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues « las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud , todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad. Por eso, la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro ». Hay que decir también con palabras del Concilio que: « Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, tienen la obligación moral de buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad ».

                      CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MISSIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LA PERMANENTE VALIDEZ DEL MANDATO MISIONERO, nº8

                       

                      LOS MEDIOS

                      Otra fuente de quebranto e inquietud nace de la carencia de medios de todo tipo. Medios materiales, por supuesto. Pero también medios espirituales y humanos para atender al mayor número de personas posibles del mejor modo. “Echadle imaginación”, nos recomendaban, ilusos, muchos de los que nos querían dar consejo desde fuera. Pero de sola imaginación no se vive. Gracias a la “loca de la casa” llevé adelante muchos proyectos, pero me hubiese gustado no vivir en un continuo ahogo financiero y contar con los brazos de algún trabajador más de la mies de Dios.

                      Poco a poco comprendí que la eficacia de contar con todos los medios al alcance es muy relativa: imaginemos a un padre que llega a casa muy cansado después del trabajo. Traía un regalo para su hijo, que cumplía años. El crío llegó sin saludarle ni nada, arrebató el regalo de sus manos, sin mirarle; ni siquiera dio las gracias. Otros me habían comentado que si contásemos con bienes abundantes, la subida de la soberbia en nuestra alma sería más extrema que la del recibo de la luz en la pospandemia.

                      Necesitaba confiar mucho más en Dios. Y como no había nada, ningún producto o bien con los que ayudar a esa buena gente. Cuanto mayor sea la confianza, más crecerá el deleite, la felicidad de la vida. Es muy probable que el testimonio de un cristiano que confía en su Señor, se abandona a Él y trata de mejora cada día…

                      Hoy por hoy, la escasez de medios y una pastoral en continuo desarrollo material pone el acento en que Dios se encargará de un asunto que ya ha sido puesto en sus manos. Nadie tiene derecho a atribuirse lo que Dios ya ha dispuesto desde los orígenes. No tenemos derecho a pedir subvenciones, pero Dios siempre nos concede liquidez. Además, hay un “contrato” tácito de los misioneros con la Providencia divina: no recuerdo una sola ocasión en la que tuviese imperiosa necesidad de algo, que no acabase apareciendo por manos de un donativo, de una ayuda particular, etc.

                       

                      En una carta a un amigo sacerdote le escribía: “siempre estamos de acá para allá. Las dificultades hacen la vida más amena. A pesar de las muchas dificultades, un misionero es siempre feliz allí donde se encuentra. ¿Por qué? Porque el corazón del que ayuda y se desvive por los demás siempre está contento”.

                      P.A.

                      • Etapa 14

                        Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: « Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).

                        Este envío es envío en el Espíritu, como aparece claramente en el texto de san Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre le ha enviado a él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.

                        23. Las diversas formas del « mandato misionero » tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los Apóstoles: « A todas las gentes » (Mt 28, 19); « por todo el mundo ... a toda la creación » (Mc 16, 15); « a todas las naciones » (Act 1, 8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: « Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos » (Mc 16, 20).

                        CARTA ENCÍCLICA
                        REDEMPTORIS MISSIO
                        DEL SUMO PONTÍFICE
                        JUAN PABLO II
                        SOBRE LA PERMANENTE VALIDEZ
                        DEL MANDATO MISIONERO, nº 22, 23


                        Aconsejado

                        Cada día doy con consejos y los recibo. Aunque no los busque. Uno trata de encomendarse al Espíritu Santo para acertar en el modo de ayudar y acompañar a estas personas. Muchas veces no tengo ni idea de lo que decir ni de cómo enfocar sus muchos problemas. Pero me he dado cuenta de que lo más importante es que esté con ellos.

                        Así, al menos, valoraba yo la presencia de mis fieles, junto a mí, en el modo más sencillo y humilde que eran capaces de concebir. Yo aprendía mucho de los que guiaban mi misión: el obispo, la congregación, el superior más inmediato… ¿Cómo hacían conmigo para que yo pudiese “transportarlo” a los demás? Sintetizando algunos rasgos diré que le quitaban importancia a muchas cosas. A veces odias escuchar “esto no tiene importancia” pero con el tiempo, ves que es objetivamente cierto; que quitar hierro es lo mejor y deja el problema en su justa medida. Agradecen tu labor; no estás en la misión para que te adulen continuamente pero sentirte valorado anima. No todo es trabajar, sino vida compartida. Conmigo lo hicieron y yo procuraba hacer partícipes a los demás de mi propia vida, aceptando la entrada en algunos hogares o grupos de personas que te abrían su alma y su confianza.

                        Practicábamos todos algo básico: vivir al día. Hasta ahí debía llegar nuestra preocupación, como muy lejos. Reforzar nuestra salud física, mental y espiritual nos garantizaba tener fuerzas para ser fermento entre los demás. Teníamos muy poco tiempo pero nos gustaba prepararnos bien, aprendiendo, informándonos de cómo hacer las cosas, de contenidos doctrinales, culturales y hasta profesionales para arreglar grifos, preparar unos alimentos, vendar una herida o dar clases de apoyo a los alumnos con dificultades.

                        Paciencia abundante y dejar a un lado los prejuicios. Conmigo lo hacían y a mí me salía hacerlo. Discreción para no enredar ni hablar de la vida de nadie. Al mismo tiempo, una sana exigencia para trabajar bien, corregir los defectos o aspirar a la mayor dignidad de la persona humana. Dominarse, siendo muy comprensivos. En mi caso concreto, obedecer bien, con grandes dosis de sinceridad. En eso se fijaba mucho la gente: sin dar cuenta a nadie de tus actos, ellos tampoco respondían comprometidamente.

                        Dios le pague a tanto donante conocido o anónimo sus pequeños esfuerzos. En la misión se convierten en sorprendentes puntos de apoyo que amparan la vida de una comunidad, una aldea, un poblado entero…

                        • Etapa 15

                          Los Apóstoles, movidos por el Espíritu Santo, invitaban a todos a cambiar de vida, a convertirse y a recibir el bautismo. Inmediatamente después del acontecimiento de Pentecostés, Pedro habla a la multitud de manera persuasiva « Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" » (Act 2, 37-38). Y bautizó aquel día cerca de tres mil personas. Pedro mismo, después de la curación del tullido, habla a la multitud y repite: « Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados » (Act 3, 19).

                          La conversión a Cristo está relacionada con el bautismo, no sólo por la praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos a todas las gentes y a bautizarlas (cf. Mt 28, 19); está relacionada también por la exigencia intrínseca de recibir la plenitud de la nueva vida en él: « En verdad, en verdad te digo: —dice Jesús a Nicodemo— el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios » (Jn 3, 5). En efecto, el bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos unge en el Espíritu Santo: no es un mero sello de la conversión, como un signo exterior que la demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

                          Todo esto hay que recordarlo, porque no pocos, precisamente donde se desarrolla la misión ad gentes, tienden a separar la conversión a Cristo del bautismo, considerándolo como no necesario. Es verdad que en ciertos ambientes se advierten aspectos sociológicos relativos al bautismo que oscurecen su genuino significado de fe y su valor eclesial. Esto se debe a diversos factores históricos y culturales, que es necesario remover donde todavía subsisten, a fin de que el sacramento de la regeneración espiritual aparezca en todo su valor. A este cometido deben dedicarse las comunidades eclesiales locales. También es verdad que no pocas personas afirman que están interiormente comprometidas con Cristo y con su mensaje, pero no quieren estarlo sacramentalmente, porque, a causa de sus prejuicios o de las culpas de los cristianos, no llegan a percibir la verdadera naturaleza de la Iglesia, misterio de fe y de amor.77 Deseo alentar, pues, a estas personas a abrirse plenamente a Cristo, recordándoles que, si sienten el atractivo de Cristo, él mismo ha querido a la Iglesia como « lugar » donde pueden encontrarlo realmente. Al mismo tiempo, invito a los fieles y a las comunidades cristianas a dar auténtico testimonio de Cristo con su nueva vida.

                          Ciertamente, cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella, no sólo porque debe ser preparado para el bautismo con el catecumenado y continuar luego con la instrucción religiosa, sino porque, especialmente si es adulto, lleva consigo, como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día.

                          CARTA ENCÍCLICA
                          REDEMPTORIS MISSIO
                          DEL SUMO PONTÍFICE
                          JUAN PABLO II
                          SOBRE LA PERMANENTE VALIDEZ
                          DEL MANDATO MISIONERO, nº47

                           

                          El plan

                          En los pocos metros cuadrados de un poblado o una aldea de las misiones uno tiene complejo de hormiga. Es verdad que, normalmente ha de recorrer muchos poblados y grandes extensiones para atender a más gente pero el sentimiento de “insignificancia” le acompaña. 

                          Mucha gente piensa que seguir el plan de Dios es perder las perspectivas que uno se hubiese podido hacer para la propia vida. Yo a veces comparo mis sueños iniciales y me río… ¡Es que no puedo parar! Menuda birria de planteamientos comparado con lo que he llegado a presenciar gracias a seguir el plan que Dios me ha propuesto. Las misiones superan cualquier sueño. Nada hay comparable. Creo que nada me hubiera hecho tan feliz. Ahora lo veo muy normal, la vida de cada día. Pero realmente es como vivir un sueño, una aventura constante. A mí me encanta. No contaba con esto pero ahora no lo cambiaría por nada.

                          Dios no es el de los reproches. El de la exigencia tenebrosa. Eso sí, sabe mejor que nadie lo que nos conviene y también “se la juega” un poco porque quiere llevar a cabo sus planes contando con la libertad de las personas. Y eso es muy arriesgad. A veces no sale bien. Pero no sé cómo, él siempre le saca partido. Cuando nos encomienda una misión, que Él mismo podría haber resuelto de otro modo, es porque quiere que se lleve a cabo con nuestro “toque” más personal, único e irrepetible; de un modo “artesano”. Nadie más puede aportar eso que es tan peculiar de cada uno. Por eso no tengo duda alguna en que tratando de cumplir su voluntad somos lo mejor de nosotros mismos. “Ser uno mismo” es el mejor modo de llevar a a cabo el plan de Dios.

                          Un plan de futuro y esperanza para mí y los cristianos que de aquí han salido. Un plan liberador que deja mucho margen a la libertad personal para concretarse. Un plan aterrizado en las circunstancias propias del individuo, de la época y del lugar. Un plan que involucra al 100%. Habría que estar muy enfermo para vivir despreocupados de esta gente que se me ha encomendado.

                          Si cantase con Bon Jovi, “It´s my life”, diría: la misión “no es una canción para los corazones rotos; no (es) una oración silenciosa para los que han perdido la fe. Yo no voy a ser solo una cara entre la multitud, tú vas a escuchar mi voz cuando grite bien alto. Es mi vida, es ahora o nunca”. En esta tierra “no voy a vivir para siempre; solo quiero vivir mientras siga vivo.

                          Es mi vida”. Y yo se la regalo.

                           

                          Todo este trabajo manual y va siempre acompañado de éxitos pastorales. Aquel era un tiempo en el que la gente acudía literalmente en masa a las Misiones: los niños y los jóvenes en busca de una mejor educación y los enfermos a la espera de atenciones médicas. Sin embargo, todas estas actividades no distraían a los misioneros de su trabajo de predicar la buena Nueva del Evangelio y de la fe en Jesús. Los catecumenados estaban llenos y con frecuencia había tandas de gente preparadas para recibir los sacramentos del Bautismo, la Confesión, la Comunión y la Confirmación.

                          P.A.

                          • Etapa 16

                            Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y promotora de desarrollo, precisamente porque lleva a la conversión del corazón y de la mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de esta vida. Es la perspectiva bíblica de los « nuevos cielos y nueva tierra » (cf. Is 65, 17; 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), la que ha introducido en la historia el estímulo y la meta para el progreso de la humanidad. El desarrollo del hombre viene de Dios, del modelo de Jesús Dios y hombre, y debe llevar a Dios. He ahí por qué entre el anuncio evangélico y promoción del hombre hay una estrecha conexión.

                            La aportación de la Iglesia y de su obra evangelizadora al desarrollo de los pueblos abarca no sólo el Sur del mundo, para combatir la miseria y el subdesarrollo, sino también el Norte, que está expuesto a la miseria moral y espiritual causada por el « superdesarrollo ». Una cierta modernidad arreligiosa, dominante en algunas partes del mundo, se basa sobre la idea de que, para hacer al hombre más hombre, baste enriquecerse y perseguir el crecimiento técnico-económico. Pero un desarrollo sin alma no puede bastar al hombre, y el exceso de opulencia es nocivo para él, como lo es el exceso de pobreza. El Norte del mundo ha construido un « modelo de desarrollo » y lo difunde en el Sur, donde el espíritu religioso y los valores humanos, allí presentes, corren el riesgo de ser inundados por la ola del consumismo. « Contra el hambre cambia la vida » es el lema surgido en ambientes eclesiales, que indica a los pueblos ricos el camino para convertirse en hermanos de los pobres; es necesario volver a una vida más austera que favorezca un nuevo modelo de desarrollo, atento a los valores éticos y religiosos. La actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el « desarrollo integral », abierto al Absoluto.

                            CARTA ENCÍCLICA
                            REDEMPTORIS MISSIO
                            DEL SUMO PONTÍFICE
                            JUAN PABLO II
                            SOBRE LA PERMANENTE VALIDEZ
                            DEL MANDATO MISIONERO, nº59


                            Obstáculos

                             Si los miembros de la Iglesia tuviesen sus propias “olimpiadas”, las madres de familia participarían en la maratón o en halterofilia, los hijos en gimnasia rítmica o en los “fútboles” y “baloncestos” que tanto les gustan. Los misioneros participaríamos en las “carreras de obstáculos”. Es lo nuestro. Nosotros les llamamos “desafíos”. Tantas veces hemos visto cómo caen y se superan sin que sepamos cómo. Pero también la otra cara de la moneda: aparecen mil y una dificultad que ni habíamos contado con ella.

                            El sacrificio que exige la propia vida y la tarea. El comenzar como extranjeros con una lengua distinta, una diferente visión del mundo, una climatología, comida o geografía que no tiene nada que ver con la que le vio nacer… Pero Dios es un experto en trabajar con dificultades.

                            Los peores obstáculos son los internos. Los que, de algún modo, alimentamos nosotros mismos: la falta de unidad; la falta de amor en las tareas que emprendemos (la misión es mucho más que elaborar folletos, tener reuniones e, incluso, que atender necesitados; la falta de obediencia o humildad para depender sólo de Dios y no pensar que somos autosuficientes… Y luego los de siempre: finanzas, salud, hambrunas, “enamoramientos” en el lugar de origen o en el de destino, miedos, secuestros, guerras, terremotos, traumas psicológicos… Todo tiene arreglo, pero requiere atención.

                            La gente me dice que no puede levantar la mirada y la imaginación cuando los misioneros les contamos nuestras pequeñas historias y testimonios. Ellos saben que no es una película. Que es difícil. Pero se dan cuenta de que es necesario que llevemos a Jesucristo a esos lugares porque a Él mismo le encantaría estar allí. Modestamente, es lo que se intenta.

                             

                            “De nuevo en África, ahora ya por cuarta vez- Me encuentro fenomenal y no tengo pesares. Disfruté estando entre vosotros. Sin embargo, es aquí y ahora cuando de verdad me siento como en mi casa. Mientras cruzaba el puente sobre el Nilo en Pakwach, me sentí como que hubiera regresado a mi madre patria. Viendo de nuevo estos lugares en los que trabaje durante tantos años, me sentí como que aquí hubiera nacido. Cuando la gente se acercó para saludarme, me sentí como rodeado de familiares alegres que hubieran venido para saludar a un miembro de su propia familia. Estoy feliz de encontrarme aquí ahora”. Aunque los misioneros que trabajaban en Pakwach debían ausentarse a temporadas del lugar para recuperarse de las enfermedades tropicales, el padre Antonio nunca se quejó y escribió así a un amigo: “cuando uno trabaja para el Señor, la vida siempre es bella. Aquí en Pakwach estoy trabajando con la misma intensidad que lo hice estando en Parombo, mi corazón siempre rebosa de alegría”.

                            P.A.

                            • Etapa 17

                              La espiritualidad misionera se caracteriza además, por la caridad apostólica; la de Cristo que vino « para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos » (Jn 11, 52); Cristo, Buen Pastor que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10). Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo.

                              El misionero se mueve a impulsos del « celo por las almas », que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente. El amor de Jesús es muy profundo: él, que « conocía lo que hay en el hombre » (Jn 2, 25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada.

                              El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. EL misionero es el « hermano universal »; lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia.

                              Por último, lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: « Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella » (Ef 5, 25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es « la solicitud por todas las Iglesias » (2 Cor 11, 28). Para todo misionero y toda comunidad « la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia ».

                              CARTA ENCÍCLICA
                              REDEMPTORIS MISSIO
                              DEL SUMO PONTÍFICE
                              JUAN PABLO II
                              SOBRE LA PERMANENTE VALIDEZ
                              DEL MANDATO MISIONERO, nº89

                               

                              Corregir

                               El rumbo de la misión es algo que no sólo se debe mirar desde dentro. Cuestiones como ésta deben medirse también desde lejos, con cierta perspectiva. Y lo digo yo, que siempre odié las valoraciones “desde un despacho” sobre el trabajo que se realiza en la arena. Pero ahora que yo estoy en la “arena”, en la “harina”, en estos “fregaos”, también necesito que opinen desde fuera.

                              Para corregir el rumbo necesitas otros ojos diferentes, calmados, pausados y que te quieran. Cuántas veces la tentación ha sido: “lo del pozo de agua no saldrá nunca; ¿vale la pena tanto esfuerzo por la catequesis en la aldea? Imposible que alguien nos ayude; puede que yo no valga para esto…” No se trata de copiar las soluciones que a otros les funcionan, sin más. Siempre trato de quedarme con lo bueno pero “el trasplante” no funciona todas las veces. Y también hay muchas cosas positivas que no sabes valorar pegado a ellas (cuántos niños se han alfabetizado; qué gran trabajo de promoción de la mujer menospreciada; qué intensa es la piedad de los que se han preparado para la confirmación…). Tiene “delito”, pero a veces no lo ves, preocupada la mente con mil y una filigranas.

                               Siempre nos recomiendan dejar atrás el pasado, los miedos o las justificaciones. Avanzar procurando no repetir los errores, que también los hay. Asumiendo las consecuencias del “nadie es perfecto” y de las dificultades propias que no van a desaparecer del día a la noche. Gracias a Dios existen muchas personas positivas y honestas que colaboran marcando un rumbo sano y seguro. Que confían más que uno mismo en Dios y en el ser humano. Que te proponen ideas, aunque sea de un modo informal, pero que pueden acertar y, sobre todo, que no te engañan; a veces evalúan mejor que uno mismo.

                              En la misión, el premio no siempre es llegar. Muchas veces es el propio camino que hemos emprendido. Y con mucho, no tirar la toalla y volverlo a intentar porque la gente que el Señor te ha confiado no tiene voz, o se la han silenciado y tú eres lo único que les queda.

                               

                              Tras sus primeros votos Liliana comenzó a prepararse para trabajar en las Misiones. Una vez que hubo completado un curso en la escuela Montessori, en vista a su futuro trabajo como maestra de preescolar, fue destinada a Uganda y estuvo encantada con su nuevo trabajo. “He aprendido a tocar el piano para poder captar la atención de los niños africanos. Ya sé que a ellos les encanta la música. Entre canción y canción, les hablaré de Jesús. Mi familia será muy numerosa, además debo aprender su lengua para hacerlos realmente míos”. Liliana era consciente que esto era algo parecido a un sueño, pero la sangre africana ya había comenzado a correr por sus venas.

                              H.L.

                              • Etapa 18

                                El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una verdad que hace libres y que es la única que procura la paz del corazón; esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.

                                De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla.

                                Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad sin reparar en sacrificio. Muchos eminentes y santos Pastores nos han legado el ejemplo de este amor, en muchos casos heroicos, a la verdad. El Dios de verdad espera de nosotros que seamos los defensores vigilantes y los predicadores devotos de la misma.

                                Doctores, ya seáis teólogos o exégetas, o historiadores: la obra de la evangelización tiene necesidad de vuestra infatigable labor de investigación y también de vuestra atención y delicadeza en la transmisión de la verdad, a la que vuestros estudios os acercan, pero que siempre desborda el corazón del hombre porque es la verdad misma de Dios.

                                Padres y maestros: vuestra tarea, que los múltiples conflictos actuales hacen difícil, es la de ayudar a vuestros hijos y alumnos a descubrir la verdad, comprendida la verdad religiosa y espiritual.

                                EXHORTACIÓN APOSTÓLICA                                                   
                                DE SU SANTIDAD
                                PABLO VI

                                "EVANGELII NUNTIANDI"

                                AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES
                                DE TODA LA IGLESIA ACERCA DE LA EVANGELIZACIÓN
                                EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO, nº 78


                                Frutos

                                 Si yo mismo buscara los frutos que la misión debe obtener, parecería que mis únicas aspiraciones son terrenas. Tengo esperanza en que la vida de estas personas mejore y se dignifique y que puedan sentir la alegría de haber descubierto a Jesucristo y de que les acompañe durante toda su vida y más allá… Para eso me preparo, rezo y entrego diariamente. Pero no salgo con la cinta métrica para ver cómo va creciendo la tarea misionera que Dios plantó.

                                Antiguamente, algunos pretendían calcular los frutos misioneros con la estadística: número de bautismos, matrimonios, confesiones… pero pronto comprendieron que esta no es una labor empresarial. Dios ha prometido que ningún esfuerzo evangelizador se perderá; dentro o fuera de las misiones. Es una tarea de toda la Iglesia, lo cual tranquiliza, porque los misioneros no somos los salvadores del mundo. Eso ya lo hizo Jesucristo.

                                Más que en ningún otro lugar, en las misiones no se puede ser “cortoplacistas”. No nos desgastamos por el reconocimiento de los demás o para llenar estadios. Tal vez, incluso, la entrega que sembramos en un determinado lugar, Dios quiera hacerla fructificar muy lejos de aquí. Una vez entraron a hacer un reportaje sobre uno de nuestros colegios y los entrevistadores, al terminar, exclamaron: “todo es normal, pero qué buen ambiente se respira aquí. Y parece natural, sin artificios”. Nunca me lo había parado a pensar pero ese resultado no ha sido cosa nuestra, sin más. El “buen olor de Cristo”, su Espíritu, por allí campando, tiene mucho que ver con ello.

                                Al igual que un hogar corriente puede destilar una especial fragancia (orden, calma, buena educación, colaboración, limpieza, respeto, aprecio…), así también el Espíritu Santo va dando fruto sin que sepamos cómo. Amor, paz, gozo, paciencia, comprensión, amabilidad, generosidad, bondad, fidelidad, humildad, mansedumbre, dominio propio… son algunos términos que emplea la Escritura para detectar el rastro del Evangelio sembrado.

                                Hoy en día hay quien sostiene que el modo de medir si hay buenos cristianos en una comunidad es si evangeliza. Si da testimonio hacia “fuera”, si escucha a la gente y la acompaña. Si cuida a los que encuentra al Señor en su vida. Si no le importa variar lo que “siempre se hizo así”… La misión, como el propio Jesús, “hace nuevas todas las cosas”. Esa creatividad me encanta.


                                A su paso, las lluvias traían nueva vida. Tanto los mayores como los niños daban la bienvenida a las lluvias con sus ojos apuntando al cielo, al igual que lo hacía el suelo que se abría para coger el agua. En África, la lluvia es signo de bendición- La primera vez que Liliana vio una tormenta tropical quedó como petrificada y maravillada ante el volumen de agua que caía y se maravillaba como algo podría sobrevivir, por ejemplo las chozas locales construidas con barro y hierbas secas, los campos de mandioca, mijo y sorgo, o los caminos de tierra. De hecho, muchos de los puentes sobre los ríos del distrito a menudo eran barridos por la fuerza del agua y los humedales de Lira se convertían en lagos tan solo transitables en canoas.

                                H.L

                                (…) En esas zonas de la ciudad, infinidad de niños pobres buscaban algún resto de comida que los ayudará a sobrevivir entre las montañas de basura. Con la ayuda de Cáritas Internacional, Liliana abrió una cocina popular, muy cerca de la escuela primaria, para alimentar a los niños. En pocas semanas, su cocina preparaba cientos de comidas cada día. Literalmente Liliana mi día rodeada y asediada por los niños, nacidos y crecidos entre las basuras. Con el corazón roto ante tantos niños famélicos, lo que de verdad ansiaba era disfrutar de algún momento de paz y soledad.

                                H.L.

                                • Etapa 19

                                  Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).

                                  EXHORTACIÓN  APOSTÓLICA
                                  EVANGELII GAUDIUM
                                  DEL SANTO PADRE
                                  FRANCISCO
                                  A LOS OBISPOS
                                  A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
                                  A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
                                  Y A LOS FIELES LAICOS
                                  SOBRE
                                  EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
                                  EN EL MUNDO ACTUAL, nº49

                                   

                                  Help!

                                  Los múltiples frentes pastorales que tiene abiertos una actividad misionera llevan a pedir ayuda “sí” o “sí”. Por regla general no nos gusta “molestar”. Pero en la misión o lo haces o te mueres de asco; tiras fuerzas por la borda sin que haya servido para nada la “autoinmolación”. De hecho, he visto cómo les ayuda a los demás el que pidas su colaboración. Les remueve de su comodidad. Ponen en juego lo mejor de sí mismos. La generosidad que practican les transforma por el amor que sale de ellos y el que reciben… Creo que todo son ventajas. Hay quien no lo hace; pero creo que no se puede esperar mucho de esas personas en cualquier otro campo. Dios me perdone si he prejuzgado. Sin nombrar a nadie, hablo por la experiencia de algunos años.

                                  Cuando el misionero pide ayuda, aseguro que no es por mera comodidad suya. Los misioneros le han dicho a Dios y a la Iglesia: “cuenta conmigo para todo lo que yo pueda hacer”, y ellos sólo piden un “cuenta conmigo” en la medida de las posibilidades de cada uno. Porque la misión no es sólo cosa de los misioneros. Nos concierne a todos los cristianos.

                                  El orgullo, la desconfianza o el no saber cómo romper el hielo, pueden llevar a no pedir ayuda. Pero si el mismo Cristo la pidió… Lo que no podemos “vender” como misioneros es que “todo está controlado”; nada más lejos de la realidad. La ayuda no llega automáticamente, con un chascar los dedos al solicitarla. Pero si se pide en concreto, acotada por un tiempo y por lo que buenamente cada uno puede dar, sin exigencias pero desde la humildad fraterna; dando facilidades: “te abrirán en tal sitio; te esperará él para acompañarte…” y, por supuesto, no criticando, ni hablando mal.

                                  Decía una misionera: “todo el mundo sabe, a poco que lo haya practicado, que pedir ayuda es un acto de valentía. Pues en la misión donde estoy, somos los más valientes del mundo…”


                                  19  A los 18 años, Teresa, al igual que ya habían hecho dos de sus hermanas antes que ella, decidió emigrar a Suiza en busca de trabajo para mantener a la familia. Encontró un trabajo en una fábrica de textiles en Baar, un municipio del cantón de Zug, y se alojó en un hostal local dirigido por las hermanas de la Santa Cruz. Fue en un convento cercano y escuchando algunas hermanas que habían trabajado en misiones donde Teresa sintió que Dios la estaba llamando a la vida misionera.

                                  H.T.

                                  Escribió: “Por fin me encuentro en la tierra de mis sueños”. Teresa fue enviada a la comunidad de Netia, al norte del país, donde se dedicó a la educación: primero como maestra de preescolar y más tarde como directora de la escuela primaria de la Misión. Siempre sacaba tiempo de donde fuera para escuchar a sus alumnos, a los padres y al resto de los maestros y a la gente que acudía a ella en busca de ayuda y consejo. Cuando no estaba en la escuela, le encantaba salir a las capillas de la misión para rezar con la gente.

                                  H.T.

                                  • Etapa 20

                                    La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.

                                    La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas. Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles[51]. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.

                                     

                                    EXHORTACIÓN  APOSTÓLICA
                                    EVANGELII GAUDIUM
                                    DEL SANTO PADRE
                                    FRANCISCO
                                    A LOS OBISPOS
                                    A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
                                    A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
                                    Y A LOS FIELES LAICOS, nº 46, 47

                                     

                                    Soledad

                                    Un capítulo específico lo merece el tema de la soledad, a mi parecer. En la misión nunca estás solo. Puedes intentar aislarte para la oración, para dar un paseo deportivo, para echar una cabezadita… pero hasta es peligroso tenerlo por costumbre o practicarlo sin avisar a nadie porque la lista de peligros y amenazas sería interminable (fieras, malvados, deshidratación, enfermedades, etc., etc.). A un misionero le preocupa, además, la soledad de los suyos; a veces tenemos la sensación de que viven (vivimos, junto a ellos) en un pozo inhóspito, sin salida, al que no nadie quiere acercarse para escuchar los gritos de auxilio que desde dentro se elevan. Cuidarse es muy importante para poder cuidar a los demás.

                                    Comparto la suerte de muchos de mis compañeros y hermanas religiosas, que tenemos una congregación, amigos, familia, feligreses, que se preocupan casi “exageradamente” de nosotros y de la misión en la que trabajamos. Creo que esto es la tónica común en los de mi gremio. Pero creo que debo opinar sobre el contraste entre lo que dejé en la “civilización” (ahora me río de este concepto preconcebido: la misión me parece un sitio más civilizado que la selva de asfalto que dejé atrás) y lo que encontré aquí:  en Europa tenía muchas cosas virtuales, tecnológicas, compras, series… pero no por ello era más feliz. El cultivo de las relaciones humanas sí se acerca más a esa felicidad que añora el ser humano. Aquí la vida se basa en ellas.

                                    He aprendido que no es lo mismo “sentirse” que “estarlo”. Que “saliendo de mí mismo” y dejando de darle vueltas al “ombligo” del egoísmo, no tengo tiempo para aburrirme o “autopensarme” hasta el mareo. Algún día me descubro irascible por algún cabreo pero en seguida me arrepiento. Las necesidades de mi gente me desarman y me interpelan y en seguida descubro que no tengo derecho a “cabrearme”. Vuelvo mucho a Dios, que me llena el alma y me acompaña día y noche. En vez de libros de autoayuda, invito a viajar a las misiones. No en plan “tenía que haber servicio militar otra vez”, pero sí que cambiarían muchas cosas de “país rico” que llevamos dentro.

                                    Un misionero colega contaba que durante 7 años celebró la Misa él solo en un poblado. Fue duro pero él sabía que estaba allí porque Dios deseaba estar en ese lugar, como el alma de todas las cosas. Y eso daba sentido a su misión. Hasta que Dios quiso hacer visible el fruto de aquella soledad acompañada.


                                    El padre Ezequiel había sido nombrado responsable, dentro de la Misión de Cacoal, del cuidado pastoral de los católicos en la zona de Aripuana. En julio se dedicó a visitar la zona en compañía de Adilio de Souza, presidente de la federación local de sindicatos, para apoyar a los campesinos y tratar de evitar enfrentamientos con los guardias de seguridad empleados por los hacendados y para intentar buscar soluciones amigables a las disputas de las tierras.

                                    P.E.

                                    • Etapa 21

                                      Un desafío importante es mostrar que la solución nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros. Eso es lo que hoy sucede cuando los creyentes procuran esconderse y quitarse de encima a los demás, y cuando sutilmente escapan de un lugar a otro o de una tarea a otra, quedándose sin vínculos profundos y estables: «Imaginatio locorum et mutatio multos fefellit». Es un falso remedio que enferma el corazón, y a veces el cuerpo. Hace falta ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad.

                                      92. Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno. Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc 12,32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad!

                                      EXHORTACIÓN  APOSTÓLICA
                                      EVANGELII GAUDIUM
                                      DEL SANTO PADRE
                                      FRANCISCO
                                      A LOS OBISPOS
                                      A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
                                      A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
                                      Y A LOS FIELES LAICOS
                                      SOBRE
                                      EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
                                      EN EL MUNDO ACTUAL, nº91, 92


                                      Salud

                                       La salud: he aquí una de las preocupaciones típicas de los misioneros pero también de los nativos del lugar, que son de Dios pero que se les escucha poco; no se les da mucha voz. No es que a ellos no les importe; más bien, es que tienen poco tiempo para pensar en ello, tratando de sobrevivir, conscientes de que nadie va a instalar allí de golpe un centro médico o una clínica. El avión del misionero, cuando parte a lejanas tierras, no puede quedar anclado en la sociedad del bienestar ni en las citas programadas de la Seguridad Social. Uno se tira al abandono más absoluto con un humano y comprensible “¡que no nos pase ná!”. Casi todos los misioneros tenemos alguna ventaja especial de atención en nuestras casas madres europeas, por si pasa algo y para que ese respaldo quite un poco los agobios en caso de que se nuble la mente pensando en el “máximo riesgo” que corremos. De algún modo nos sentimos privilegiados y soñamos con implantar para los nuestros hospitales, dispensarios y hábitos saludables que eviten muchos males.

                                      No es bueno arriesgar todos los días. Por ejemplo, recuerdo que un día le llamaron la atención a una hermana por no apreciar los beneficios de la mosquitera. Hubo que explicarle que su entrega estaba muy bien, pero que si ella moría de una picadura de mosquito (no era consciente de que aquí sí puede pasar) dejaría huérfana a toda su comunidad cristiana durante mucho tiempo. Entonces hizo como san Pedro (“Señor, no sólo los pies, sino también la cabeza…”) y se prodigó con todo lo necesario e hizo campaña pedagógica entre los más pequeños. Llegó a instalar, para risa de todos, unos botes de esos contra las velutinas en las que caían todo tipo de bichos.

                                      Descanso y alimentación regularizados. Los misioneros tendemos a la anarquía en nuestros hábitos saludables, ante la tentación de ayudar todo el tiempo. Pero eso es “pan para hoy y hambre para mañana”. El cuidado de los sentimientos y las emociones creo que debe ir en paralelo. Un compañero se sinceraba conmigo: “El celibato me ayuda a sentirme padre espiritual de toda esta gente. Y una especie de otro Cristo en medio de la aldea. Pero cuando no lo he entendido así, sin esa visión sobrenatural, he buscado mis compensaciones con algunas personas encantadoras, llenas de cariño hacia mí. Mi camino es otro, hoy lo he aprendido. Mi corazón necesita poderse ensanchar sin medida, para que quepan cuantos Dios quiera”. Con la de adelantos que hay hoy para una mejor salud ¡qué pena que no lleguen a todos! No pierdo la esperanza de que la misión crezca también en este ámbito.


                                      “Los estudios son difíciles”, escribió, “pero tengo que prepararme bien para las Misiones”. Uno de sus compañeros de clase escribió sobre él: “Egidio era muy distraído. A menudo parece que lo hacía a propósito”. Sin embargo, a pesar de sus luchas académicas, nadie nunca dudó de su dedicación. El día de su profesión perpetua escribió: “este es un paso muy importante para mí. Pido al Señor que me de fuerza para entregar mi vida por completo a las Misiones”.

                                      (…) El terror y el caos se adueñaron del país. “Mi trabajo consiste en convencer a esta gente para que acepten la idea del perdón como algo sagrado, pero es una tarea sumamente ardua cuando ellos están convencidos que lo realmente sagrado aquí y ahora es la venganza”.

                                      P.E.

                                      • Etapa 22

                                        Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida. Pero siempre con la paciencia de quien sabe aquello que enseñaba santo Tomás de Aquino: que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar bien alguna de las virtudes «a causa de algunas inclinaciones contrarias» que persisten[133]. Es decir, la organicidad de las virtudes se da siempre y necesariamente «in habitu», aunque los condicionamientos puedan dificultar las operaciones de esos hábitos virtuosos. De ahí que haga falta «una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio»[134]. Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: «El tiempo es el mensajero de Dios».

                                        EXHORTACIÓN  APOSTÓLICA
                                        EVANGELII GAUDIUM
                                        DEL SANTO PADRE
                                        FRANCISCO
                                        A LOS OBISPOS
                                        A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
                                        A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
                                        Y A LOS FIELES LAICOS
                                        SOBRE
                                        EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
                                        EN EL MUNDO ACTUAL, nº171


                                         Los “otros”.

                                        El pertenecer a una nueva familia, en las misiones (compañeros, feligreses, amigos, etc.) no significa que el misionero se mezcle tanto en su destino que vaya a borrar parte de su personalidad, adquirida donde tiene sus raíces. Pero lo cierto es que han nacido nuevos lazos y compromisos. Poco a poco el “buey” misionero va siendo más de donde “pace” que de donde “nace”.

                                        La experiencia de los misioneros más veteranos les lleva a afirmar que no se puede sincerar uno con cualquiera. Sólo entre los que te comprenden de verdad y comparten el propio ministerio se convierten en receptores válidos de un desahogo y de un modo de ver las cosas con fundamento. No todo el mundo se pone en la piel del misionero. Para algunos es “ontológicamente” imposible.

                                        Quizás, lo que llama profundamente la atención es la radicalidad “donante” de los que menos tienen. Siempre pasó así: no da el que más tiene, sino el que menos. En proporción y en calidad. En amor. Además atesoran ese orgullo divertido, ese honor, por el que no desean que su ofrecimiento sea despreciado. Aceptamos sus muestras de solidaridad con cariño y mezclándonos con ellos, sin diluirnos, pero otorgándoles toda la dignidad que se merecen. ¡Cuántas veces les hemos visto sufrir y qué pocas quejarse! No sé cómo logran conservar la alegría. Desde luego son mucho más recios que nosotros y no les ha quedado margen para muchos caprichos.

                                         El mundo necesita un hermanamiento urgente con los países de misión. A nivel institucional los problemas han enquistado el desarrollo. A nivel personal, aún existen muchas posibilidades inexploradas. Dios nos une con unos lazos muy superiores a los de la sangre.

                                         

                                        “Aunque no tengo la preparación académica para ser sacerdote, podría llegar a ser un Hermano. También ésta es una maravillosa vocación”. Se acercó al misionero y compartió con él lo que pasaba por su mente. Estuvieron en contacto a través de correspondencia epistolar hasta que, por fin, durante la segunda guerra mundial Egidio acompañado por su padre ingresó en el postulantado para hermanos. Todos los que estudiaban en este Seminario tenían la oportunidad de combinar los estudios de carpintería, mecánica, agricultura, con los estudios para la vida religiosa. Los misioneros encargados de la escuela pronto se percataron que Egidio poseía buenas cualidades a la hora de reparar máquinas y herramientas. Así fue como trabajo y estudió para ser mecánico de coches. Luego ingresó en el noviciado y dos años más tarde emitió sus primeros votos. Egidio paso unos meses en Londres aprendiendo inglés y haciendo un curso de tecnología mecánica y a la edad de 23 años partió para África.

                                        los estudios teológicos no fueron fáciles para egidio que por entonces ya contaba con 40 años el 6 de abril de 1974 fue ordenado sacerdote en Milán meses más tarde regreso a Uganda

                                        P.E.

                                        • Etapa 23

                                          El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s).

                                          Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia». Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza». Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.

                                          Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis». El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?». Sin la opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día».

                                          EXHORTACIÓN  APOSTÓLICA
                                          EVANGELII GAUDIUM
                                          DEL SANTO PADRE
                                          FRANCISCO
                                          A LOS OBISPOS
                                          A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
                                          A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
                                          Y A LOS FIELES LAICOS
                                          SOBRE
                                          EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
                                          EN EL MUNDO ACTUAL, nº197, 198, 199

                                           

                                           El regreso.

                                           Las veces que me ha tocado volver (tenemos pautado por salud física, mental, espiritual, etc.) que cada “x” tiempo conviene que volvamos a la casa madre para “reciclarnos”. Las revisiones médicas están a la orden del día. El retomar los orígenes de la llamada vocacional imprime un oxígeno especial en el alma. El verse con los familiares y amigos de la infancia se hace raro. Como dijo uno, “ya eres más de allá que de acá y eso te hace sentir raro”. Pero también hay que ser honestos: muchas veces nos asalta una amarga tentación y piensas que “en tu poblado misionero lo eres todo, un semidiós; y aquí no eres nadie”. Craso error, pero desde el pecado original, el ser humano puede funcionar con ese discurso.

                                          El asunto es que al regresar nos sentimos “desubicados”. Los sentimientos se extreman y no comprendemos o nos parece que no nos comprenden. Suele pasar que la austeridad que arrastras en la misión te haga invulnerable a las comodidades con las que te reencuentras. Las desprecias (en pocos casos ha sucedido al revés, pero sí alguna vez que algún misionero pueda caer desenfrenadamente en las “delicias” materialistas que encuentra al llegar). Los misioneros no somos redentores, pero nuestras experiencias ayudan a mucha gente. La Iglesia lo sabe y suele aprovechar nuestra presencia en territorio “avanzado” para concertarnos citas en colegios, parroquias, grupos, etc. Nos convertimos en “signos” para los demás; sin soberbias pero sabiendo que muchos corazones pueden abrirse más al Señor con este tipo de relatos y escucharle y removerse. Es un milagro del que no sabemos mucho pero del que nos consta que Dios aprovecha para bien.

                                          Son muy divertidas las comidas que organizaba mi familia antes de volverme a África. Todo el mundo me decía que se me notaba mucho que quería volver a la misión. Lo siento si eso quiere decir que no les prestaba atención o algo así. Pero lo cierto es que el corazón estaba muy puesto en aquellas personas. Algo así como lo percibía San Francisco Javier a su regreso al Viejo Continente: “Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa. principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!». Volviendo a las comidas de confraternización, guardo un tierno recuerdo del cariño de los míos, de la ayuda que recaudaban con su párroco para que yo la pudiera invertir en la misión, de los viajes que organicé para que algún familiar mío viniese a ver mi “estilo de vida…”. Somos de todas partes.


                                          El Superior General advirtió a sus miembros a sus Misioneros que si no se encontraban a gusto en el país, se sintieran completamente libres para regresar a sus países de origen. Ni un solo misionero dejó su puesto. Nadie estaba dispuesto a abandonar a la gente local en los momentos de más necesidad. “Hace décadas los misioneros morían por enfermedades y pandemias, ahora morimos a causa de las balas, pero no nos rendimos. No podemos dejar solos a esta gente en momentos de tanta desesperación”. Y continuaron trabajando y viviendo en situaciones de asedio, guiados por el amor de Dios y por su deseo de ayudar a las gentes a las que habían sido llamados a servir. Simplemente permanecieron fieles a su consagración misionera y a servir a la gente sin importarles las tribus, lenguas, culturas o religiones.

                                          P.E.

                                          • Etapa 24

                                            María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?»[213].

                                            EXHORTACIÓN  APOSTÓLICA
                                            EVANGELII GAUDIUM
                                            DEL SANTO PADRE
                                            FRANCISCO
                                            A LOS OBISPOS
                                            A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
                                            A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
                                            Y A LOS FIELES LAICOS
                                            SOBRE
                                            EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
                                            EN EL MUNDO ACTUAL, nº286


                                            Segundas y terceras partes

                                            Cuando uno se reincorpora a su territorio de misión, el recibimiento suele ser muy cálido. De hecho, muchos misioneros lo que echan de menos en los países más ricos es esa efusión del corazón de los “sencillos”.

                                            Algo tira “de vuelta” hacia la nueva tierra descubierta en las misiones. Es como si nos gustase dejar atrás el sinsentido de muchas cosas que consideramos “artificiales” en la vorágine de la sociedad de consumo. Como si los valores positivos y humanizadores de los más humildes del planeta nos hubiese doctorado en una alternativa al estilo de vida que se publicita como “el único atractivo, el de los avances”. Tal vez me “tiro de la moto” sin razón cuando me veo tentado a afirmar que los “más pequeños” se merecen nuestra presencia a su lado; tienen derecho.


                                            Las misiones salvaron la vocación sacerdotal, religiosa o matrimonial de varias personas que conozco. En un momento de profunda crisis se decidieron a probar una experiencia misionera y después dieron “positivo” en todos los “controles” de fervor vocacional y entusiasmo de fe. Se parece mucho a aquella rima marinera: “Quien crea que Dios no existe, que venga por estos mares y verá cómo lo descubre, sin explicárselo nadie”. Eso mismo sucede en las misiones. En ellas no hay segundas o terceras partes. Siempre se está recomenzando, reinventándose.

                                            Tras completar el bachillerato, ingresó en la facultad de medicina, donde se graduó con matrícula de honor como cirujano. Tras un año de servicio militar, Alfredo decidió ingresar en el postulantado de los Misioneros Combonianos. Escribió así a su familia: “cumplí con vosotros estudiando medicina; ahora mi deseo es seguir el camino que Dios quiere para mí”.

                                            P.A.

                                            (…) Al año siguiente, debido a la volátil situación política de Uganda, tuvo que desplazarse a Nairobi con el resto de sus compañeros para continuar con sus estudios de teología. En sus ratos libres, Alfredo trabajaba en un dispensario a cargo de la Iglesia en una zona de chabolas cercana a su lugar de residencia. Esta experiencia hizo que comenzara a reconsiderar su decisión de hacerse sacerdote.

                                            P.A.

                                            (…) Su partida para Mozambique v retrasarse, por lo que él se matriculó en un curso de dos años en la escuela de Medicina Tropical de Liverpool, la primera institución en el mundo dedicada a la investigación y a la enseñanza de la medicina tropical, y en un curso de portugués en Lisboa.

                                            P.A.

                                            (…) “Vivimos en un momento particularmente violento en la historia de este pueblo. El trabajo diario en el hospital de día es enorme: medicina oral, clínicas prenatales, pediatría, oftalmología y cirugías menores. Estoy convencido de que este tipo de salud básica es el más apropiado para la comunidad local”.

                                            P.A.

                                            • Etapa 25

                                              La evangelización es, además, una posibilidad de enriquecimiento no sólo para sus destinatarios sino también para quien la realiza y para toda la Iglesia. Por ejemplo, en el proceso de inculturación, «la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, […] conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovación». La Iglesia, en efecto, que desde el día de Pentecostés ha manifestado la universalidad de su misión, asume en Cristo las riquezas innumerables de los hombres de todos los tiempos y lugares de la historia humana. Además de su valor antropológico implícito, todo encuentro con una persona o con una cultura concreta puede desvelar potencialidades del Evangelio poco explicitadas precedentemente, que enriquecerán la vida concreta de los cristianos y de la Iglesia. Gracias, también, a este dinamismo, la «Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo».

                                              En efecto, el Espíritu que, después de haber obrado la encarnación de Jesucristo en el vientre virginal de María, vivifica la acción materna de la Iglesia en la evangelización de las culturas. Si bien el Evangelio es independiente de todas las culturas, es capaz de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna. En este sentido, el Espíritu Santo es también el protagonista de la inculturación del Evangelio, es el que precede, en modo fecundo, al diálogo entre la Palabra de Dios, revelada en Jesucristo, y las inquietudes más profundas que brotan de la multiplicidad de los hombres y de las culturas. Así continúa en la historia, en la unidad de una misma y única fe, el acontecimiento de Pentecostés, que se enriquece a través de la diversidad de lenguas y culturas.

                                              CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, NOTA DOCTRINAL ACERCA DE ALGUNOS ASPECTOS DE LA EVANGELIZACIÓN, 2007, nº6.

                                               

                                               La gotita

                                              Creo que hablo en nombre del 99,99% de los misioneros si afirmo que nos sentimos los seres más afortunados del mundo al poder entregar la vida donde haga falta. Nos encanta la disponibilidad. Cierto que echamos raíces con facilidad en cualquier parte del planeta y que ese acaba siendo nuestro hogar, nuestra familia. Pero también llevamos la “disponibilidad” en lo más hondo del alma. Tenemos nuestro corazoncito, lógicamente, y el cariño de la gente (el recibido y el que hemos dispensado) hace que nos dé pena la separación. Pero ellos también saben que hemos sido expropiados. Saben que nuestra congregación, como cualquier otra, no les va a dejar abandonados a su suerte. Pero también saben que la Iglesia nos envía. Lo cuento como si fuesen los destinos que despacha un gobierno militar o las misiones del ejército. No es tan así, pero sí que acudimos a las necesidades.

                                              Somos esa “gotita” en un océano, que decía la Madre Teresa de Calcuta. Insignificante, perdida en un lejano rincón del globo terráqueo. Pero cuya vida humedad también compone el mosaico que Dios quiere. Nos afianza el que Dios nos ve como personas únicas e irrepetibles; a nosotros, misioneros  y a cuantos pone a nuestro lado. Ama nuestra minúscula aportación. Nuestro cariño comprometido en medio de la inmensidad. Él está allí, haciéndose presente a través de nuestro ministerio y actuando a través de la gracia sacramental que la Iglesia procura extender. Acompañando a las personas más humildes de la tierra, sus preferidos. Orgulloso de que su misericordia nos haya permitido llamarnos “hijos” y serlo de veras.    

                                               

                                              Cuando el padre Rafael hizo sus primeros votos, a los 19 años, escribió: “sé que la vocación sacerdotal, religiosa y misionera es la gracia más grande que el Señor podría darme. Pido ser admitido a la Vida Religiosa por mi propia santificación y por la salvación de muchas almas; y aunque solo fuera por una de ellas, tenga que dar un día la última gota de mi sangre”.

                                              P.R.                                                                            

                                              (…) El padre Rafael era consciente de la necesidad de hacer algo concreto y con urgencia. Fue capaz de inyectar una dosis de motivación a la juventud para que se organizarán con el fin de cultivar campos de arroz y girasoles garantizar así un adecuado suministro de alimentos. Al estar lleno de iniciativa, no descansaría hasta que hubiera asegurado una vida decente para su pueblo. “La tierra de Uganda es fértil” (afirmaba a menudo) “vamos a cultivarla y habrá alimentos para todos”. Muchos prestaron atención a su mensaje y le siguieron en tal iniciativa. Por eso escribió a un amigo: “Este año he distribuido cientos de azadas y arados. Por suerte, las lluvias han sido excepcionalmente buenas y la gente está recogiendo una excelente cosecha: maíz, nueces, sésamo, patatas dulces, sorgo, girasoles y mandioca, al igual que plátanos y mangos. Antes todo era hambre y escasez. Esperamos que esto haya acabado”.

                                              P.R.

                                              • Etapa 26

                                                La evangelización implica también el diálogo sincero que busca comprender las razones y los sentimientos de los otros. Al corazón del hombre, en efecto, no se accede sin gratuidad, caridad y diálogo, de modo que la palabra anunciada no sea solamente proferida sino adecuadamente testimoniada en el corazón de sus destinatarios. Eso exige tener en cuenta las esperanzas y los sufrimientos, las situaciones concretas de los destinatarios. Además, precisamente a través del diálogo, los hombres de buena voluntad abren más libremente el corazón y comparten sinceramente sus experiencias espirituales y religiosas. Ese compartir, característico de la verdadera amistad, es una ocasión valiosa para el testimonio y el anuncio cristiano.

                                                Como en todo campo de la actividad humana, también en el diálogo en materia religiosa puede introducirse el pecado. A veces puede suceder que ese diálogo no sea guiado por su finalidad natural, sino que ceda al engaño, a intereses egoístas o a la arrogancia, sin respetar la dignidad y la libertad religiosa de los interlocutores. Por eso «la Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas».

                                                El motivo originario de la evangelización es el amor de Cristo para la salvación eterna de los hombres. Los auténticos evangelizadores desean solamente dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido: «Desde los primeros días de la Iglesia los discípulos de Cristo se esforzaron en inducir a los hombres a confesar Cristo Señor, no por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio, sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios». La misión de los Apóstoles – y su continuación en la misión de la Iglesia antigua – sigue siendo el modelo fundamental de evangelización para todos los tiempos: una misión a menudo marcada por el martirio, como lo demuestra la historia del siglo pasado. Precisamente el martirio da credibilidad a los testigos, que no buscan poder o ganancia sino que entregan la propia vida por Cristo. Manifiestan al mundo la fuerza inerme y llena de amor por los hombres concedida a los que siguen a Cristo hasta la donación total de su existencia. Así, los cristianos, desde los albores del cristianismo hasta nuestros días, han sufrido persecuciones por el Evangelio, como Jesús mismo había anunciado: «a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 20).

                                                CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, NOTA DOCTRINAL ACERCA DE ALGUNOS ASPECTOS DE LA EVANGELIZACIÓN, 2007, nº6.

                                                 

                                                Herederos

                                                El misionero alberga un profundo deseo en su corazón de padre y de madre: que alguien continúe su labor. Especialmente, alguien nacido en el territorio de misión; nativos de allí. Sería la más preciosa corona de su tarea entregada durante años. Por eso la labor con las vocaciones se impone como una necesidad de delicadeza incomparable. Como la de quienes trabajan purificando los metales preciosos o la de los floristas que cultivan plantas maravillosas. Sin tratarles “entre algodones”, claro. Pero derrochando muchas energías misioneras en esta tarea. Nuevos apóstoles que vayan tomando el relevo.      

                                                Dios ve el corazón de las personas y sabe quién podrá ser capaz de coger el testigo. Para esta tarea se requieren muchos esfuerzos humanos y sobrenaturales. Vocaciones capaces de generar y regenerar la vida cristiana en el lugar de misión. Allí aparecerá la Iglesia como un nuevo brote que injertar en la sociedad; como sal y luz de las gentes. El sueño de toda vida es el amor y su ejercicio es la vida de servicio a los demás, sin reservarse nada. Encontrando en esa fidelidad el secreto de una alegría verdadera y muy profunda.

                                                 En nuestro mundo globalizado hemos de tener presente que los esfuerzos que hace la Iglesia por sus misioneros, hoy más que nunca pueden redundar en evangelizadores para las propias tierras “ricas” pero inhóspitas para la fe. Ese “tal vez tengan que venir de las misiones a evangelizarnos”, suena cada vez menos a broma imaginaria.

                                                 

                                                “Aquí no ha llovido y la cosecha ha sido muy pobre. Sin embargo, lo peor es la rivalidad política entre los que mandan y aquellos a los que les gustaría mandar. Las autoridades nos malinterpretan a los misioneros porque creen que estamos a favor de la oposición. En cambio, nos mantenemos plenamente al margen de la política. Estamos en las manos del Señor y seguimos adelante con fe. Si puedes, o cuando puedas, por favor, piensa en mis 43 catequistas; es decir, envíame algo para darles y también para la gente que no tiene comida. He encontrado muchos leprosos en el distrito. También a ellos deberíamos ayudar”. El Padre Mario fue un hombre de oración siempre disponible y muy comprensivo. Todo el mundo se sentía a gusto en su compañía.

                                                P.M.

                                                • Etapa 27

                                                  La acción evangelizadora de la Iglesia nunca desfallecerá, porque nunca le faltará la presencia del Señor Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, según su misma promesa: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Los relativismos de hoy en día y los irenismos en ámbito religioso no son un motivo válido para desatender este compromiso arduo y, al mismo tiempo, fascinante, que pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia y es «su tarea principal». «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): lo testimonia la vida de un gran número de fieles que, movidos por el amor de Cristo han emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para anunciar el Evangelio a todo el mundo y en todos los ámbitos de la sociedad, como advertencia e invitación perenne a cada generación cristiana para que cumpla con generosidad el mandato del Señor. Por eso, como recuerda el Papa Benedicto XVI, «el anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todo el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo». El amor que viene de Dios nos une a Él y «nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo en todos” (cf. 1 Co 15, 28)».

                                                  CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, NOTA DOCTRINAL ACERCA DE ALGUNOS ASPECTOS DE LA EVANGELIZACIÓN, 2007, nº13.


                                                  Bofetada

                                                  La sociedad “occidental” lleva tiempo dando muestras de agotamiento. En su capitalismo desaforado. En su consumismo. En su desprecio a ciertos valores y a la dignidad de la persona. El misionero no es vengativo pero desea que no lo contaminen con cantos de sirena. En las misiones uno se vacuna contra ciertos “discursos vacíos”. El modo de vida del que procede le merece respeto pero ya no lo envidia, porque sabe que los sistemas no son buenos ni malos, sino que dependen de las manos de las personas en las que caigan. Sólo desea sacar lecciones en limpio.

                                                  Los misioneros buscamos un impacto duradero en el lugar pastoral que se nos ha encomendado. Confiamos en que la presencia del Espíritu de Cristo allí donde viene, irá preparando el terreno para una verdadera sociedad. Creemos en la fuerza de las personas, al contrario que los regímenes “prósperos”, que confían más en el mercado, la técnica o las leyes “retorcibles”. Implantar los valores, la igualdad, la solidaridad, la inclusión, la valentía, la transparencia, la sencillez o el destino universal de los bienes, constituye todo un reto y una paciencia infinita. Probablemente no se verán frutos en la presente generación. Pero al igual que han crecido los árboles que nacieron hace años, así debe ser que otros los recojan y que en el proceso hayamos aprendido muchas lecciones.

                                                  En las misiones se da mucho protagonismo a las personas. Eso apunta hacia la paz, la cultura, la profesión, etc., cuestiones todas ellas que se nos presentan como metas claras por las que vale la pena luchar. Puede que las tierras de misión constituyan actualmente una “bofetada” moral y social para los países ricos que, aun así, no aprenderán. La bofetada, poco a poco, se transforma en caricia para preparar la dulce llegada del Evangelio.


                                                  En una de sus cartas escribió: “ya siento en mí el deseo de hacerme misionero. Este deseo ha ido creciendo en mí pero el rector del Seminario no me deja marchar porque piensa que aún soy muy joven”. Tampoco su familia estaba de acuerdo pero Luciano ya estaba decidido. En otra carta escribió: “Dios quiere que sea misionero y yo le seguiré sin importarme lo que me cueste. Día y noche no dejo de pensar en otra cosa.A pesar de todo, aún tengo miedo y a veces siento que está llamada no viene de Dios, sino de mi ambición y tengo dudas. Siento que debo dejar mi familia, mi madre y todo aquello que me resulta tan querido. Pero la sola idea de desertar y convertirme en un traidor me hace temblar. Además, la vida misionera es dura, llena de sacrificios; y el peligro de muerte es muy real. Aunque me encantaría ser un mártir, estos pensamientos me preocupan y hacen se sienta miedo de la llamada”.

                                                  P.L.

                                                  (…) El padre Luciano pasaba la mayor parte de su tiempo libre trabajando con la gente local. De carácter alegre y brillante, el padre Luciano poseía un buen sentido del humor y una gran habilidad para hacer amigos. Tras 8 años trabajando en la Misión, Luciano regresó a Inglaterra donde trabajó como director espiritual en el Seminario menor. Más tarde fue nombrado promotor vocacional.

                                                  P.L.

                                                  • Etapa 20

                                                    El Evangelio de la esperanza, entregado a la Iglesia y asimilado por ella, exige que se anuncie y testimonie cada día. Esta es la vocación propia de la Iglesia en todo tiempo y lugar. Es también la misión de la Iglesia hoy en Europa. « Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa ».

                                                    ¡Iglesia en Europa, te espera la tarea de la « nueva evangelización »! Recobra el entusiasmo del anuncio. Siente, como dirigida a ti, en este comienzo del tercer milenio, la súplica que ya resonó en los albores del primer milenio, cuando, en una visión, un macedonio se le apareció a Pablo suplicándole: « Pasa por Macedonia y ayúdanos » (Hch 16, 9). Aunque no se exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y verdadera que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una esperanza que no defrauda. A ti se te ha dado esta esperanza como don para que tú la ofrezcas con gozo en todos los tiempos y latitudes. Por tanto, que el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la esperanza, sea tu honra y tu razón de ser. Continúa con renovado ardor el mismo espíritu misionero que, a lo largo de estos veinte siglos y comenzando desde la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, ha animado a tantos Santos y Santas, auténticos evangelizadores del continente europeo

                                                    EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
                                                    POSTSINODAL
                                                    ECCLESIA IN EUROPA
                                                    DEL SANTO PADRE
                                                    JUAN PABLO II, nº45


                                                    Libres

                                                    La vida del misionero es como un vuelo eterno donde sientes la libertad de no tocar el suelo y poder superar la fuerza gravitatoria de los poderes de este mundo. Libres. Por encima de los estándares materialistas y consumistas de occidente. Somos diferentes. No es virtud especial. Queremos serlo. Necesitamos serlo. Los beneficios de no ser esclavos se muestrean constantemente. “Pasamos” de consignas que no nos llenan. No es cierto que estrenar un coche te dé la felicidad. No es verdad que ir pagando el piso hasta hacerlo tuyo te vaya generando una dicha enorme. No es posible que pasar las noches de juerga te deje contento más allá de la fugacidad de un placer cortito. Todo ello tiene barrotes y cobra un precio.

                                                    El misionero decide, como todo el mundo. Decide adherirse a Cristo porque le da la gana. Ordena su elección al bien y la verdad. Y recibe el encargo de la responsabilidad. La libertad no significa hacer cualquier cosa.

                                                    Pocas cosas dejan un mejor sabor en el alma que la libertad de los hijos de Dios. El saberse pertenecientes a una familia que te quiere, que te deja las llaves de casa, que te reconcilia cuantas veces sea necesario. Que te arropa en todo momento. Así nos impulsa a servir a través de la entrega de amor al prójimo. A dejarse en manos del Espíritu para que guíe su vida. Sólo así se pueden vencer las pasiones desordenadas, por aferrarnos al Sumo Bien que es Dios, en compañía de la libertad edificante de otros hermanos.

                                                    En las misiones tenemos claro también, a nivel humano, que la buena formación contribuye a la verdadera libertad. Cuanto mayor sea el conocimiento adquirido por una persona, elegirá mejor, mejor documentado. Pero también es cierto que hoy, el exceso de información, no necesariamente forma. Por eso hemos de acompañar sus procesos de aprendizaje, guiando, ayudando a interpretar. Nunca decidiendo por ellos. Nunca imponiendo. Siempre motivando el espíritu crítico para que no dejen de pensar.

                                                    Compartir que Cristo nos llena de vida y dignidad y que rompe las cadenas de la culpa, de la ignorancia, de la condena, de la muerte eterna, del miedo, etc. es uno de los placeres más grandes del misionero. Esta libertad alegra el corazón y se refleja en el rostro. Por eso los más pobres ríen con tal desparpajo y sinceridad que el resto nos morimos de envidia.


                                                    “Me dejé caer haciéndome el muerto. Sentía brotar la sangre de una herida en mi hombro pero mi mente estaba despierta y activa. Vi cómo disparaban a los otros cinco misioneros”.

                                                    H:C.

                                                    (…) “Con las ejecuciones concluidas, los arrastraron por los pies al medio del puente y nos arrojaron al río. A mí me tiraron el último. Cuando ya había escuchado con nitidez los cuatro golpes de los otros compañeros al chocar sus cuerpos con el agua (el puente debía estar a una altura de unos 10 metros y el río no tenía más de un metro de profundidad), recuerdo haber pensado: “¿qué va a ser de mí; si al caer mi cuerpo se golpea contra uno de los pilares del puente o contra una roca? Seguro que me ahogo”. Sentí que mis pies golpeaban el agua y luego las rocas, luchando para no ser arrastrado por la corriente. Me agarré con fuerza a uno de los pilares y esperé a que los soldados desaparecieran. Me quedé algún tiempo más, tratando de pensar a dónde ir. Luego me arrastré hasta la orilla y me dirigí hacia la selva. En la oscuridad de la noche, caminando entre las altas hierbas al lado del río, no tenía idea acerca del rumbo a seguir. Por fin llegué hasta una cabaña. Me acerqué y llamé. Un hombre salió a mí encuentro y le conté cómo mis compañeros habían sido asesinados y que ahora yo tenía necesidad de ayuda. Me rogó que me marchara de allí en seguida, ya que podrían aparecer los rebeldes y matarle a él y a toda su familia. Con mi herida aún sangrando, me dirigí de nuevo hacia el puente, mientras escuchaba disparos y gritos en la distancia”.

                                                    H.C.

                                                    • Etapa 29

                                                      Jesucristo confió a su Iglesia la misión de evangelizar a todas las naciones: « Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado » (Mt 28, 19-20). La conciencia de la universalidad de la misión evangelizadora que la Iglesia ha recibido debe permanecer viva, como lo ha demostrado siempre la historia del pueblo de Dios que peregrina en América. La evangelización se hace más urgente respecto a aquéllos que viviendo en este Continente aún no conocen el nombre de Jesús, el único nombre dado a los hombres para su salvación (cf. Hch 4, 12). Lamentablemente, este nombre es desconocido todavía en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad americana. Baste pensar en las etnias indígenas aún no cristianizadas o en la presencia de religiones no cristianas, como el Islam, el Budismo o el Hinduismo, sobre todo en los inmigrantes provenientes de Asia.

                                                      Ello obliga a la Iglesia universal, y en particular a la Iglesia en América, a permanecer abierta a la misión ad gentes. El programa de una nueva evangelización en el Continente, objetivo de muchos proyectos pastorales, no puede limitarse a revitalizar la fe de los creyentes rutinarios, sino que ha de buscar también anunciar a Cristo en los ambientes donde es desconocido.

                                                      Además, las Iglesias particulares de América están llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquéllos que todavía lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza sería erróneo no favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que todavía queda mucho por hacer en América o en la espera de llegar antes a una situación, en el fondo utópica, de plena realización de la Iglesia en América.

                                                      Con el deseo de que el Continente americano participe, de acuerdo con su vitalidad cristiana, en la gran tarea de la misión ad gentes, hago mías las propuestas concretas que los Padres sinodales presentaron en orden a « fomentar una mayor cooperación entre las Iglesias hermanas; enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera del Continente; fortalecer o crear Institutos misionales; favorecer la dimensión misionera de la vida consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animación, formación y organización misional ». Estoy seguro de que el celo pastoral de los Obispos y de los demás hijos de la Iglesia en toda América sabrá encontrar iniciativas concretas, incluso a nivel internacional, que lleven a la práctica, con gran dinamismo y creatividad, estos propósitos misionales.


                                                      EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
                                                      POSTSINODAL
                                                      ECCLESIA IN AMERICA
                                                      DEL SANTO PADRE
                                                      JUAN PABLO II, nº74


                                                      Mudos

                                                      La gente enmudece cuando habla el misionero. No habla la teoría, sino la experiencia. Su predicación lleva la fuerza del testimonio desgarrador y sincero, sin tapujos ni “marketing”. No hablan sus palabras sino sus hechos. Y no habla por cuenta propia sino como un enviado.

                                                      Una hermana misionera se recrea enumerando lo que aprendió en la misión. Más de lo que ella pudo aportar, según dice. La gente de la misión le enseñó mucho sobre su capacidad de perdonar, su aceptación del dolor, su valor en el sufrimiento, su paciencia en la espera, su vivir con lo imprescindible y la gran confianza de colocar siempre todo en manos de Dios. "La gente sencilla nos dio muchas lecciones de resignación, de fortaleza y de fe, siempre vividas con alegría”. Lo repite con frecuencia.

                                                      La labor misionera no comparable a la de una ONG. No es lo mismo. Su trabajo no se dedica sólo al desarrollo material de su pueblo, sino también una labor de desarrollo espiritual. El pueblo lo reconoce desde el primer momento. Los misioneros van a esos lugares por Jesucristo -y por los hermanos- gracias a una llamada muy personal. Las ONG desempeñan una impagable labor y, además, contribuyen a sensibilizar a la gente de los países ricos sobre los problemas de los países más pobres. Pero la Iglesia ayuda de un modo más profundo e integrador. Trae y lleva a Dios.

                                                      El testimonio cristiano en el mundo plural incluye la tarea del diálogo con personas de diferentes religiones y culturas. Pero también sobran muchas palabras cuando las obras de caridad llenan el corazón y hablan a lo profundo del alma.

                                                      El testigo actúa sumergido en el amor de Dios; procura imitar a Jesucristo, vive las virtudes cristianas y crece en ellas. Practica el servicio y la justicia, encuentra sus dones y carismas, junto con el modo de cooperar con ellos en bien de la Iglesia y del mundo. Vive la libertad, respeta y se solidariza con las causas nobles. Estudia. Ora. Une. Pacifica.


                                                       “La Iglesia en Taiwán no se entiende sin el desarrollo que supuso la llegada de los misioneros que tuvieron que salir de la China entre 1949 y 1952. Pero es un error pensar que la fe católica en China se empobreció debido a esa salida masiva. Ahora es muchísimo mayor el porcentaje de cristianos que antes del comunismo. El comunismo, como ha ocurrido en otros países, ha sido un catalizador para muchísima gente que se encontró perdida, que no encontraba respuestas a sus problemas y las halló en el cristianismo. Cuando yo salí de China en 1952 había muchos menos cristianos que hoy”.

                                                      Padre Andrés Díaz de Rábago, S.J., para ABC, 16/10/2019 03:08h (por Laura Daniele)

                                                      • Etapa 30

                                                        “Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19). 


                                                        Entierro

                                                        ¿Dónde se querrá enterrar el misionero? No es una cuestión que le deba robar el sueño, pero es un pensamiento humano que puede surgir con el paso de los años. El misionero ya es universal. No le preocupará demasiado dónde se depositarán sus restos mortales, pero la huella de la tierra de misión ya ha hecho en él profunda mella, y muchas veces se plantea si desde ese punto geográfico le gustaría ser llamado a la eternidad, cuando llegue su momento.

                                                        Para más “inri”, la doctrina centra el tema: “Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día.” Un motivo más para que al misionero se le contagia el famoso “desprendimiento” del abuelo que dice: “haced conmigo lo que queráis cuando me haya ido”.

                                                         La muerte llegará y se encontrará al misionero “con las botas puestas”, sin muchos planes de futuro terrenal y con muchos de esperanza en el cruce de la “frontera” hacia el Amor pleno. Exprimiéndose como un limón. Sucumbiendo como el grano de trigo, del que luego brotará la espiga. Jesús también sufrió libremente la muerte, entregado por entero a la voluntad del Padre. Con ese amor venció.

                                                        Para el misionero, como para el resto de cristianos, la muerte supone también un nuevo comienzo. Exagerando, añadiría: también un merecido descanso. Los misioneros ya saben lo que es viajar lejos.

                                                        La perspectiva de la muerte convierte al misionero en un “disfrutón” de los momentos intensos de la vida. Desea con todas sus fuerzas compartir el tiempo de muchas vidas, dotarlo de intensidad humana y espiritual. Para las personas sin fe, la muerte en como un “salto a la nada”. Para los creyentes, existe una continuidad y más que pérdida, ganancia.

                                                         

                                                        “Ahora mismo llegar a la frontera con Brasil es complicado porque está cerrada, y las personas que tratan de huir de Venezuela, la mayoría de ellos mujeres y niños, lo hacen a través de caminos clandestinos de la selva. Llegan con desnutrición severa, tristes y los pies destrozados de tanto caminar. Los niños tienen capacidad de resistencia, pero están marcados por su extrema vulnerabilidad”. Algunos de ellos enfermos o con algún tipo de discapacidad, requieren de un sistema de aprendizaje especial y acompañamiento. “Escuchamos primero a sus familiares o tutores, sus historias, observamos los comportamientos que tienen, y de esa manera tratamos de acompañarles desde el área de protección de los campos de refugiados, donde les intentamos encaminar en función de sus necesidades sanitarias, educativas, de salud mental, etc.”

                                                        Estos chicos están en edad escolar, por lo que las organizaciones trabajan casa día por asignarles un centro fuera del campo de refugiados en Brasil, aunque no siempre es fácil. Apenas hay plazas en los colegios brasileños para estos menores venezolanos, por lo que quedan sin escolarizar. Para tratar de paliar esta situación, el campo de refugiados de Boa Vista cuenta un área educativa donde celebran actividades lúdicas, de integración o del desarrollo de las capacidades, además de talleres para aprender el portugués, la lengua oficial de Brasil.

                                                        “Los padres no pueden acompañarles porque tienen que buscarse la vida, es decir, hacer algún trabajo de limpieza o de venta ambulante para ganar algo de dinero. Los niños por ello no asisten a la escuela. Hay mucho absentismo escolar en niños venezolanos. Los chicos que llegan de Venezuela normalizan la violencia”. A veces ni siquiera saben distinguir entre lo que es bueno y malo, lo que está bien y mal porque lo normalizan. Para sobrevivir, algunas niñas sufren la trata”.

                                                        Sofía Quintáns, Misionera Franciscana, para misionera franciscana Sofía Quintans para Cadena Cope, del 16 ene de 2021 (por JOSÉ MELERO CAMPOS)