General
“¿Cómo me pudo hacer esto a mí? ¿Cómo es posible que me haya pasado, que mi propio hermano me haya traicionado de esta manera tan ruin y miserable? ¿Por qué, por qué, por qué?”, rebota en tu cabeza sin que puedas frenar el escozor que te quema por dentro, una y otra vez, agitando tus nervios, poniendo en movimiento todas tus energías oscuras y pensamientos negativos, ahondando en la herida, emplazando un abismo entre ti y la paz que tenías antes. Tu hermano, sí, tu hermano te ha hecho una jugada sucia que no esperabas y has perdido dramáticamente, intensamente toda tu confianza en alguien muy cercano. Ira, confusión, decepción, un insondable pesar se han hecho dueños de ti, y tú, caballo desbocado, no encuentras dónde ir. El sosiego ha huido de ti y parece no volver.
¿Te has encontrado alguna vez en una situación semejante? Si no lo has vivido, ¿eres capaz de imaginarlo y ponerte en la piel de una persona que haya experimentado un problema similar? Intenta vivir o revivir este escenario por un momento, utilizando tu memoria o la fantasía. Una vez estés dentro de este contexto y de este personaje, ¿qué harías, cómo desenredarías la madeja y lo resolverías? ¿Cómo limpiarías el rastro de sangre que este tipo de conflicto inevitablemente deja tras de sí, dentro de ti? Piénsalo un minuto.
Por más vueltas que le des, por más justificaciones que ensayes, la llave que abre la puerta a la quietud es el perdón. Sé que estás muy dolido y tienes motivos para enfadarte, lo sé perfectamente, pero no recuperarás tu calma mientras no resuelvas perdonar, perdonar a quien te ha ofendido, perdonar a quien tanto mal te ha procurado. Perdonar sin excusas. Perdonar y punto.
Y por otra parte, pensándolo bien, ¿no has hecho de las tuyas alguna vez? Tú, ¿no has creado conflictos, sembrado tempestades, ocasionado apuros a otras personas, quizá muy cercanas? Haz memoria. ¿Cómo está tu baúl de los disgustos? Mucho o poco, siempre algo hay. No es agradable mirarlo, ¿verdad?, pero debes ser justo con todos: con los demás y contigo mismo. Tienes cosas de las que pedir perdón. Eres barro, una fragilidad que rompe y se rompe; necesitas doblar la rodilla y solicitar reconciliación.
Ambas situaciones, la de perdonar y la de pedir perdón, nos ponen, te ponen en el camino de la paz, en el camino de la perdonanza. ¿No te apetece recorrerlo? Te propongo treinta días haciendo el Camino de Santiago de manera virtual para meditar sobre estas cuestiones, mirando hacia arriba y caminando hacia delante, si te parece bien. Creo que te ayudará y te hará bien. Ven conmigo.