Topic outline

  • General

  • 1 BONDAD

    “Maestro, ¿qué es lo bueno?”; o “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno…?; o también: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer…?” Suena a Mt 19,16. Resulta muy difícil definir cómo es la Bondad. En este mundo, para la época actual, tal vez habría que emprender su búsqueda desde la Verdad y la Sinceridad. Éstas se vuelven imprescindibles para establecer una primera confianza. Entablamos las relaciones humanas con gran cautela, pues sabemos que el engaño o, simplemente, la conveniencia están muy extendidos. Sólo en el bien descansa nuestro corazón. Y cuando éste encuentra bondad sabe que está siendo acogido como peregrino de la vida.

     

    Carl Ludwig "Luz" Long fue el atleta alemán que ayudó a Jesse Owens a conseguir uno de sus oros olímpicos. Owens había fallado dos veces en una ronda clasificatoria de salto de longitud. Aquel histórico 4 de agosto de 1936, Long aconsejó al saltador norteamericano que retrasase un poco su marca para asegurar que no pisaría el límite, porque le estaba penalizando esa reiterada falta; el alemán había visto el potencial de Owens y calculó que le sobraría para clasificarse. El siguiente salto de Jesse Owens fue un éxito y le catapultó hacia el oro olímpico. Long obtuvo la medalla de plata. La inicial rivalidad abrió paso a un profundo reconocimiento y una sincera amistad entre ambos deportistas.


    • 2. COMUNICACIÓN

      “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34)

      El fluir comunicativo es condición para una adecuada acogida. Las relaciones se establecen en un adecuado clima de diálogo que ha de ser establecido en igualdad de condiciones. Sin conductas preestablecidas. Sin abandonar o disimular la propia esencia. Sin avasallar. La lengua es uno de los vehículos mejores para la comunicación aunque es verdad que existe también una comunicación no verbal que posee un gran valor. Como la que da el testimonio, los hechos, la conducta honrada y coherente. En muchas ocasiones las palabras se las lleva el viento y quedan los hechos. De ahí la importancia de que éstos nazcan de las convicciones más profundas y sirvan para transmitir la bondad del corazón.

      Contaba un universitario extranjero que durante una clase (aún no sabía español al 100%) terminó unos ejercicios junto a varios de sus compañeros y se lo dijo al profesor: «Somos listos.» El profesor, comprendiendo la “vacilación linguüística” respondió: «¡Qué bien! ¿Y estáis listos también?».


      • 3. TECHO DE ACOGIDA

        “Levantaron la techumbre por el sitio en donde se encontraba y, después de hacer un agujero, descuelgan la camilla en la que yacía el paralítico” (Mc 2,4)

         Uno de los mayores desconciertos del ser humano actual es la posibilidad de encontrarse sin techo donde cobijarse y, por extensión, la posibilidad de tener un hogar. Puede que alguien haya tenido que abrirse paso solo en la vida o pase por una etapa de “aventura” en un momento “nómada” de su existencia por cuestiones de trabajo, de una ruptura matrimonial o deseo de soledad… aun así, un techo garantiza reposo, guarecerse, reponerse, avituallarse… evitar caminar “a tumbos”, de un lado para otro sin una referencia clara ni una pequeña seguridad por si llueve o si se cierran las puertas de la sociedad. Al peregrino le gusta buscar estrellas y recrearse en su contemplación; orientarse por ellas; pero también sabe que el cielo se nubla inesperadamente y por eso valora sobremanera la importancia de un techo bajo el que cobijarse. Y, mejor, un techo con el alma de unos buenos anfitriones.

        La dura infancia del jugador de la NBA Taurean Prince fue muy dura. Con 12 años vivía con su padre. Tras el divorcio con su madre se había metido en problemas e, incluso, había pasado por la cárcel. Pero Taurean quiso que no viviese solo. Un día su padre le anunció que, aunque trabajaba seis días a la semana, no ingresaba el dinero suficiente y tal vez perderían su casa. Era la casa de su abuela, pero tras haber fallecido ella, no eran capaces de sostener sus gastos. Fueron al Ejército de Salvación, quienes les facilitaron una habitación, sin televisión, ni muebles, ni nada. Pero sintiéndose muy afortunados por no quedarse en la calle, completamente desamparados. Prince compartió baño con otras 15 personas. El acceso se cerraba a las 10 de la noche, con lo cual Prince debía llegar antes de esa hora, tuviese entrenamiento o no. Si el baloncesto lo retrasaba, su padre le esperaba fuera. Así, pedían que les dejasen entrar a los dos juntos. A veces funcionaba y a veces no. En ese caso no tenían techo para pasar la noche y si no conseguían que algún amigo les alojase en su casa, sólo podían quedarse en la calle.


        • 4. ESCUCHA

          “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28)

          La sociedad habla demasiado. Aunque diga cosas buenas y muy interesantes, el barullo de tanta variedad junta de mensajes puede convertirse en un barullo insoportable y provocar e anonimato de las inquietudes que un peregrino lleva dentro, deseando desahogarlas y compartirlas para dibujar el mapa de su propia vida y orientarse. También busca luz y brújula para sus propios pasos. Por eso el fenómeno de la acogida no estará completo sin alguien que escuche. Alguien capaz de atender con interés profundo. Alguien que no trate con el “peregrino número tal”, sino que se situará ante una tierra sagrada donde Dios quiere habitar. Cuando quien acoge escucha así, aprende mucho; no adoctrina; acompaña; aporta su experiencia, su humildad, su propiedad alquilada y su misión “receptora”. Sin forzar. Sin prejuicios. Porque es instrumento de un Padre que le encarga al hijo el cuidado de un hermano.

          La hija de un matrimonio (9-10 años) salió corriendo del colegio y abrazó a su padre: “Papi, papi ¿sabes qué? Los papás de mis amiguitos no los escuchan cuando éstos les hablan”. Lo decía como si hubiese hecho un gran descubrimiento, aunque decepcionante para su inocencia. Su padre trató de explicarle las dificultades de muchos padres y madres en su diario acontecer y la hija lo comprendió, a su infantil manera, agradecida por encontrar en su padre a un gran interlocutor. Éste lo comentó con otras familias del colegio: “mirad, lo que para mi hija es un acontecimiento extraño, ya lo he observado yo hace mucho tiempo.” Después de aquella reflexión, una madre de la Asociación de Padres de Alumnos proyectó una actividad que resultó un éxito para sensibilizar a todos. La meta era fomentar la escucha a los hijos. Se trataba de una representación teatral titulada “Pago por tu tiempo”. En ella, una enfermera introducía a una niña en la consulta de un médico que era su padre. Éste protestaba: “¿Qué haces aquí? ¡No tengo tiempo! ¿No ves que estoy trabajando? La hija respondía que había ahorrado el dinero de su paga para costear una consulta. Venía como paciente para ver si así su padre la escuchaba: “en casa siempre me dices que estás muy cansado”. Al final, el doctor abrazaba, avergonzado, a su pequeña, atendiéndola como algo más que una paciente; escuchándola sin obstáculo alguno.

          • 5. RESPETO

            “Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos” (Mt 7,12)

            Cada uno tiene unas características propias. Una historia irrepetible. Unas circunstancias y unas personas que le rodean que acaban por moldear su libertad. Luego él aportará su decisión y su empuje únicos. Y elegirá. El respeto por la peculiaridad de cada persona como criatura “original” y amada por Dios intensa y particularmente, constituye una de las características de la delicadeza de quien acoge. Valorar quién es el peregrino; aquello por lo que pasó; la libertad que le ha sido concedida y sobre la que nadie más tiene poder de coacción; la capacidad de verlo y tratarle como a un igual o, incluso, como alguien a quien servir, imitando ese misterioso abajamiento de Cristo cuya pasión dominante consiste en dar la vida por sus hermanos más pequeños.

             

             Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su difunta esposa. En un sepulcro cercano, otro hombre (de nacionalidad china) depositaba un plato con arroz. Asombrado le preguntó al oriental: “¿De verdad cree que la persona difunta va a venir a comerse el plato de arroz?” “Por supuesto”, respondió el chino , “cuando su familiar difunta venga a oler las flores con las que usted le obsequia”.

             


            • 6. ALTRUISMO

              “Quien entre vosotros quiera llega a ser grande, sea vuestro servidor” (Mt 20, 26)

              En muchas relaciones humanas, especialmente en el ámbito de la convivencia, las leyes y la justicia humana, se exige una reciprocidad como condición para el respeto y la aportación al bien común. Quien acoge, en cambio, sabe que ha de ir un paso más allá con las personas en peregrinación, con esos huéspedes especiales. No se puede pedir que devuelvan todo lo invertido en ellos. Que el peregrino actúe en igualdad de condiciones con quien le acoge. No es lo mismo estar de paso; no es lo mismo vivir de prestado… Las personas encargadas de la acogida saben cuál es su misión: han recibido el don de custodiar una posada, de la que tampoco son dueños ni caseros absolutos. Con ellos han sido generosos, ellos así han de serlo también con los demás. Ahí se juega parte de su testimonio. No son juguetes a merced de los caprichos de los peregrinos pero no buscan una compensación por su abnegada tarea.

                Su nombre es Oleg. Se trata de un ciudadano ucraniano. Durante el siglo pasado, su tierra ha sido golpeada con fuerza en la Segunda Guerra Mundial. En 2014 se desató en la región un nuevo conflicto armado que trajo muerte y destrucción. Fue entonces cuando este “superhéroe” estableció un hogar seguro para las personas mayores que habían quedado aisladas por la guerra. Consciente de la indefensión de estos ancianos, Oleg dejó su trabajo y cruzaba la línea del frente arriesgando su propia vida en busca de alimentos y material de primera necesidad. Hubo de cargar en sus propias espaldas con los más impedidos para sacarlos de los lugares más peligrosos donde habían quedado aislados. Algunos le decían que estaba loco, que no debería hacer algo así. Pero él siempre respondía: “¿Y cómo podría dormir por la noche?”. Ante gente vulnerable que lo había perdido todo y que se convertían en refugiados, Oleg supo comprometerse de un modo muy profundo.

              • 7. ACOMPAÑAMIENTO

                “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14)

                Muchos peregrinos viajan con heridas; otros buscan respuestas y dirección para la ruta que han emprendido en su vida. Tanto si han de reparar su salud, como si han de recibir un consejo, alguien ha de atender a sus preocupaciones. Incluso ha de haber dispuesta una acogida que les provoque y les haga caer en la cuenta de que no se trata sólo de caminar sin rumbo. Si quieren una pequeña planificación, el esbozo de un mapa o una mano amiga para cerrar bien la mochila después de aligerar su peso, la acogida debe funcionar. Y para este trabajo hace falta tiempo, antes que ninguna otra cosa. Quien acoge no puede enredar con lo superfluo y olvidar el corazón de los que Dios le ha traído. Buscará compartir los momentos, hacerse presente, dejar que la gracia que vive en su alma se derrame como por ósmosis a su alrededor y “contamine” con bendiciones a sus recién llegados peregrinos. Algo que no se olvida fácilmente.

                 

                Esther Azorit trabajó desde Sevilla para la ONG Solidarios en un programa de acompañamiento para personas mayores durante el confinamiento en tiempos de covid-19. Nunca había ejercido un voluntariado como este. Alrededor de las seis de la tarde, durante el momento más fuerte de la pandemia, Esther llamaba a Rosario Caballero, “Marichu”, una mujer que esperaba al teléfono como quien aguarda la llegada de un ángel de la guarda. Marichu tenía 82 años por aquel entonces y un puñado de soledad dispuesta a “devorarla”. La ONG las puso en contacto y enseguida comenzaron a conversar como buenas amigas. Preocupaciones, desahogos, tiempo juntas…  "Hay veces que le pides cosas a Dios y no te las concede y, de repente, te pone en tu vida a alguien como Esther", decía Maruchi, agradecida con tan buena compañía.

                 


                • 8.- Compromiso

                   “Permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.” (Jn 15,10)

                   

                           Nadie puede imponer su presencia y su persona a los demás. Pero sí puede haber un ofrecimiento sincero y generoso. Sin avasallar pero con humilde interpelación. El que acoge tiene la experiencia en propia carne o por haber atendido a otros peregrinos de que éstos necesitan seguridades. No sirve una recepción “pusilánime” que no garantiza la tranquilidad del refugio. Cuando los “caminantes” encuentran a alguien capaz de un pacto de amor y de servicio, saben que allí estarán seguros. Se saben importantes, reforzados en su autoestima para continuar viaje al poco tiempo. Defendidos y a salvo mientras estén allí. Y querrán copiar ese “pacto”, esa “alianza” que refuerza los lazos entre quienes algún día fueron hijos de un mismo Padre y pronto volverán a serlo de nuevo.

                           Cierto día, entró un joven en una joyería y pidió un anillo de compromiso. “Deme el mejor que tengan”, encargó. El dependiente llegó con una hermosa pieza austera en las formas, discreta, pero de gran trabajo y valor. El muchacho sonrió satisfecho al contemplarlo y, tras preguntar el precio, se disponía ya a pagarlo. “¿Se casará usted pronto con la afortunada?”, preguntó el vendedor. “No”, respondió el joven. “Ni siquiera tengo novia. El anillo es para mi madre. Cuando yo iba a nacer estuvo sola. Alguien le aconsejó que debía deshacerse de mí y así se ahorraría muchos problemas. Pero ella se negó, permitiéndome el regalo de la vida. Y, ciertamente, hubo de enfrentarse a muchísimos problemas. Para mí lo fue todo: madre, padre, hermana, amiga, maestra… En cuanto he podido he querido hacerle este regalo. Ella nunca recibió un anillo de compromiso. Quiero dárselo porque si ella hizo todo por mí, deseo que sepa que yo haré todo por ella. Tal vez después me toque a mí comprar otro anillo de compromiso… aunque sería el segundo.”


                  • 9. Explicar

                    “Pero a solas, explicaba todo a sus discípulos” (Mc 4,34)

                     

                             La comunicación pedagógica es otra cualidad de la persona acogedora que ha de poner en práctica con los peregrinos que se le han confiado. Quienes van llegando por el Camino de la vida no tienen por qué saberlo todo. Tal vez no hayan visto aún la “luz”. Es aquí donde el “don de la palabra” cobra una gran importancia. Además de un esfuerzo por hablar lenguas nuevas y conectar con el propio idioma de cada uno, el lenguaje de los corazones comunica. Así como estamos hechos de un porcentaje enorme de agua y ello nos es común, todos estamos configurados para el Amor. Y esto es lo que permite comunicarnos. Si hay amor, las personas se entienden. De lo contrario no existe más que confusión. La riqueza enorme que Dios nos ha dado para que le encontremos en cada lugar de acogida debe ser explicada y puesta a disposición.

                             El maestro José Antonio Fernández Bravo cuenta en algunas de sus conferencias una anécdota de su época docente. Una vez entró en un aula y les dibujó a los niños pequeños un rectángulo. Y los niños le dijeron “te faltan los ojos, y la nariz, y la boca…” y le cantaron una coplilla “el rectángulo tiene ojos, el rectángulo tiene nariz, el rectángulo es feliz…” Se la había enseñado otra “profe”. Fernández Bravo podía haberles dicho a los alumnos que esa otra profesora estaba equivocada (los rectángulos no tienen ojos, ni orejas, etc….) que “rectángulo” es una palabra que identifica a una forma; que la forma es una propiedad de los objetos, etc. Pero optó por otra vía. La de reconocer el buen trabajo de aquella maestra. Y se aprendió la canción que sabían los niños. Al día siguiente fue él quien les propuso una nueva canción. Al preguntarle a los alumnos si querían aprenderse su canción, todos dijeron que sí, por el gesto de él haberse aprendido primero la de ellos. Fernández Bravo es más partidario de “aprender a saber” que de “aprender a aprender”. “Es importante que a través del rectángulo los alumnos sean más listos y mejores personas”.

                            


                    • 10. Integración

                       “Quien recibe al que yo envíe a mí me recibe” (Jn 13,20)

                       

                               Cuando se llega a un lugar nuevo, sea de modo definitivo o sea de paso hacia la meta, para que funcione la acogida, el peregrino debe sentirse integrado. No es un extraño. De hecho, es como de la familia. Esta es la clave. No necesita una atención con características diferentes, como la que se le daría a un “bicho raro” o a un personaje pintoresco. “Uno de los nuestros” es quien ha venido de parte del Señor. “Uno de los nuestros” ha de sentir dentro de sí el peregrino respecto a quienes les reciben en su tierra, en su casa, en su hogar. Pensaremos, decidiremos y actuaremos como un solo cuerpo, no como dos “clases sociales” o dos vías de tren que nunca llegan a juntarse.

                               Un grupo de militares de Ecuador “Héroes del Cenepa” han pasado a un estado que se denomina “servicio pasivo” (algo así como lo que se denominó en España “reserva transitoria”). Han ideado un sistema de olimpiadas internas en las que llevan a cabo varios tipos de competiciones deportivas (fútbol, vóley, baloncesto, etc.). Se sienten muy orgullosos de ello porque pueden estar juntos de un modo nuevo. Debido a sus destinos profesionales han ejercido su profesión en cualquier parte del país e, incluso, en el extranjero, con lo cual el tiempo que han dedicado a sus familias ha sido escaso y de calidad deficiente, por lo general. Su familia ha sufrido cambios de domicilio, emergencias, tensión ante peligros diversos… Por eso los campeonatos deportivos que organiza esta asociación, refuerzan los lazos entre los militares y sus familias y entre los propios compañeros del ejército desde un clima de diversión, distendidamente, donde todos pueden ejercer la solidaridad y el trabajo en equipo. Ellos mismos se sorprenden de la respuesta tan exitosa a estas convocatorias. Las dificultades de edad, movilidad o salud no constituyen un impedimento, pues todos acaban encajando en alguna de las tareas que se llevan a cabo.  

                      • 11. Descanso

                        “Encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,29-30)

                         

                                 El cuerpo y el alma necesitan descansar. Se nos ha metido en la cabeza que necesitamos ir corriendo a todas partes, hacer rápido las cosas y con gran eficacia para que podamos llegar a muchos frentes y poder luego… ¡descansar! Pero esto parece un ideal eterno que no alcanzamos nunca. Siempre hay un montón de cosas que hacer y los individuos de esta sociedad viven estresados. Cambiar de actividad; bajar el ritmo; alejarse de las pantallas y los teléfonos durante espacios reponedores; dosis de silencio… Los rincones salvajes de la naturaleza que han logrado esquivar el asalto de la acción del ser humano le recuerdan a él mismo que hay otra vida. Una más acompasada con los designios del Creador. Una que no fomenta tanto la ambición, sino la espera hacia la patria definitiva. ¡Bendito el lugar que permite al peregrino descansar y reponerse de la dura fatiga para acometer de nuevo su andadura!

                                 Un grupo de turistas norteamericanos recorría un encantador rincón marinero de la costa gallega. Entonces uno de ellos ve a uno de esos “lobos de mar” tirado a la sombra de un barco en dique seco. Se le acerca y le pregunta:

                        - Hola amigo, ¿cómo estar tú?.

                        - Muy bien jefe, aquí descansando.

                        - Dígame, ¿por qué usted no trabajar más en la pesca?.

                        - ¿Y para qué?.

                        - Para tener grandes capturas y vender más.

                        - ¿Y para qué?.

                        - Así tú poder ganar más dinero y comprar barco grande.

                        - ¿Y para qué?.

                        - Con el barco poder salir más lejos a pescar más cantidad de peces y venderlos para ganar más dinero.

                        - ¿Y para qué?

                        - Para tener una casa bonito y vivir tranquilo y descansar.

                        - ¿Y qué estoy haciendo?

                        • 12. Alegría

                          “El amigo del esposo, el que está presente y le oye, se alegra mucho con la voz del esposo” (Jn 3,29)

                           

                                   Si el peregrino logra una acogida en condiciones, su cabeza se ve libre de grandes preocupaciones. Rima y todo. Porque las facilidades que recibe no le ahorran las etapas que le quedan. También sabe que no podrá quedarse en ese lugar para siempre, aunque vuelquen en él un trato exquisito o las mejores viandas. Cuando hay una sincera atención que nace del amor y no posee intereses egoístas, eso se nota. Se traduce en una apertura limpia del corazón acogedor que encuentra otros corazones agradecidos. Y de ahí brota la alegría. Y si el peregrino sabe apreciar el trasfondo cristiano de la acogida se siente conectado con Aquel que constituye su Meta. Existe una fraternidad universal que el espíritu humano desea con todas sus fuerzas. Porque somos hijos de un mismo Padre. Si esto es cierto, somos llevados en volandas, confiando en quien se empeña más que nosotros mismos en nuestra propia felicidad.

                                      El fiel escudero Sancho Panza aconseja a D. Quijote, que cabalga ensimismado en su desdicha por el encantamiento de su señora Dulcinea, transformada en aldeana:

                          “Estos pensamientos le llevaban tan fuera de sí que sin sentirlo soltó las riendas a Rocinante, el cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la verde yerba de que aquellos campos abundaban. De su embelesamiento le volvió Sancho Panza diciéndole:

                          “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muéstrese como los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué decaimiento es éste? ¿Estamos aquí o en Francia?”.

                          (Cap. XI 2º Parte de El Quijote)


                          • 13. Compartir

                            “Dad y se os dará” (Lc 6,38)

                             

                                     Dicen que los mejores acogedores no son los “gestores” capaces de dotar al peregrino de cuanto necesite durante su estancia. Existe alguien mejor: quien ofrece lo propio de uno, sin necesidad de gastar mucho o devanarse los sesos consiguiendo cosas, gentes, rutas… Un aspecto muy concreto del “compartir” más “sabroso” que existe es el intercambio de los propios sentimientos. Algo que parece lo más personal e íntimo a la persona, puesto en común produce la “chispa” que enciende un encuentro. Claro que hace falta saber con quién compartimos algo así, para no quedar expuestos a la burla o al aprovechamiento de gentes sin escrúpulos. Quien acoge, sabe que un sentimiento recibido por parte de un peregrino le sitúa en un terreno altamente sagrado. Y lo cuida.

                            Una tarde, un hombre se acercó a la Casa de las Misioneras de la Caridad y les expuso el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. La Madre Teresa de Calcuta tomó algo de arroz y fue a verlos. Los ojos de los niños brillaban a causa del hambre. La madre de los muchachos tomó el arroz, lo dividió en dos partes y salió. Madre Teresa, extrañada le preguntó a su regreso: “¿Qué ha hecho usted con la mitad del arroz?” La señora respondió: «Ellos también tienen hambre». Sabía que los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre. ¡Qué preocupación por los demás! Cuando se sufre o se padece una grave necesidad no se suele pensar en los demás. Por eso esta madre de familia fue tan especial. Había tenido el valor de amar y de dar a los demás; el valor de compartir. A la Madre Teresa le preguntaban con frecuencia cuándo terminaría el hambre en el mundo. Y ella respondía: “Cuando aprendamos a compartir”. Sostenía que cuanto más tenemos, menos damos; y cuanto menos tenemos, más podemos dar.


                            • 14. Alimento

                              “El que viene a mí no tendrá hambre” (Jn 6,35)

                               

                              “Al ser humano se le gana por el estómago”. Se trata de una idea muy antigua en todas las civilizaciones. Quienes han cerrado algún trato con una buena mesa de trasfondo, sabe que las cosas siempre son más fáciles allí. Porque la capacidad social del ser humano necesita expansionarse y aprovechar ese momento dulce de la creación que supone el arte del buen comer. ¡Ojalá en todas partes de la tierra se pudiese siquiera alimentarse bien! Pero una vez más el peregrino sabe que “no sólo de pan vive el hombre”. No desea comer los productos “arrojados” como quien los lleva al zoológico y los reparte entre aquellos exóticos animales. Desea el calor de un hogar que hace de la comida su mejor expresión de cariño acogedor. El propio Jesucristo enmarcó su despedida de esta tierra y su Eucaristía permanente en el marco de una Cena fraterna. El alimento repone el cuerpo; el amor que lo acompaña, cuida el alma con finura.

                              Una cocinera relataba que, a pesar de una temprana vocación, con cuatro años hubo de ser ingresada por negarse a comer. No encontraba motivación alguna para llevarse un bocado a la boca. Su madre inventaba todo tipo de “trucos” para que ella y otros dos hermanos se alimentasen bien: por ejemplo, disfrazar la verdura añadiéndole otros productos de sabores más apetecibles. Horas y horas discurriendo y cocinando. Un esfuerzo casi en vano… Un día, a los 12 años, vio cómo su madre llevaba a cabo una “actuación estelar”: coció una patata, judías y col. Se lo sirvió con elegancia maestra. De su plato salía un fotogénico humillo que logró embobar a esta hija. Luego lo aderezó con un chorrito de aceite, vinagre y sal. A la pequeña le pareció una auténtica belleza. Como colofón, metió en la boca el primer bocado y dijo con gran placer y felicidad: “¡¡umhhmm qué rico!! La cara de aquella madre no se le borró jamás a su hija.

                              Tras un momento de silencio, la niña le pidió permiso para probar aquel plato. Su madre estaba encantada en su interior ante semejante petición. Desde aquella prueba, la pequeña se convirtió en una gran chef, apasionada por la cocina. En la actualidad disfruta como pez en el agua entre fogones e invita, sin miedo, a la gente a su restaurante. Dice que esa tranquilidad contribuye al buen sabor de las cosas que cocina.


                              • 15. Aseo

                                “Limpia primero el interior de la copa, para que llegue a estar limpio también el exterior” (Mt 23,26)

                                 

                                         ¡Cuántas enfermedades se han evitado con la ampliación de la higiene y el aseo en la actual sociedad! De hecho, si esas mismas condiciones pudiesen ser llevadas a los países más pobres, crecería el grado de salud en ese lugar. El poder asearse dignifica a la persona. El peregrino lo agradece mucho. En cuanto puede, aunque le suponga esfuerzo, desea recuperar su limpieza inicial, su arreglo. Eso le hace volver a la autoestima de quien no ha de disimular sus sudores, manchas y demás “cicatrices” del camino. El alma acogedora sabe disponer de un aseo cómodo y fácil para quien viaja por los mundos de la peregrinación. Tiene mucho que ver, además con ese “respetar el propio espacio” que muchos reclaman, invadidos y amenazados en la intimidad. Un aspecto de delicadeza para una buena acogida.

                                A mediados del siglo XIX el médico húngaro Ignaz Semmelweis demostró que la práctica de lavarse las manos salvaba muchas vidas. Oliver Wendell Holmes desarrollaba en los EE.UU., simultáneamente la misma teoría. Semmelweis trabajaba en el hospital general de Viena. Allí, a los doctores se les morían muchas madres en el parto y menos a las comadronas. Tras una investigación se apreció que médicos y estudiantes de medicina pasaban de la realización de autopsias (práctica en la que no participaban  las comadronas) a los partos, sin solución de continuidad, provocando multitud de infecciones. Semmelweis hizo que todos se lavasen las manos con una solución de hipoclorito cálcico antes de atender a sus pacientes. La tasa de fallecimiento de madres durante el parto descendió al 1 ó 2%. Un primer paso crucial para el descubrimiento posterior de los gérmenes.


                                • 16. El recuerdo

                                  “Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho” (Jn 14, 26)

                                   

                                           Algunos de los momentos que se graban para siempre en el corazón del peregrino tienen que ver con un gesto de generosidad. Puede ser algo material, como símbolo de la unión y hospitalidad que se ha vivido (un objeto de recuerdo, un regalo, un producto alimenticio…) o, simplemente, una ocasión compartida que ya no se olvidará (algún plan juntos, una visita, un momento musical en familia, etc.). Esa “prenda” hace las veces de conexión entre dos mundos: el del acogedor y el del peregrino; y propicia el retorno algún día, en calidad de peregrinos, nuevamente o, tal vez, de una naciente amistad. Porque muchas veces el contacto se mantiene entre quienes han compartido las cosas más personales, aunque haya sido por poco tiempo.

                                           Una escritora relataba que se perdió unas vacaciones familiares por un viaje de intercambio al extranjero. Lo pasó bien y practicó el inglés, pero no pudo estar con los suyos. Cierto día, recibió en el buzón de su residencia un paquete con un montón de papeles. Se lo enviaba su padre. Se trataba del relato que su padre había ido haciendo sobre las vacaciones de su familia. Le encantó aquel modo de ponerla al día. Experiencias, chistes nuevos, anécdotas, visitas, sentimientos profundos... Ese ejercicio le marcó tanto que por ahí descubrió su vocación literaria para también contar a otros las historias de sus vidas.


                                  • 17. Austeridad

                                    “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene alimentos haga otro tanto” (Lc 3,11)

                                     

                                             Una persona acogedora tiende a ser “espléndida”. Sorprende mucho esta cualidad a los peregrinos. Ellos saben que no existe obligación alguna, por decreto, de salir al encuentro de quien camina por la vida. Por eso valoran grandemente el espíritu voluntarioso, libre y desinteresado que se les pueda prestar. Existe una especie de “magnanimidad” en quien acoge que no repara en atenciones. Y esto no conlleva gastar mucho, materialmente hablando. Todo el patrimonio del cariño y los afectos interiores volcados con el peregrino poseen un valor muy superior a la calidad material de la acogida. Las mejores galas para recibir a alguien pueden ser la consecuencia de la profusión de detalles con quien ha venido. Pero las “visitas”, los huéspedes no se compran. No se les paga la estancia y se aquieta la conciencia de quien los alberga. A veces el peregrino valora más la mesura en las formas y la prodigalidad en el contenido espiritual que se comparte. Porque es la meta que ha salido a buscar.

                                          Se cuenta que Diógenes Laercio paseaba por los mercados de Atenas. Un día, al ver tanta y tan variada mercancía expuesta, exclamó asombrado: "Dios mío, ¡cuántas cosas no necesito!".


                                    • 18. Temporalidad

                                      “¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad?” (Mt 6,27)

                                       

                                               El peregrino sabe que no podrá quedarse. Tiene conciencia de que ha salido a buscar y su estancia por donde pase será fugaz. Tal vez por ello la desee lo más intensa posible. Desde que el ser humano ha dejado de ser nómada y se ha hecho sedentario, va olvidando su condición errabunda. No está hecho para esta tierra; algún día tendrá que marcharse. Cuando alguien acoge al peregrino, también va experimentando que se trata de uno nuevo, otra persona que establecerá un vínculo de poco tiempo y seguirá su camino. Pero no por eso ha de ser necesariamente superficial. Porque los momentos intensos tienen un sabor especial y están llenos de contenido. Oportunidades únicas. Se trata de unas circunstancias a las que hay que adaptarse, pero que encajan a la perfección en el plan divino de la salvación. Etapas de la vida. Aperitivos de eternidad.

                                      El 24 de enero de 2021 el Papa Francisco recordó que, en una ocasión, fue a visitar a un anciano enfermo que quería recibir la Eucaristía y la Unción de los enfermos. Aquel buen hombre le dijo al poco de saludarle: ‘La vida se me ha pasado volando’, como diciendo: creí que era eterna, pero… ‘la vida se me ha pasado volando’”. El Santo Padre añadió que “así sentimos nosotros, los ancianos, la vida que se fue. Se va. Y la vida es un don del infinito amor de Dios, pero es también el tiempo de verificación de nuestro amor por Él”. “Por eso, cada momento, cada instante de nuestra existencia es un tiempo precioso para amar a Dios y para amar al prójimo, y así entrar en la vida eterna”.


                                      • 19. Amparo

                                        “¿Piensas que no puedo recurrir a mi Padre y al instante pondría a mi disposición más de doce legiones de ángeles?” (Mt 26,53)

                                         

                                                 El peregrino desea protección y amparo mientras se hospeda en un lugar. Quiere que su persona y sus bienes estén a salvo, al menos, esa jornada. Una estabilidad que dura ese día, esas horas, pero que resulta imprescindible para centrarse en lo importante y descansar. Quien acoge sabe que ha de propiciar la confianza y cargar con el peso de ese cuidado completo. Imagen de la alianza que el Señor promete establecer con su pueblo es el cobijo fiel que brinda una acogida al peregrino. No va a estar solo.

                                        Alí nació en la República Centroafricana. De sus 38 años, llevaba los ocho últimos trabajando como inspector comercial. Fue entonces cuando su país sufrió un golpe de estado. La guerra civil se extendió por aquella comarca y con ella, las agresiones, los asesinatos por motivos religiosos, etc. El padre de Alí era musulmán y su madre, cristiana, por lo que cada vez se veía expuesto a un peligro de muerte más que real.

                                        Una tarde le avisaron de que un grupo de combatientes venía a asaltar su hogar. Alí decidió huir, llevando consigo a su mujer y a sus hijos de 5 años y seis meses. Al principio se escondió dentro de su misma ciudad, en la casa de un amigo. Pero la escalada de violencia le obligó a huir hacia Israel. En este país no pudo solicitar asilo, por lo que marchó a España. Desde entonces reside allí. Comenta que los inicios no fueron fáciles pero que ahora tiene un empleo estable. De todos modos, su idea es regresar a la República Centroafricana; desea hacerlo cuando haya desaparecido la amenaza de muerte decretada sobre él y su familia.

                                        • 20. Unión

                                          “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8)

                                           

                                                   El peregrino llega a un lugar y se encuentra con alguien que le acoge. Espera hallar un universo nuevo, distinto, lleno de vida propia. Desea comprenderlo y adaptarse, así como ser recibido con respeto. Dicen que la mejor manera de romper el hielo es la incorporación del caminante a la familia acogedora siendo uno más, un nuevo miembro que se adapta al ritmo habitual y propio. Remando con ellos, compartiendo sus costumbres y sus ritmos; con empatía y adaptación mutua. Sin forzar las situaciones; sin “artificialidades”. A veces se intenta elaborar un complejo plan de acogida pensando sólo en el peregrino, cuando lo que éste busca es ser acogido y recibido como alguien cercano y sencillo. Esta unión genera un intercambio mutuo y recíproco: “te explico por qué he salido y tú me explicas por qué me recibes”. La Revelación tiene algo de esto.

                                          En una pequeña aldea del bosque vivía un paralítico; apenas podía moverse sin arrastrarse por el suelo. Muy cerca residía un ciego. Los dos se habían enemistado en el pasado y nadie sabía muy bien por qué. Discutían casi a diario y hasta se habían deseado la muerte el uno al otro en alguna ocasión.

                                          Un día, hubo un incendio en aquella aldea y el fuego amenazaba con devorarles. Todo el mundo se marchó corriendo. El fuego amenazaba con devorar las chozas de aquella aldea. La gente huía pero nadie ayudaba al hombre ciego ni al paralítico.

                                          Ambos, ciego y paralítico, gritaron en una desesperada petición de auxilio. El ciego daba vueltas en su patio intentando escapar, pero no lograba discernir el camino que debía tomar. El paralítico, en cambio, observaba que aún quedaba un espacio en medio del bosque por donde huir, pero era escabroso y sabía que no iba a poder arrastrarse tan rápido para salvarse. Sólo había una forma de librarse: unir esfuerzos. En medio de la desesperación, el paralítico ofreció su ayuda al invidente para guiarlo en el camino: le mostraría el camino al ciego a cambio de que éste le cargara para salir de allí. Funcionó. Poco a poco, fueron comprendiendo que su enemistad era inútil y perjudicial. Se disculparon y llegaron a ser los mejores amigos.


                                          • 21. Autenticidad

                                            “Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24)

                                             

                                                     Para ser auténticos hoy en día se necesita una gran dosis de fortaleza y equilibrio. Casi nadie muestra un rostro real, para protegerse de la burla o el engaño. Tendemos a ocultarnos tras una imagen construida, una careta artificial, pensando que así sufriremos menos. Tal vez sin valorar lo que Dios ha hecho en cada uno de nosotros de un modo suficiente. Como si nos hubiesen echado por tierra la autoestima y hayamos de vivir pidiendo perdón o permiso para existir. Pero el peregrino se ha autoseñalado. Ha dado un paso al frente, aun a riesgo de ser marcado y prejuzgado. Por eso aprecia a quien lo acoge: porque, de algún modo, sospecha haber encontrado unos valores firmes y auténticos como los que ha salido a buscar. Sin respetos humanos. Con el orgullo de haber vivido experiencias abiertas a la trascendencia, sin complejos. Aquí se fundamenta el respeto por el otro.  Un peregrino no quiere rostros que desdibujen su propia personalidad para caer bien al acogerles. En contrapartida, también agradecerán las normas que haya en el hogar donde entren. Seguro que ambos, peregrinos y acogedores, encuentran unas motivaciones adecuadas parecidas en el papel que a cada uno le ha correspondido.

                                                     Un cuento de Augusto Monterroso titulado “La rana que quería ser una rana auténtica”, relata la historia de un anfibio que se esforzaba por la autenticidad. Primero la comprobaba una y otra vez ante un espejo que era rana 100%. A veces le parecía que sí y otras que no. Cansada de este primer método, se convenció de que la opinión de los demás le daría una dimensión acertada de su propio valor. Se arreglaba lo indecible buscando aprobación y reconocimiento. Un día creyó entender que lo que más valoraba la gente era su cuerpo; de un modo particular sus ancas. Hizo ejercicio y se cuidó con gran esfuerzo. Le parecía que los aplausos iban en aumento. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que supusiese el beneplácito de los demás. De hecho, se dejó arrancar las ancas para que otros, al comérselas, pudiesen verificar que se trataba de una “rana auténtica”. Pero tras su mutilación, mientras se deleitaban con el buen sabor de sus patas traseras, escuchó con amargura algo parecido a “lo mejor de todo es que saben a pollo…” 

                                            • 22. Salud

                                              “Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios” (Mt 10,8)

                                               

                                                       Los peregrinos necesitan un vigor natural mínimo. Que el cuerpo aguante y el alma pueda “tirar” por él. Esta ausencia de enfermedades o la reparación de los males que vayan surgiendo tiene un paralelo en la lucha contra el pecado. Entra aquí la capacidad humilde de rectificar, el perdón, la acogida, las disculpas, el no juzgar… Los hospederos que consigan facilitar este camino de continuo retorno y reciclaje, estarán motivando una continua transformación interior del peregrino. Éste crecerá, reinventándose en su búsqueda, avanzando hacia la verdadera alegría del jubileo.

                                              AMBULANCIA DEL DESEO.

                                              Kees era un holandés humilde, sencillo y trabajador. Medía más de dos metros e inspiraba confianza. En 2007 creó la Stichting Ambulance Wens, una ONG para ayudar a cumplir los deseos de pacientes terminales, necesitados de una ambulancia y un equipo de profesionales para lograr su última voluntad. Hasta el final de su vida (en julio de 2021) Kees Veldboer hizo felices a miles y miles de personas: más de 16.000 deseos cumplidos con sus ambulancias; auténticas “fiestas” que llevaban la alegría a los pacientes pero también a los familiares quienes veían a unos desconocidos “darlo todo” para lograr el sueño de su ser querido. Un gesto desinteresado de amor al prójimo que no dejaba a nadie indiferente. Incluso, los profesionales y voluntarios que participaban del deseo, terminaban con el corazón encogido por la emoción de lo que habían logrado juntos; con un sentimiento de satisfacción que recompensaba el esfuerzo y el tiempo empleados, empujándoles a repetir nuevamente.

                                              • 23. Estabilidad

                                                “Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52)

                                                 

                                                         Es difícil encontrar hoy en la mente humana la estabilidad o la madurez emocional. Pero se necesita. La volubilidad acaba mareando y dejando rienda suelta a lo provisional, al arrebato pasajero, a los impulsos del momento… Para emprender cualquier camino o vocación en la vida, ayuda que el mañana tenga un pie en el hoy: que el futuro no sea una absoluta incógnita, un desconcierto total. Vivir al día sí, pero sabiendo que hay, más o menos, un trabajo, una familia, paz, alimento… si esto no está claro, el cuerpo no ve más allá de su propia y primera necesidad: “primum vivere”. Tal vez por eso la Iglesia, acogedora por excelencia, se encuentra en una encrucijada: la misión de estimular en el mundo las relaciones de familia sanas: ayudarse entre países, compartir, acoger… para que el miedo a permanecer perdido, abandonado y errabundo no obceque la mente en una continua locura de vagar sin sentido de un sitio para otro.

                                                         Un psicólogo a cargo de unos huérfanos, al término de la Segunda Guerra Mundial, empezaba a preocuparse. A medida que pasaban los días, los miembros de la Cruz Roja y otras organizaciones les entregaban alimentos de sobra a los niños cada día pero, aun así, éstos no evitaban la ansiedad cada noche. Tras algunas consultas y un detallado seguimiento, decidió entregar a cada muchacho un poco de pan con la indicación de que no lo comiesen hasta el día siguiente. El “experimento” funcionó. Los niños eran muy bien atendidos pero su subconsciente les decía que tal vez al día siguiente no podrían volver a comer y por eso se ponían nerviosos y alterados cada noche. La experiencia de la guerra les había hecho generar esa sensación. Con la idea de este psicólogo comenzaron a practicar la “tranquilidad del día siguiente”: se trataba de un modo gráfico de comprobar que la comida del día siguiente, en parte, ya había comenzado a solucionarse con esa entrega de pan. Los pacientes mejoraron considerablemente.


                                                • 24. Estímulo y esperanza

                                                  “En su nombre pondrán su esperanza las naciones” (Mt 12,21)

                                                   

                                                           El peregrino ha tenido un sueño. Por eso se lanza al camino. Y este sueño le estimula para un futuro mejor y para regresar algún día a su rutina con un descubrimiento nuevo y un motor. Durante su ruta se le abrirán nuevas perspectivas y más elevadas de las que tenía. Esto va configurando una riqueza y un enriquecimiento interior que nace fruto de la convivencia, de “ver mundo”, de compartir experiencias… La Iglesia, a lo largo de su historia, acumula una experiencia materna que pone a disposición de toda la humanidad. Por eso se convierte en un signo de esperanza por excelencia en cualquier época.

                                                        Un barco había naufragado en el Pacífico después de una fuerte tormenta. Su único superviviente logró nadar hasta una isla desierta. Desesperado, rezaba incansablemente a Dios pidiendo que alguien lo rescatase. Cada día miraba hacia el horizonte buscando una señal. Después de muchos días sin ver a nadie a lo lejos, decidió construir una pequeña choza para protegerse de las inclemencias meteorológicas y guardar sus escasas pertenencias. Una tarde de verano, el calor del sol fue tan intenso que su humilde choza fue consumida por las llamas de un incendio. Todo se había perdido. El hombre, hundido, comenzaba a presentar los síntomas de una profunda depresión. "¿Cómo pudiste hacerme esto, Dios mío? ¿Qué mal te he hecho yo?”, gritaba con amargura e impotencia. Desolado, se quedó dormido. Cuando despertó, al día siguiente, vio cómo un barco se acercaba a la isla haciendo sonar su sirena. Venían a rescatarlo. "¿Cómo supieron que estaba aquí?", preguntó a la tripulación que estaba allí. "Vimos tus señales de humo y hemos acudido en tu ayuda".


                                                  • 25. Orientación

                                                    “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68)

                                                     

                                                             El peregrino sospecha hacia donde apunta la meta. Pero agradece que en su lugar de acogida le señalen de nuevo el camino. Cómo continuar, cómo ayudarse, algunos consejos, indicaciones práctica, experiencias… provisiones y viandas, etc. Es una tarea que le espolea a no dormirse, a vencer el cansancio y la tentación de abandonar. Unos ya han partido hacia su destino  otros vienen detrás buscando lo mismo. Todos deseando no perderse. A los lados del camino siempre hay distracciones, pero los buenos acogedores son capaces de dibujar un buen mapa de lo que ayuda y lo que desvía.

                                                             Hace cientos de años, un hombre de Oriente caminaba a oscuras durante la noche por las oscuras calles de su ciudad llevando una lámpara de aceite encendida.

                                                    La ciudad era muy oscura durante aquellas noches sin luna. De pronto, se encuentra con un amigo. Resultó ser del pueblo: “Toño, qué haces con una lámpara de aceite en la mano? Si tú no ves. Eres ciego. A lo cual éste le responde:

                                                    - No llevo la lámpara para ver mi camino. Ya conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí...

                                                    • 26. Socialización

                                                      “Quien a mí me recibe, recibe al que me ha enviado” (Jn 13,20)

                                                       

                                                               Quien hospeda a un peregrino le contacta con gente interesante y con nuevas oportunidades. Esta apertura es una gran riqueza. Muchos caminantes establecen lazos sólidos en su ruta, como esas personas que Dios pone en la senda de los propios pasos, contando con que avancemos juntos, complementarios, acompañándonos. Se trata de intercambiar cualidades y ayuda mutua. De tender un puente. Dejar abierta una puerta. Por ahí fluirá la generosidad como una oportunidad de sentirse bien. Nadie puede sobrevivir en los mundos de hoy sólo con su propia “boina enroscada”. La humildad de “sacarse la boina” para respirar otras culturas, nuevas mentalidades, compartir vivencias (también las religiosas) dota a las personas de miras más certeras en la vida.

                                                      Marcelo es un treintañero. Lleva desde su adolescencia viviendo en la calle. Él dice que cayó en la “marmita” del “calimocho” y ya no puede pasar sin él desde que se despierta hasta la noche. Pasa cada día por la oficina del paro, por si “cae” algo. Cuando le dicen que está “borracho” él responde sarcástico: “no, que la sociedad está mucho mejor…” Sostiene que no sabemos el frío que se pasa a la intemperie y la necesidad que hay de elevar la temperatura, aunque sea “desde dentro”. Su “pinta” es bastante descuidada pero él siempre se encuentra rodeado de gente. Cae bien. Pasó alguna vez por la cárcel pero no ha hecho daño a nadie. “Soy vago y cobarde”, reconoce. Aunque no teme acostarse un día y “no amanecer”. Cree que no ha recibido una buena educación en su familia natal. Su madre no se portó bien con él y sus hermanas. Su padre arrastraba muchos problemas psicológicos. Marcelo pasó varios años en un internado. Mal en los estudios, logró llegar a la FP y hacer varios “cursillos”, como él los denomina. Al final, se fue de casa definitivamente por incompatibilidad con su madre. Trató de rehabilitarse a través de los programas sociocaritativos de varias parroquias pero fue inútil. “Lo de ahora no es libertad” afirma cual filósofo contemporáneo. “No todo el que vive en la calle es mala gente. A pesar de mis errores creo que soy un tipo de buen corazón. He tenido mis oportunidades pero no he sabido escoger el camino adecuado.


                                                      • 27. Reflexión

                                                        “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21)

                                                         

                                                                 Quien acoge no puede evitar profundizar. Es necesario preguntarse si el deseo de un hogar común y de una familia universal también le afecta al peregrino. Como camino hacia un mundo mejor. Por eso las personas de una acogida tratan de formarse al máximo en una continua preparación. Se mentalizan para esa tarea que han descubierto de atención a sus huéspedes que supera al mero fin de ganar dinero o pasarlo bien en la vida, caprichosamente, a espaldas del bien de los demás. Dicen que es más cómodo no pensar; que, a la larga se sufre menos. Pero los peregrinos valoran las mentes despiertas, agudas, libres… el sentido común. Porque, en el fondo, se parecen: los horizontes son los mismos.

                                                        Edit Piaf decía en una canción que ella no se arrepentía de nada. En cambio, mucha gente parece terminar su vida con un gran arrepentimiento. Bronnie Ware es experta en cuidados paliativos y enfermos terminales. Uno de sus libros recoge los 5 principales arrepentimientos de la gente antes de morir: “ojalá hubiera tenido el valor de hacer lo que realmente quería”; “ojalá no hubiera trabajado tanto”; “ojalá hubiera expresado los propios sentimientos”; “ojalá hubiera vuelto a ver a tal amistad”; “hubiese querido ser más feliz”… La autora Ella sostiene que la gente madura cuando ha de enfrentarse a su propia mortalidad. Por otra parte, los lamentos se referían a “cosas que no se hicieron” y, en cambio, no percibió arrepentimiento por las “cosas hechas”. Ella lo explica como una capacidad de aprender siempre, de todo lo que hacemos, sea bueno o malo. Tras su análisis detallado, deduce que no deberíamos desesperarnos nunca por algo que ya está hecho. Tal vez por aquello de “agua pasada no mueve molino”. Muchas veces, “lo hecho, hecho está”. Ware concluye con serena certeza que “todos vamos a morir” y anima a todo el mundo a que, si se arrepiente de algo, trate de solucionarlo en el más breve plazo posible. 

                                                        • 28. Los “suyos” / Prójimos

                                                          “Si una casa está dividida en su interior, no podrá mantenerse en pie” (Mc 3,25)

                                                           

                                                                   Quienes prestan acogida al peregrino se saben una sola etapa. El peregrino pertenece a otros; a ellos les concede una importancia prioritaria que debe ser facilitada. Por eso los que hospedan procuran conocer bien a los peregrinos. Interesarse por sus cosas y su situación para atenderle mejor, como uno más del entorno cercano. Esos familiares y amigos de los que hacen el camino, también estarán contentos sabiendo que quien partió de casa es bien atendido, que está en buenas manos. Tal vez algún día se reúnan todos juntos. De momento, los lazos se estrechan; la familia crece. Como cuando el designio de amor infinito de Dios quiso incluir al ser humano en su propia entraña.

                                                                   En una reunión de propietarios, una vecina se quejaba de lo mal que percibía ella a la gente de hoy en día: “la sociedad está fatal; la gente pierde los valores; somos malos”. Un señor que vivía a poca distancia de esta mujer, intervino para contar su experiencia: “El coche me dejó tirado la semana pasada cerca de casa. En menos de cinco minutos ya tenía a una persona golpeando mi ventanilla para ayudar. Me bajé del coche y, al momento, apareció otro vecino. Entre los tres empujamos el automóvil. No hicimos más que aparcar en una zona segura, para no interrumpir la circulación y llegó otro coche, cuyo dueño conectó su batería a la mía para tratar de arrancar. Nunca había hablado con ellos en los cinco años que llevo aquí, pero fue verme y se portaron de maravilla”.

                                                          • 29. Intimidad

                                                            “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mt 11,27)

                                                             

                                                                     Toda acogida sabe la necesidad de otorgar al huésped un espacio propio, no invadible, para la reflexión, el descanso reparador y el crecimiento personal. Al mismo tiempo, sabe que el peregrino necesita un lugar discreto que le genere confianza para abrir el alma. La amistad, la confidencia, hacen su aparición. Y propician la verbalización de muchas cosas que se llevan dentro. Alegrías inexpresadas. Cargas pesadas. Historias vocacionales. Peculiaridades rocambolescas… Un pasado desconcertante. Un inquietante futuro. El fugaz presente… Existe un lugar llamado milagro que reside en el corazón humano donde Dios toca al hombre necesitado de perdón y de amor. Si el peregrino lo descubre, descubre también quién está detrás de su acogida. Nunca más querrá salir de allí, junto a tanta dicha, sintiendo una Presencia.

                                                                        Una mujer contaba su historia: “Soy mestiza. Mi padre era negro y mi madre blanca. Cuando ella le presentó como novio suyo al que hoy es mi padre, el que después fue mi abuelo la amenazó con echarla de casa. Mi madre no quiso esperar y se marchó ella a la primera oportunidad. Pero algo sucedió que no alcanzo a comprender, porque mi abuelo irrumpió en mi vida cuando yo era pequeña, como si las cosas se hubiesen arreglado. Era un “manitas” y siempre estaba dispuesto a ayudar en casa. Disfrutábamos a su lado en multitud de planes familiares que él mismo organizaba. No asistió a la boda de mis padres, porque en aquel momento rechazaba el planteamiento de un “negro” como yerno. Pero su actitud cambió por completo. Mi madre no le reprochó nunca su actitud y perdonó. Mi padre no le tuvo en cuenta el feo y permitió el restablecimiento del trato familiar. A ellos también les tengo mucho que agradecer. Por todo ello, el día en que yo me casé, quise que mi abuelo fuese el padrino de boda. Ya que se había perdido el enlace matrimonial de mis padres, ahora su nieta le “reconciliaba” con todo aquel pasado más bien rancio, sinuoso, difícil. Mi abuelo falleció hace unos años, convertido en otra persona. No se cerró al amor, a la verdad, al bien. Un gran tipo”.

                                                            • 30. Orantes / trascendentes

                                                              “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,16)

                                                               

                                                                       Rezar juntos abre al irrefrenable deseo que Dios tiene de hacerse presente en medio de esa “comunidad”. Hermanos, hijos… afortunados del mismo Padre bueno.

                                                                       La enfermera había trabajado duro aquella noche. A pesar del esfuerzo, la madre a la que había atendido en el parto falleció y su bebé, prematuro, logró sobrevivir. También dejaba a una hija de dos años. Sin electricidad, sin incubadora, sin medios… aquel bebé tenía pocas perspectivas de futuro… Alguien trajo una caja recubierta de algodón, se encendió fuego en la estancia y al llenar una bolsa de agua caliente, ésta se rompió. En aquel remoto lugar del mundo no podrían adquirir otra en muchos días.
                                                              Encargaron a una mujer mantener al bebé abrigado y cerca del fuego. Al día siguiente los niños del orfanato se pusieron a rezar con sus cuidadores y éstos les contaron el suceso del día anterior para que encomendasen a bebé y a su hermana. Una niña de 10 años rezó al poco rato en voz alta: "Por favor,
                                                              Dios, envíanos una bolsa de agua caliente. Mañana no sirve, Señor, porque el bebé ya estará muerto, así que por favor envíanosla
                                                              esta tarde." Y añadió: "¿Y a la vez, podrías por favor enviarnos una muñeca
                                                              para la hermana pequeña y así sabrá que Tú la amas?" A todos les gustó la oración, por su audacia, pero no “había” una fe tan grande como para estar seguros de aquel cumplimiento. Por la tarde llegó un coche. Un mensajero dejó un paquete grande y se marchó. La gente no daba crédito. Abrieron el paquete: un jersey; material de botiquín; alimentos… ¡una bolsa de agua caliente! Increíble. La niña que había rezado por esta intención en voz alta se acercó con ojos de plato y tuvo más que decir: "¡Si
                                                              Dios nos envió la bolsa, seguro que también nos mandó la muñeca!". Sin confiar en nuevos “milagros”, continuó el vaciado del paquete: sartén, libros, juegos de mesa… ¡santo cielo!: una muñeca pequeña con un vestido precioso… aquella “renacuaja” fue un ejemplo de fe para todo el mundo. Sin pestañear ni dudar dibujó en su rostro la más bella sonrisa aunque seguro que no fue la más sorprendida. Días más tarde, tras una pequeña indagación, se supo que el fardo había estado viajando durante cinco meses, tras haber sido donado por unos antiguos alumnos.