El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una
verdad que hace libres y que es la única que procura la paz del corazón; esto
es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad
acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la
verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de
la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los
árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.
De todo evangelizador se espera
que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y
comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra,
forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del
Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre
la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad
por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o
deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada
por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La
sirve generosamente sin avasallarla.
Pastores del pueblo de Dios:
nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la
verdad sin reparar en sacrificio. Muchos eminentes y santos Pastores nos han
legado el ejemplo de este amor, en muchos casos heroicos, a la verdad. El Dios
de verdad espera de nosotros que seamos los defensores vigilantes y los
predicadores devotos de la misma.
Doctores, ya seáis teólogos o
exégetas, o historiadores: la obra de la evangelización tiene necesidad de
vuestra infatigable labor de investigación y también de vuestra atención y
delicadeza en la transmisión de la verdad, a la que vuestros estudios os
acercan, pero que siempre desborda el corazón del hombre porque es la verdad
misma de Dios.
Padres y maestros: vuestra tarea,
que los múltiples conflictos actuales hacen difícil, es la de ayudar a vuestros
hijos y alumnos a descubrir la verdad, comprendida la verdad religiosa y
espiritual.
EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA
DE SU SANTIDAD
PABLO VI
"EVANGELII NUNTIANDI"
AL EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES
DE TODA LA IGLESIA ACERCA DE LA EVANGELIZACIÓN
EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO, nº 78
Frutos
Si yo mismo buscara los frutos que la misión debe obtener, parecería que mis
únicas aspiraciones son terrenas. Tengo esperanza en que la vida de estas
personas mejore y se dignifique y que puedan sentir la alegría de haber
descubierto a Jesucristo y de que les acompañe durante toda su vida y más allá…
Para eso me preparo, rezo y entrego diariamente. Pero no salgo con la cinta
métrica para ver cómo va creciendo la tarea misionera que Dios plantó.
Antiguamente, algunos pretendían calcular los frutos misioneros con la
estadística: número de bautismos, matrimonios, confesiones… pero pronto
comprendieron que esta no es una labor empresarial. Dios ha prometido que
ningún esfuerzo evangelizador se perderá; dentro o fuera de las misiones. Es
una tarea de toda la Iglesia, lo cual tranquiliza, porque los misioneros no
somos los salvadores del mundo. Eso ya lo hizo Jesucristo.
Más que en ningún otro lugar, en las misiones no se puede ser “cortoplacistas”.
No nos desgastamos por el reconocimiento de los demás o para llenar estadios.
Tal vez, incluso, la entrega que sembramos en un determinado lugar, Dios quiera
hacerla fructificar muy lejos de aquí. Una vez entraron a hacer un reportaje
sobre uno de nuestros colegios y los entrevistadores, al terminar, exclamaron:
“todo es normal, pero qué buen ambiente se respira aquí. Y parece natural, sin
artificios”. Nunca me lo había parado a pensar pero ese resultado no ha sido
cosa nuestra, sin más. El “buen olor de Cristo”, su Espíritu, por allí
campando, tiene mucho que ver con ello.
Al igual que un hogar corriente puede destilar una especial fragancia (orden,
calma, buena educación, colaboración, limpieza, respeto, aprecio…), así también
el Espíritu Santo va dando fruto sin que sepamos cómo. Amor, paz, gozo,
paciencia, comprensión, amabilidad, generosidad, bondad, fidelidad, humildad,
mansedumbre, dominio propio… son algunos términos que emplea la Escritura para
detectar el rastro del Evangelio sembrado.
Hoy en día hay quien sostiene que el modo de medir si hay buenos cristianos en
una comunidad es si evangeliza. Si da testimonio hacia “fuera”, si escucha a la
gente y la acompaña. Si cuida a los que encuentra al Señor en su vida. Si no le
importa variar lo que “siempre se hizo así”… La misión, como el propio Jesús,
“hace nuevas todas las cosas”. Esa creatividad me encanta.
A su paso, las lluvias traían nueva vida. Tanto los mayores como los niños
daban la bienvenida a las lluvias con sus ojos apuntando al cielo, al igual que
lo hacía el suelo que se abría para coger el agua. En África, la lluvia es
signo de bendición- La primera vez que Liliana vio una tormenta tropical quedó
como petrificada y maravillada ante el volumen de agua que caía y se
maravillaba como algo podría sobrevivir, por ejemplo las chozas locales
construidas con barro y hierbas secas, los campos de mandioca, mijo y sorgo, o
los caminos de tierra. De hecho, muchos de los puentes sobre los ríos del
distrito a menudo eran barridos por la fuerza del agua y los humedales de Lira
se convertían en lagos tan solo transitables en canoas.
H.L
(…) En
esas zonas de la ciudad, infinidad de niños pobres buscaban algún resto de
comida que los ayudará a sobrevivir entre las montañas de basura. Con la ayuda
de Cáritas Internacional, Liliana abrió una cocina popular, muy cerca de la
escuela primaria, para alimentar a los niños. En pocas semanas, su cocina
preparaba cientos de comidas cada día. Literalmente Liliana mi día rodeada y
asediada por los niños, nacidos y crecidos entre las basuras. Con el corazón
roto ante tantos niños famélicos, lo que de verdad ansiaba era disfrutar de
algún momento de paz y soledad.
H.L.