“Está escrito: ‘No solo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios’”
(Mt 4,4)
Diario
de ruta 7
Querido
diario:
Muchas
veces me pregunto qué hago yo en este mundo. Mi abuela decía que
todos tenemos una misión que cumplir y que eso es la razón de
nuestra existencia. De todas las respuestas que he encontrado a lo
largo de mis días, sólo me convence de verdad la respuesta: “el
amor”. Parece lo más “sagrado”. El origen. La meta. Lo válido
para todo el mundo, con independencia de credos, opiniones,
cualidades, culturas, etc. Eso otro que la sociedad proponía como
“clave”: el éxito profesional, el dinero, el bienestar… ha
dejado de funcionar hace tiempo. Nos rodea como una maraña
inevitable, pero, poco a poco, nos damos cuentas de que no llena.
Una
persona no encuentra el sentido de la vida en “algo” que siempre
será “inferior” a ella, sino en “alguien”. Nos enriquecemos
a base de relacionarnos con otras personas. Así, cuando hablamos de
nuestras familias y amigos, el sentido parece aclararse. Cierto que
las personas también fallan, claro. Por eso, nuestra antena recoge
señales de otra “dimensión”... tal vez una/s persona
trascendente/s… Si no hay algo más allá de esta vida, algo que la
explique, la existencia resultaría muy difícil de explicarse a sí
misma. Bromeaba un profesor: “aquí están las preguntas
fundamentales: “quiénes soy; ·de dónde vengo y a dónde voy…
¡a comer!”
Hace
un rato me he perdido. Una serie de senderos que me parecían todos
iguales me han hecho dar varias vueltas por el mismo sitio. He pasado
varias veces por delante del mojón del Camino de Santiago ¡sin
verlo! Tal vez sea una imagen acerca del sentido de muchas vidas:
pasar muchas veces por delante del camino que se nos propone, sin
luces suficientes para descubrirlo o fuerzas para seguirlo.
Comparto
senda Jacobea con mucha gente que me cuenta su historia: que no saben
cómo hacer para librarse del imperio materialista y consumista de
nuestra sociedad; que no saben quiénes son realmente; que se sienten
como si llevasen una careta, obligados a responder con una sonrisa
ante mil estereotipos; que desearían vivir el aquí y el ahora, nada
más, acumulando miles de experiencias mientras duren sus días…
El
alma humana se convierte, paso a paso, en apasionante terreno sagrado
que se presenta ante los ojos. Me siento incapaz de dar consejo
alguno. Si acaso, escuchar. Nada más. No quiero perder la inquietud
del niño que pregunta una y otra vez: “¿por qué?”; “¿por
qué?”. Tal vez ande yo preocupado por hacerme preguntas difíciles.
No debiera temer las respuestas. Pero intuyo que el vértigo llegará.
Antes o después.
Reflexión
teológica
En
la ruta miras hacia el suelo, miras hacia el horizonte, miras a ti
mismo. El ser humano es ante todo una pregunta sobre sí mismo y
sobre el sentido último de su vida. No es capaz de eludir esta
pregunta, como tampoco es capaz de huir de sí mismo: ¿qué somos?,
¿para qué existimos?, ¿adónde vamos? No puedes eliminar estas
preguntas que nos siguen acompañando desde el principio sin
renunciar a ser tú mismo. El hombre es para sí mismo un enigma, y
no podrá hacer nada válido, sólido, que merezca la pena hasta que
penetre ese misterio. Sabe que tiene que morir, pero no puede
renunciar a la cuestión del antes y del después de su desaparición.
El
abanico de respuestas posibles parece cegarte. Quizá esta te ayude
El hombre está infiltrado, imbuido de una exigencia de absoluto que,
de hecho, no se realiza en esta vida, pero sin negar que, de derecho,
pueda realizarse. Ante la muerte, que radicaliza la cuestión del
hombre, éste toma conciencia de que lleva en sí mismo una
aspiración invencible a realizarse perfectamente; por otra parte, la
muerte le revela al hombre su impotencia total para asegurar por sí
mismo su supervivencia y su cumplimiento. La muerte lo coloca ante
una opción insoslayable: o bien reconoce que su existencia, en
cuanto proyecto y aspiración a un ser-más, posee un sentido, y
entonces cabe albergar la esperanza de un porvenir trascendente, de
una supervivencia después de la muerte; o bien acepta que su
existencia esté privada de sentido, con lo que se presenta la
desesperación total. El que reconoce un sentido a la existencia
ligado al sentido de la muerte, confiesa que su vida es precaria y
que está indeleblemente marcada por la finitud y la poquedad, pero
que se trata de un dato inicial sobre el que él se va edificando
poco a poco y se experimenta como deseo de un absoluto esperado.
Reconoce que su libertad no puede cumplirse más que por una libertad
superior que le trasciende, que va más allá y le viene como de
fuera. Se reconoce como “persona”, es decir, como sujeto
consciente y libre, que se establece en una relación consentida con
el mundo, con los otros y con el absoluto; y se constituye
“definitivamente” como persona abriéndose a algo más allá de
lo personal, que da fundamento a la toma de conciencia que tiene de
ser una realidad finita, pero impregnada de una voluntad de
infinito1.
Para
leer y reflexionar:
Recuerde
el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo
se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan
callando;
cuán presto se va el placer;
cómo después de
acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera
tiempo pasado
fue mejor.
Pues
si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y
acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por
pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de
durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues
que todo ha de pasar
por tal manera.
Jorge
Manrique