Novelado
29º Creo en los milagros
El Monte do Gozo
parecía un hormiguero esa mañana, con cientos de peregrinos
formando corros, riendo, comiendo sentados por las praderas,
sacándose fotos, exultantes, con las tres agujas de granito de la
Catedral recortándose en el cielo por encima de la línea de los
tejados bermejos. ¡Por fin Santiago! Ahí delante teníamos la
anhelada meta de nuestro viaje, el broche de oro de una experiencia
dura y fascinante, de treinta días de intensas emociones para el
recuerdo. En mi situación personal una verdadera aventura interior,
que iba a suponer un radical antes y después. Mirando todas estas
jornadas en retrospectiva me parecen el reflejo condensado del
proceso de toda una vida. Una vida que todavía sigue abierta y en
marcha, pero que por fin ha encontrado su orientación. Me parecía
estar viviendo un verdadero milagro.
Sí, puedo creer en los milagros, porque soy testigo de ellos. Es cierto que de los que puedo hablar no tienen nada de prodigioso o paranormal. Me maravillan los milagros del día a día, que incluso pueden resultar invisibles si no se los sabe mirar, los que acontecen a mi alrededor. Hay milagros en la cárcel: personas que caen, pero que son capaces de levantarse. Milagros en la calle: personas que nunca pierden su fe en el ser humano, y que no vacilan en dar y darse una segunda oportunidad. Me maravillan las madres que en soledad sacan adelante a sus hijos, o los padres que cruzan el mar para darle un futuro a su familia. Me sorprendo porque hay personas que se entregan sin esperar a recibir, y que no pierden la sonrisa aunque tengan motivos sobrados para llorar. En definitiva, me parece un milagro estar hoy aquí, existir, disfrutar de una vida que no me he dado a mí mismo, y que haya tanta hermosura a mí alrededor en lugar de la nada.