Novelado

30º El Pórtico de la Gloria

El día tocaba a su fin. Habíamos disfrutado de la llegada a Santiago, la visita a la Catedral, la Misa del Peregrino, el paseo por las rúas... La emoción de las despedidas, el intercambio de teléfonos y direcciones. La mía, por el momento, está en Paradela, en la prisión de Teixeiro, aunque espero que por poco tiempo. Y detrás de cada una de ellas un rostro amigo, unido al recuerdo de bellas experiencias. Peregrinos de Italia, Polonia, Alemania, Australia... Me despedí de Leo con la promesa de una visita a Italia. Me quedé con el teléfono de Elena, y confío en poder verla pronto. Me llevo conmigo a mis compañeros presos, ahora descubiertos como verdaderos amigos. Y un día, ya conquistada mi libertad, espero tener ocasión de emprender de nuevo el Camino.

Mañana, antes de volver al Centro penitenciario, tendremos la oportunidad de pasar el día con la familia. Por fin, ver a mi madre cara a cara. Rodrigo, al enterarse que había llamado, y que estaba de Camino, me buscó hasta encontrarme en Arca. Mañana traerá a nuestra madre, y en el primer permiso que me concedan, me llevará a su casa donde podré conocer a su familia. Pero esta jornada inolvidable se despide con una ocasión excepcional. Una visita guiada al Pórtico de la Gloria, una vez cerrada la Catedral, para los presos peregrinos.

Disfrutaba intensamente del momento, de la Catedral vacía y en penumbra, de la obra de arte explicada minuciosamente con toda su historia y su significado por uno de lo canónigos, que nos servía de guía. Pero sobre todo me maravillaba la sublimidad del trabajo humano y el genio creador que lo había hecho posible. Miraba los rostros pétreos, con su esplendor recuperado por la reciente restauración, llenos de vida, y en los que el cincel del maestro supo expresar maravillosamente la interioridad del alma humana. Las figuras de los patriarcas, de los apóstoles, alegres, risueñas, departían amigablemente en torno a Jesucristo, que ocupaba el centro, lleno de serenidad, triunfante, pero mostrando sus heridas. La feliz reunión de lo divino y lo humano, la aspiración humana colmada en la compañía del Dios encarnado, la gloria celestial en la plenitud de su criatura. La fuerza del poder divino, en las manos heridas, esas manos abiertas de Jesús en las que Dios nos sale al encuentro, Amor que acoge nuestra fragilidad. El Dios amigo, peregrino en nuestras luchas, compañero de nuestros cansancios. Sólo Él puede ser tan humano. Todo el conjunto me transmitía esperanza. Cerré los ojos y ahí estaba yo, participando de esta feliz reunión celestial, y junto a mí, en lo alto, los rostros de tantos compañeros míos, peregrinos del Camino de la vida. Los volví a abrir, dejándome embargar, una vez más, por la admiración de tanta belleza, disfrutando de este instante en el se recogía toda la eternidad.


Última modificación: lunes, 9 de noviembre de 2020, 12:35