Novelado

10º Colillas

-Amigo ¿quieres un pitillo? Acabábamos de llegar a un pueblo, y varios peregrinos formábamos un corro con algunos paisanos a la puerta del bar. Lo miré con agradecimiento, y después de vacilar por un instante, negué con la cabeza. Justo el día anterior había decidido dejar de fumar. Llevaba ya cerca de dos años limpio de drogas, y ahora en el Camino me había marcado este difícil desafío. Estos días sentía que por fin era capaz de poner rumbo a mi propia vida. Seguramente, el amable señor que me acababa de ofrecer su tabaco, no se podía imaginar hasta qué punto ese gesto intrascendente en la vida cotidiana podía llegar a ser importante en determinadas circunstancias. Cuando me echaron del trabajo, me retrocedieron a un módulo malo, y allí me volví a quedar completamente sin dinero. Muy de vez en cuando, Rosa me ingresaba cincuenta euros en el peculio, para ir tirando. Así que volvía al peligroso juego de los trapicheos en el módulo, a cambiar alguna ropa que me daban por tabaco, etc. Algún compañero de vez en cuando me daba una calada o un pitillo. En Navidad y en otro par de ocasiones a lo largo del año, la trabajadora social solía hacer un ingreso para los que estaban sin peculio, para los cafés y comprar alguna tarjeta de teléfono, pero a mí no me daba nada si hacía poco me había ingresado mi hermana. Aunque desde fuera pueda parecer mentira, en algunos módulos la droga abunda más que en la calle, y cuando hay una entrada, la euforia y el colocón se adueñan del patio. El mono en cambio vuelve insoportable la convivencia, y la pendiente de las deudas, las peleas, los partes, te colocaban en un círculo vicioso que cada vez te hunde más y más. En ese estado de nublado mental, de agitación y ansiedad caí con frecuencia. Por aquel entonces, a pesar de mi metro ochenta y tres, llegué a pesar cuarenta y siete kilos. Un día, sin apenas fuerzas para levantarme, me arrastré por el suelo para coger las colillas, bien apuradas, que pude encontrar. Cuando alargué la mano para buscar en la papelera, una mala bestia que llamábamos el Niño, con una risotada, le pegó una patada volcándome la porquería por encima. En otro tiempo, me habría lanzado a su cuello y le habría destrozado la cara. En aquel momento sólo pude quedarme tendido en el suelo hasta que, al entrar para el recuento, los funcionarios me encontraron allí y me levantaron del suelo.

Agarré mi mochila, alejándome del grupo, y proseguí la etapa antes de que me alcanzara el olor del tabaco.


Last modified: Monday, 9 November 2020, 11:33 AM