Novelado
12º Iván y Ríos
Estos últimos días
el calor era muy intenso, a pesar de encontrarnos hacia el final del
verano. En vista de lo cual, hoy madrugamos algo más. Solíamos
salir todos juntos, aunque después nos dispersábamos. Formábamos
un grupo de ocho internos, acompañados por el educador, Ricardo, y
por otro funcionario, Ángel. Junto a nosotros venía también
Carlos, un voluntario de la Pastoral, jubilado de Correos. La
experiencia que estábamos haciendo era todo un triunfo del bueno de
Ricardo: ya desde hace años en Madrid son muy cicateros para
conceder permisos, como pueden ser estas salidas terapéuticas.
Varios medios de comunicación estaban encima, sacando noticias
sensacionalistas sobre fugas o delitos cometidos por presos que se
acogían a algún beneficio. Supongo que es fácil pensar desde la
distancia que es mejor tener a la gente encerrada, antes que
permitirle tener una oportunidad para regresar a la sociedad.
Finalmente nos habían seleccionado a un pequeño grupo, ocho, de un listado inicial de quince. Varios nos encontramos al final del programa de desintoxicación, en la UTE. Los demás proceden de módulos de respeto. No es fácil hacer amigos en la cárcel, pero Iván y Ríos estaban entre lo más parecido a un buen amigo que había hecho allí. Los había conocido a los dos en la UTE. Ríos era mayor ya, gallego, había andado mucho mundo. Había estado en Melilla en la Legión, por lo que casi siempre le llamábamos Legionario. Iván era algo más joven que yo, un chico ruso que había llegado a trabajar en la fresa ya hacía años, y que se había terminado enganchando.
Había sido muy difícil, sobre todo al principio, mi adaptación al módulo seis. Suponía someterse a una disciplina casi cuartelaria, al hecho de tener que hablar de mi vida con desconocidos, y mantenerme lejos de la droga. Ríos e Iván, eran dos de las ayudas que tuve para aguantar. Ahora, mientras caminábamos por la fresca de la mañana, dejamos salir afuera nuestros miedos y nuestras esperanzas. Ellos estaban ya cerca del final, de la definitiva. ¡Ojalá tengáis suerte en la calle! Desde fuera puede ser sorprendente saber que un preso le tenga miedo a la libertad, pero con frecuencia ocurre que ese momento puede ser esperado con ansiedad. A mí me quedaba todavía algo más de tiempo. Y hablamos de todo eso, del miedo a los viejos fantasmas, de volver a recaer, de si sabríamos adaptarnos a un mundo que había cambiado, de la soledad. Qué difícil hablar a pecho descubierto dentro de la cárcel. Pero ahora nos encontrábamos lejos, en medio de los campos de Castilla, y se había presentado la oportunidad.