Novelado
1º Despertar en tierra extraña
Desperté
sobresaltado, cubierto de sudor, con el estómago revuelto. De muy
cerca, debajo de mí, sentía los ronquidos, unas veces pesados,
otras sibilantes, del compañero de litera. Por la ventana, pequeña,
entreabierta, entraba un halo de luz, de un farol lejano. Era todavía
noche, y me pareció distinguir la forma de los barrotes. Un perro
ladraba muy a lo lejos, y en medio de las pesadillas, parecía que me
ladraba a mí. Creía verlo entre las sombras, con el pelaje oscuro,
brillante, y los dientes blanquísimos, amenazantes. Un olor, mezcla
de tabaco y de sudor, cargaba el ambiente. Abrí los ojos de la
memoria, y por un momento volví allí, allí, y deseé volver a los
sueños, y perderme en ellos, y no despertar nunca más… Pero oí
otras voces extrañas, en una lengua extranjera, y volví en mí. No
estaba en el chabolo. Recuerdo la viva impresión que me produjo
verme en aquel angosto sitio, con aquel desconocido con el que tenía
que compartir aquellos cinco metros cuadrados. Tener que pedirle al
compañero que se volviese cada vez que había que hacer de cuerpo,
porque el retrete no está separado de la habitación. Aquella
primera noche en el truño, en la que deseé con todas mis fuerzas
llorar, y no me venían las lágrimas. Ahora estaba lejos, más allá
de los Pirineos, a punto de comenzar la experiencia del Camino.
Empezaron a sonar los despertadores de los peregrinos que compartían
el albergue con nosotros. ¿Sospecharían ellos quiénes éramos? ¿De
dónde veníamos sus compañeros de posada? Allí, tan lejos de
Teixeiro, no parecían distinguirse gran cosa de nosotros. Y, sin
embargo, cuando sus ojos se fijaban en los míos, creía ver en el
fondo de su mirada, que lo sabían.