Novelado
3º Tirar la toalla
La pendiente se me
hacía cada vez más dura, y la mochila sobre mis hombros pesaba y
tiraba de mí hacia abajo. Detrás de cada una de las curvas esperaba
ver el final de la subida y un claro de luz en el bosque, pero cada
vez los árboles cerraban más la espesura, y la cuesta era más
empinada. El sudor me caía por la espalda, y notaba cómo la bota me
rozaba en el pie izquierdo. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué
sentido tenía esa lucha? Como buscaba la soledad, había dejado ir a
mis compañeros delante, y me puse a andar detrás de un grupo de
chavales italianos, que pronto me habían dejado atrás. Ahora
lamentaba no tener a nadie, y me angustiaba cada vez más el hecho de
no poder pedir ayuda. Pero lo peor de todo era el viento. A la mañana
clara la habían ahogado rápidamente unas nubes espesas de color
azul violáceo, y un ventarrón cálido sacudía con violencia las
copas de los pinos, arrancándoles unos gemidos pavorosos, como el
grito de la muerte. Cuando tropecé y caí, probé el sabor de la
derrota, y en la boca se me hizo dulce por momentos. Cerré los ojos
y deseé verme por fin fuera de aquel desfiladero, lejos de esta
montaña dura e inclemente en que se había convertido mi vida, y ya
no volver a sentir más nada.
No sé cuánto tiempo estuve en ese estado de semiinconsciencia. Sólo recuerdo que no lo escuché llegar, y el sobresalto al sentir su mano en mi espalda. Con la mochila sobre los hombros me costó darme la vuelta y ver su rostro. No debía de tener más de veinte años y me habló mezclando unas palabras en español con su italiano. Era uno de los chavales del grupo de italianos que habían pasado la noche en el albergue con nosotros. Con una sonrisa, me ayudó a ponerme en pie, y me pasó un botellín con una bebida isotónica. Después de beber un trago y respirar hondo me embargó una emoción profunda. Aquel chico de mirada inocente era la imagen de mi juventud perdida, de mis sueños atrapados. Por un momento se sorprendió al ver mi zozobra, y después, espontáneamente, me abrazó. Con esfuerzo conseguí retener las lágrimas al darme cuenta de los años que habían pasado desde la última vez que alguien me abrazaba.