Novelado
4º La tormenta
Desde que caminaba
junto a Leo la subida no me parecía tan dura. Hasta el aspecto del
cielo no era tan amenazante. En la cima nos unimos a sus amigos.
Habían llegado el día anterior en una furgoneta alquilada desde
Perugia y era la primera vez que hacían el Camino. Me sorprendí a
mí mismo contándoles que estaba haciendo el camino junto a un grupo
de presos, como la parte final de la terapia de desintoxicación. No
me importó romper el muro de reserva y desconfianza que normalmente
me acompañaba. Compartir mi intimidad y abrirme a los otros era lo
que más me costaba de los grupos terapéuticos. Ellos repartieron
conmigo sus panettone de salami, el queso y las chocolatinas, y me
contaron que estudiaban en una escuela de oficios. Nos encontrábamos
en lo más alto del camino en un mirador desde donde se dominaba el
paisaje sobrecogedor de las laderas de las montañas que bajaban
hasta las llanuras lejanas. En aquel momento me sentí muy por encima
de mí mismo y de las circunstancias asfixiantes del mundo que me
rodeaba. Había dejado a un lado la mochila, y por un instante me
pareció que la carga de mi pasado había desaparecido de mis
hombros. Sonaban truenos lejanos y a lo lejos resplandecían
relámpagos, pero la tormenta era una presencia amigable. Cuando
empezamos el descenso comenzó a descargar la lluvia con fuerza, y no
me importó en absoluto sentirla bajar por mi piel, refrescándome.
Era como si algo en mi interior, muy adentro, se empezase a romper, y
aquella lluvia se lo llevara consigo, lavándome, alejando de mí las
angustias de la subida, arrastrándolas consigo por los torrentes que
rápidamente se estaban formando y se precipitaban por la ladera.