Novelado
7º Encrucijada
Después de andar
un tiempo por la nacional, el camino se había apartado a la altura
de un pequeño pueblo. Era una zona de colinas entre viñedos.
Estaban cerca los días de la vendimia, y las uvas tenían ya un
sabroso dulzor. El sol apretaba a pesar de que no era mediodía, y no
era nada fácil encontrar sombras. De repente me encontré en un
cruce de caminos y dudé, no había ninguna señal. Pero pronto seguí
en la dirección que me pareció más derecha, pues nunca me gustaron
las indecisiones. Tenía diecinueve años. Por culpa del inglés
había repetido la Selectividad, y me había estado preparando
durante un año para el examen de ingreso en la Escuela Naval. Ese
año Rodrigo había hecho la travesía en el buque-escuela, el Juan
Sebastián Elcano, y no olvido la cara de orgullo de mi padre cuando
lo fuimos a despedir en el muelle de Cádiz: - Tu hermano como tu
abuelo y como su padre: a ver si pronto te podemos despedir a ti
también. Vinieron las pruebas físicas y el difícil examen. De
aquella había comenzado a flojear en los estudios. Ya no andaba sólo
con los amigos del Montojo, sino que había comenzado a salir con
otra gente. Nos juntábamos a beber kalimotxo y fumar unos canutos.
De aquella mis padres todavía no habían notado nada: es que el
chico es muy inteligente y es difícil motivarlo. Yo no sé si me
gustaba la vida militar, pero de aquella no pensaba demasiado en lo
que quería hacer de mi vida, y ese paso siempre estuvo ante mí como
algo esperado y natural, una pregunta que nadie se hacía. Cuando vi
las listas publicadas me temblaron las piernas. Me había cruzado de
camino con varios compañeros y había notado sus miradas extrañas,
evasivas. ¿Cómo iba a contar en casa que yo estaba fuera, que no
iba a entrar en Marín? Estuve dando vueltas por Ferrol dejando pasar
el tiempo, procurando no encontrarme con nadie más, hasta que no
hubo más remedio que entrar en casa. Mi madre, en la cocina,
respondió con una mueca extraña, desencajada: - Bueno hijo, no te
preocupes, el año que viene te vuelves a presentar. Mi padre en la
sala me escuchó con una mirada vacía, y no dijo nada. En aquel
momento hubiese deseado que me gritase algo, o incluso que me pegase,
pero lo que fue insoportable fue ese silencio distante e inexpresivo.
Cuando salí de casa por la tarde sabía ya que no iba a haber otra
vez el año que viene.
Al poco de echar a andar me encontré con un viejito en un carro tirado por una mula: -Es éste el Camino de Santiago? -Si señor ése es. Esta vez no iba a permitirme equivocar el camino.