Novelado
19º Enfrentarme a la verdad
Sabía que un día
tendría que llegar el momento de enfrentarme cara a cara con el peor
de mis fantasmas. Y presentía que estaba acercándose ese momento
con la peregrinación, ya que estos últimos días, parecía que
dentro de mí, en mi mente, en mis recuerdos, en mis emociones se
estaba produciendo una revolución. No sé si por el hecho de
encontrarme fuera de la cárcel y de la férrea rutina del día a
día, si por el ejercicio y por la activación del cerebro al aire
libre, o por los largos ratos de silencio y soledad al caminar. Quizá
por otros motivos que en aquel momento desconocía, dentro de mí
despertaban fuerzas ocultas, que estaban provocando una verdadera
catarsis interior. Todo ello lo vivía en ocasiones con temor hacia
lo desconocido, otras veces con la expectativa de estar abriendo en
mí una puerta a un horizonte nuevo, distinto. Eran experiencias
intensas, venidas de un movimiento interior, que inquietaban hasta lo
más profundo que había dentro de mí. La ocasión vino por un hecho
casual, que en cualquier otra circunstancia no pasaría de ser una
anécdota desagradable.
La ruta seguía una pequeña carretera secundaria casi sin circulación, y ya hacía tiempo que caminaba sólo y fuera de poblado. Cerca de la carretera había una pequeña nave agrícola aparentemente abandonada, y hacia ella encaminé mis pasos buscando una sombra para descansar un poco. La quise rodear para ocultarme del rigor del sol, y al volver la esquina lo encontré. Lo primero que percibí fue el olor nauseabundo, después vi el cuerpo inerte, tendido contra lo que parecía ser el brocal de un pozo, medio comido por las alimañas, y envuelto en una nube de moscas. Era un perro de considerable tamaño, que debía de llevar varios días muerto.
En ese momento vino a mi encuentro violentamente el recuerdo de aquella noche: la sensación de irrealidad, el terror pavoroso, el indescriptible olor de la muerte, las náuseas. Las salpicaduras de sangre, cálidas y viscosas que me habían alcanzado la cara y la camiseta. Dejé caer la navaja e intenté alejarme trastabillando, horrorizado por lo que acababa de hacer, deseando despertar de la pesadilla. Hasta que Lucho me agarró violentamente y me arrastró hacia dentro del coche, alejándome de allí. Cuando al día siguiente vino por fin a buscarme la policía, sentí una profunda sensación de alivio.